Historias de terror

Las jóvenes de la casa abandonada (II)

Con la diferencia de que él no era para nada una inocente señorita, ni sus pretendientes, gallardos caballeros.

Porque en pretendientes fue en lo que se convirtieron las hermosas anfitrionas. ¡Lo pretendían a él! Al llegar mi primo a esta parte de su relato, no pude dejar de reírme. Ya mencioné que es buen mozo y trae loquillas a un sin número de jovencitas, pero para que tres damas de tanta hermosura se desvivieran por ganar su afecto, aún sin conocerlo, es algo que no estaba dispuesto a creer, así como así. Sin embargo, mi primo prestó poca atención a mis risas y continuó con su relato. Yo acá sólo cuento lo que él me dijo.

Cuenta mi primo, señores, que primero le ofrecieron café, sentándole a la mesa, y después se pusieron a hornear panecillos cuyo olor hacía que salivara agradablemente. Sólo le sirvieron café a mi primo, y cuando él preguntó por qué ellas no tomaban, siempre sonrientes y con miradas cargadas de significado, le dijeron que ellas ya habían tomado. Ese fue el primer indicio de que aquellas hermosas damas no eran humanos corrientes. Bueno, eso y su singular belleza, porque mi primo duda que en el mundo existan criaturas de tan exquisita y perfecta belleza.

Mientras la una preparaba el café, y las otras horneaban los panecillos, mi primo permaneció sentado a la mesa, embriagado por sus deslumbrantes anfitrionas. Estaba totalmente prendado de las tres. En una vuelta, la una le acariciaba el cabello; la otra le pasaba el trasero tentadoramente cerca; la tercera le rozaba las orejas con los labios a la vez que le susurraba palabras apasionadas. Las insinuaciones eran más que evidentes; tan evidentes que mi primo se planteó varias veces, si todo eso no sería en realidad una broma, o quizá un sueño.

Y así continuaron durante largo rato. Ellas hacían todas las preguntas, de modo que mi primo no tenía más que responder. Ellas hacían todas las insinuaciones, los acercamientos, tanto en guiños como en palabras, y también en carne. Mi primo estaba que no cabía en sí de gozo.

Al cabo de un rato le sirvieron una taza de humeante café, la que le pareció insípida ya que su atención estaba puesta toda en las jóvenes. ¿Los panecillos? Ni siquiera recuerda haberlos probado, de tan embebido que estaba de los encantos de las anfitrionas.

También hubo detalles que lo descolocaron un poco; aunque al cabo de unos pocos segundos, le parecían nimiedades sin ninguna importancia. Cuenta mi primo, señores, que, en algún momento, una de ellas sonrió de tal manera que su rostro se tornó escalofriante, y unos colmillos grandes y filosos como agujas aparecieron en su boca. Pero al parpadear, la visión desapareció. Otro detalle no menos llamativo, era el frío del que eran portadoras las jóvenes; estar cerca de ellas era como abrir un refrigerador y recibir la vaharada de fresco aire. Y su contacto, su contacto era tan frío que asemejaban témpanos de hielo.

Más tarde, mi primo dice que vio su reflejo en uno de los cristales de la alacena. En esos instantes, una de las chicas le rozaba el cuello con sus labios, pero ésta no aparecía en el reflejo. Poniendo un poco más de atención, mi primo comprobaría poco después que ninguna de sus hermosas anfitrionas se reflejaba en el espejo. Aquello supuso la confirmación de la verdadera naturaleza de las hermosas damas. Cosa curiosa, asegura mi primo, no se sentía ni pizca de asustado, sino todo lo contrario.

―Sólo hay tres habitaciones.

―Tendrás que pasar la noche en una de ellas.

―Que sea en la mía, cariño.

―La mía es menos fría.

―Seré tu esclava si escoges la mía.

De aquella forma, las tres muchachas, le pidieron que pasara la noche con una de ellas. Esta es la parte que me lleva a creer que la historia de mi primo es real, porque, de ser invento suyo, ¿no habría dicho que le pidieron pasar la noche con las tres? Él sí que lo hizo. Me contó, que insuflado por la pasión que le inspiraban las jóvenes, preguntó si no sería posible estar con las tres.

―¡No! ―Respondieron las tres muchachas al unísono.

En ese instante, cuenta mi primo, sintió miedo, pues las tres muchachas enseñaron amenazantes sus inhumanos colmillos, de manera que mi primo se disculpó varias veces por tan inmoral insinuación. Sin embargo, asegura mi primo, ese instante de miedo lo hizo ver la realidad. Ese instante de miedo disipó el velo que las tres vampiresas habían puesto en su mente. De pronto supo que estaba condenado a morir, o algo peor, si no hacía algo.

Ya les conté lo buen mozo que es mi primo ¿verdad? ¿También ya os dije que es un valiente donde los haya? Pues lo es. Vaya que lo es. A pesar de estar aterrado hasta el tuétano, fingió seguir siendo presa del hechizo, fingió que aquellas tres muchachas eran las más hermosas del mundo, aunque de hermosas ya no tenían mucho.

―Está bien ―dijo mi primo. El temblor de su voz era apenas perceptible―. Tomaré una decisión, mis hermosas señoras. Pero primero necesito un minuto a solas, porque vuestra belleza no me deja pensar con claridad. ¿Tenéis acaso un baño por acá?

Mi primo, señores, mi primo engañó a las tres vampiresas. Lo llevaron al baño, mientras se le seguían insinuando, cada una intentado convencerlo de que pasara la noche con ella. ¿Qué pretendían? Es algo para lo que mi primo ni siquiera tiene conjeturas. Para nada bueno, eso es seguro.

Cuenta mi primo, que en aquella noche que tan aciaga se había tornado, aún tuvo la buena fortuna de encontrar una ventana en el cuarto de baño, que era justo lo que buscaba. La abrió y saltó afuera, tratando de ser sigiloso. Pero advirtieron su escape, porque el grito que surgió del interior de la casa fue estridente, aterrador. Todavía lo fue más por la lluvia que caía lúgubre y pesada.




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