—¿Adivina quién regresó? —dijo Hardy a su madre.
La señora levantó la vista de su quehacer y vio a su sonriente hijo con gesto interrogativo.
—Alguien muy especial, a juzgar por esa sonrisa de bobo que traes —dijo doña Marta.
—Ni que lo dudes. Se trata de Esther —contó emocionado Hardy—, ¿te acuerdas de ella?
—¿La hija de los Gonzales? —Hardy asintió— Cómo olvidarme de ella. Si fue la chica que te rompió el corazón, pasaste una semana sin comer cuando se marchó.
Hardy sintió que su sonrisa se desvanecía. Era cierto, pero no por lo que su madre creía. Sonrió nervioso.
—Sí, es cierto —admitió—. Pero si la vieras ahora, está más preciosa que nunca. La invité a pasear esta tarde.
—Vaya, veo que no pierdes el tiempo. Pero ten cuidado hijo, así como vino puede marcharse.
—Descuida, mamá, ya soy un adulto.
—Eso espero.
Doña Marta clavó la mirada en su hijo mientras éste iba a su habitación. De alguna manera verlo alejarse le produjo pesar en su corazón, como si aquél que le daba la espalda ya no fuera a regresar.
*****
Hardy por su parte no pudo más que pensar en Esther. Y se alegraba sobremanera que ella no le guardase rencor. Es más, incluso le aseguró en la entrevista de hace rato que había regresado por él. Hardy aún no terminaba por creérselo, pero si era cierto, esta vez no le fallaría, se prometió.
Esther se había marchado tres años atrás a vivir con unos tíos de la ciudad. La carrera que quería estudiar solo la daban en la ciudad, es lo que había dicho a sus conocidos, y puede que fuera cierto, pero Hardy sabía la verdad. La semana que pasó sin comer tras su marcha no era por su corazón roto, sino por su conciencia pesada, y por la inmensa vergüenza que sentía.
«Pero ya pasó —se dijo—. Si volvió por mí es porque me perdonó, y porque me ama.»
Es más, se cuidaría muy bien de hacer cualquier alusión al tema. Quizá pudieran empezar de nuevo.
Todas esas cosas Hardy las pensaba mientras alistaba la ropa que se pondría y se metía a la ducha.
En el transcurso de la tarde empezó a ponerse nervioso, y la alegría con la que habló del regreso de Esther a su madre se fue convirtiendo en ansiedad, pero sobre todo en miedo. La charla mantenida con Esther esa mañana había sido corta, casual, de improvisto, pero esa tarde ya sabía que se verían. Seguro ella también estaba pensando en el próximo encuentro, y puede que estuviera preparando una lista de preguntas y acusaciones que hacerle. Si eso ocurría, Hardy estaba seguro que no lo podría soportar. Tres años después aún recordaba todo con nitidez, con dolor, con vergüenza, pero también con cierto placer, y esto le provocaba más vergüenza aún. Pero quería a Esther, la amaba quizá, por eso estaba dispuesto a dar la cara, y esperar que aquél incidente hubiese quedado en el pasado. Pensaba que ya la había olvidado, que quizá ya no la volvería a ver, pero esa mañana, cuando la vio salir de la estación, su corazón se detuvo durante unos instantes y después empezó a palpitar con más fuerza. Eso solo podía ser amor.
Cuando se terminó de duchar, se secó con lentitud y se vistió con parsimonia, mecánicamente, porque sus pensamientos estaban con Esther. Hasta que por fin estuvo listo, y la hora de la cita había llegado. Estaba nervioso, de modo que respiró hondo varias veces, y se echó agua en la cara en el lavamos.
«No pasa nada —trató de convencerse—. Todo saldrá bien.»
*****
Doña Marta estaba aspirando el polvo de la sala cuando vio bajar a su hijo, saltando los escalones de dos en dos. Doña Marta sabía que cuando su hijo hacía eso es que o tenía muchas prisas o estaba muy nervioso. De pronto temió por él. Pero también era cierto que sus ojos brillaban de una manera que hacía tiempo no lo hacían. Su hijo estaba excitado.
—Ya me voy, ma’ —se despidió Hardy. Su voz vibraba.
—Que tengas suerte, hijo. Y no regreses tan tarde.
—Estaré de vuelta antes de las siete.
—Te esperaremos para la cena entonces.
—Como tú quieras.
Le dio un beso en la mejilla, y salió de la casa alisándose la camisa y asegurándose que el peinado estaba bien. Doña Marta lo observó marcharse con aprensión. Había algo en el regreso de Esther que no terminaba por gustarle. Era como si presintiera que algo malo iba a ocurrir. Aunque trató de no hacer caso a ese ominoso sentimiento, no era la primera vez que tenía miedo cuando su hijo salía de casa. Solo que esa vez era diferente. Esa vez el presentimiento era en verdad aciago.
*****
Hardy llegó al lugar de la cita con cinco minutos de adelanto. El lugar de reunión era atrás del viejo salón municipal, uno que decían que iban a demoler pero que jamás derribaban. No era un lugar decoroso para la joven en que se había convertido Esther, pero fue el sitio en el que empezaron a verse, hacía cinco años, cuando no eran más que unos jóvenes de catorce. El lugar le traía recuerdos muy gratos. Al otro lado de la calle había unos terrenos abandonados, llenos de árboles, arbustos y maleza, lugar que hizo las delicias cuando eran novios.
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Editado: 26.05.2022