Camino a la escuela, Benny pasa por un terreno abandonado. El predio en cuestión no tiene nada de especial, a no ser por ocupar toda una manzana, por estar lleno de maleza y árboles viejos, y porque muchos vecinos lo han elegido como el basurero del barrio. En pocas palabras, un sitio por el que Benny no sentía ninguna curiosidad.
Hasta que una mañana de tradicional marcha a la escuela, descubrió bajo el ramaje de un amate, un refrigerador de regular tamaño. El aparato en cuestión era color crema (aunque Benny supuso que debió haber sido blanco), de una sola puerta, descascarillada y con manchas de óxido en los bordes en lento avance hacia el centro. Benny se preguntó quién lo pudo dejar allí. También sintió una especie de atracción, curiosidad por ir a verlo. Pero eso lo podía hacer tarde así que decidió satisfacer su curiosidad a la vuelta de la escuela.
Benny sólo tenía ocho años, así que como es normal en un chiquillo de esa edad, se lo contó a sus amigos más cercanos, y a la hora de la salida, ya no era solo Benny quien fue al terreno abandonado para mirar el viejo refrigerador, sino que también lo acompañaban Raúl, Daniel y José.
―No le veo nada especial ―dijo Raúl mientras miraban el aparato desde la calle―. Es sólo un cacharro viejo.
―No, no lo es ―replicó José, con aire misterioso. José era un año mayor que el resto y el más intrépido de todos. Se le acababa de ocurrir una fenomenal idea―. Yo reconozco ese refrigerador ―continuó con un tono de voz que atraía la atención de los demás chicos―, lo vi en un recorte de periódico hace no mucho. Mi papá me lo quitó antes de que pudiera terminar de leer, pero algo entendí.
―¿Qué fue lo que leíste? ―Preguntó Benny, expectante.
―Que es un refrigerador embrujado.
―¿Embrujado?
―Sí. Leí que causó muchos estragos en un pueblo vecino. No sé a qué se referían con estragos, pero les aseguro que no fue nada bueno.
Benny escuchó las palabras con temor. Y cuando se volvió para mirar el refrigerador, por un momento vio que este se abría y una mano huesuda asomaba por el borde. Palideció y parpadeó. Al instante siguiente el cacharro seguía tan inmóvil como siempre.
―Mentiras ―dijo Raúl―. Los fantasmas y cosas embrujadas no existen.
―Y menos en cosas tan sin chiste como esas ―apuntó Daniel.
―Quizá se trate de otro refrigerador ―dijo Benny―, no del embrujado.
―Pues entonces hay que comprobarlo ―les retó José.
―Adelante ―dijo Raúl. Era el más serio y formal de los tres y fue el que encabezó la marcha.
Benny era el tercero, y tenía miedo, mucho miedo. Conforme se acercaban le parecía que el refrigerador centraba su atención en él, toda su malignidad enfocada en su persona, como si supiera que era el que más miedo tenía. Y a cada paso se le asemejaba más grande y tenebroso. Casi veía la puerta abrirse y a un monstruo abalanzarse sobre ellos.
Pero cuando Raúl abrió el refrigerador, lo único que salió fue polvo, humedad y un olor a viejo y óxido.
―¡Ja! ―dijo Raúl―, he allí tu refrigerador embrujado.
Benny suspiró aliviado.
―¿Qué esperabas? ―inquirió José― Es de tarde. Cuando has visto que un fantasma salga de día. Les reto a venir por la noche. Si no sale nada es que el periódico decía patrañas o es el refrigerador equivocado como propuso Benny.
No fue fácil convencer a los demás, pero al final accedieron. De modo que la cita se concertó para las diez de la noche, en la esquina de la manzana, cuando sus padres durmieran.
*****
Benny fue el primero en llegar. Era el más cobarde de los cuatro, sentía el miedo hasta los huesos, pero era decidido y no iba a permitir que los demás supieran lo cobarde que era. Mientras esperaba le pareció que el foco del alumbrado público parpadeaba, a la vez que ruidos y movimientos furtivos se sucedían sin orden en el terreno abandonado. Estaba que se cagaba de miedo.
Hasta que llegó Raúl, quien con su temple de adulto lo confortó de buena manera.
―¿Aún no llegan los demás? ―preguntó, mirando a los lados con firmeza.
―No ―contestó Benny.
―Les daremos diez minutos, si no vienen nadie nos marchamos.
Daniel se apersonó poco antes de que transcurriera el límite de los diez minutos.
―Parece que sólo falta José ―comentó Benny.
―Es el que nos incita y es el que falta ―espetó Raúl―. Mejor nos vamos.
―No ―dijo Daniel―. Ya estamos aquí, por qué no vamos a echar un vistazo. No sería eso una prueba de lo valientes que podemos ser.
A pesar de la compañía de los dos chicos, Benny seguía muy asustado. No dejaba de notar un aura de misterio flotar sobre ellos y tenía la impresión que de entre la maleza había seres que lo vigilaban. De modo que deseó de todo corazón que Raúl se mantuviera firme en su resolución de marcharse, él le apoyaría y podrían marcharse a casa, olvidándose de aquel maldito cacharro oxidado.
Pero Raúl se encogió de hombros y torció el gesto.
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Editado: 26.05.2022