Historias de terror

Lo más apreciado (III)

«Lo sabía.»

―¿Cómo…? ―balbució la mujer. Empezó a mirar hacia todos lados, como si temiese que alguien los estuviese espiando, peor aún, como si alguien fuese a abalanzarse sobre ella―. ¿Cómo la sabe?

―No lo sabía ―dijo Andy, más aterrado que ella quizá. Una mujer que mata a su marido no es buena cepa―. Lo adiviné.

―Tenemos que hablar ―dijo la mujer tirando de él y llevándolo al pasillo.

De esa manera Andy se enteró de toda la verdad.

Cuando Eva conoció al magnate de negocios llamado Carlos, ya se teñía el cabello para que pareciese pelirroja natural. Era ella una muchacha de diecisiete años que de inmediato encandiló al empresario. Él la cortejó de manera discreta, cortejos que ella declinó hasta que su novio le dijo que no fuera tonta, que aprovechara y le sacara algún dinero al millonario. Novio pelirrojo natural que había conseguido que, entre otras cosas, ella se tiñera el cabello.

Así empezó una relación que años más tarde desembocó en un matrimonio. Por supuesto, ella había cortado con el pelirrojo poco antes del matrimonio. Lo que no pudo cortar fue el bebé que crecía en su barriga, pero como también ya se había acostado con su futuro esposo, no fue difícil convencerlo de que el hijo era suyo. Durante todo lo que duró el matrimonio se aseguró de mantener el cabello teñido, porque el pelo del chico había heredado el color del de su padre. Era eso o despertar las suspicacias de su esposo.

Todo marchaba bien hasta que cierto examen reveló que el esposo era estéril. Sospechando una traición el esposo estuvo a punto de matarla a golpes hasta que ella terminó por confesar todo. Primero localizó al verdadero padre del chico y le dio una de las muertes más cruentas que pueda imaginarse. Después amenazó con hacerle lo mismo a ella. Amenazó con matarla, pero antes la haría ver lo que le hacía al fruto de su traición, a aquél que más quería. Y ese fue su error: amenazar sin hacer nada.

―Tuve que hacerlo ―dijo una sollozante Eva―. Era él o mi niño y yo. Lo que nunca imaginé es que fuera a regresar para cumplir su amenaza.

Andy se había quedado sin palabras. Por una parte, sentía miedo por aquella mujer. Por otra, comprendía la decisión que había tomado, no así sus errores del pasado. Pero también sentía ganas de abrazarla, consolarla, decirle que todo estaría bien. Y una parte de él, una que conocía desde hacía poco, quería tumbarla en el piso, rasgarle la ropa y hacerle el amor.

―Tiene que buscar ayuda ―fue lo que dijo al fin―. Agua bendita y un rosario no van a salvar a Dany siempre. Usted misma lo ha dicho, cada vez “su esposo” parece más fuerte. Además de que usted se desvela cuidándolo; uno de estos días o falla usted o falla el Agua.

 ―¿Usted? Pero si hace rato hasta me tuteabas ―la mujer se había quebrado en mil pedazos.

Andy decidió que todo era demasiado complicado y peligroso para involucrarse más.

―No contaré esto a nadie. Pero debe buscar ayuda.

Y se marchó.

*****

No vio a Eva durante la semana siguiente, tampoco a Dany, que dejó de asistir a la escuela. Él se sentía destrozado. Destrozado y aterrado. Aterrado por temor a lo que la mujer pudiera hacerle, y destrozado porque sentía que se estaba comportando como un cobarde, dándole la espalda a ella y al niño.

Aún estaba en el proceso de decidir qué hacer, si olvidarse de Eva y su hijo o ir y ofrecer su ayuda, cuando una llamada le despertó a plena noche. Era Eva, histérica.

―¡No funciona! ―le gritó al oído― ¡Tenías razón! ¡El Agua no funciona!

Andy sintió un frío helado recorrerle la piel. Temió lo peor.

―No me diga que… no puede ser…

―Se lo está llevando ―gritó la mujer―. Tienes que ayudarme, se está llevando a mi bebé.

Andy se puso de pie como impulsado por un resorte y al minuto siguiente volaba en su coche. No tenía ni la menor idea de cómo ayudar, pero sabía que tenía que hacer algo.

Las calles estaban desiertas, de modo que pudo ir a toda velocidad, los gritos de la mujer repitiéndose como un eco en su mente. Llegó en menos tiempo del esperado.

Aun así, llegó tarde.

Cuando se apersonó en el umbral de la puerta de la habitación de Eva, solo alcanzó a ver cómo la pierna del pequeño se deslizaba de sus manos y desaparecía en un agujero de oscuridad. La mujer se echó a llorar desconsolada, y él se dejó caer, incrédulo.

Más tarde ella le gritaría que por su culpa le habían arrebatado lo que más quería. Andy se molestó por verse injuriado tan injustamente y le replicó que en realidad era ella la culpable. Que era ella la culpable de la muerte de su hijo y le exigió que se fuera del pueblo o la denunciaría a la policía por la muerte de su esposo.

Eva se fue pocos días después de aquella fatídica noche. Y así terminó el fugaz paso de la mujer en la vida de Andy.

*****

Hasta que ocho años más tarde el teléfono lo despertó a las tres de la mañana.

―¿Quién habla? ―preguntó somnoliento.

―¡Andy! ―Era una voz chillona y alterada. A pesar del tiempo transcurrido Andy supo que era Eva, la madre de aquél niño que había sido transportado aún con vida al infierno.




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