Los siguientes días hasta Nochevieja, Villa Lago continuó inmersa en un ambiente de fiesta. Las posadas habían terminado, pero la gente se reunía en la plaza para tomar ponche y compartir un bollo de pan, a la vez que se chismorreaba, bailaba, cantaba o lo que a aquella jocosa concurrencia le viniera en gana. Era un pueblito muy ameno aquel de Villa Lago.
Samwell continuó siendo un vecino y un amigo encomiable. No dejaba de llevar regalos y proponía toda sarta de disparates para otorgarlos en premio que hacía el delirio de la población. Y cuando la noche del 27 anunció que mandaría preparar un banquete para toda la población a servirse en la plaza y traería fuegos de artificio para celebrar la llegada del año nuevo, la gente lo vitoreó como nunca se había vitoreado a nadie. De tal guisa que poco se habló de su fiesta privada de Nochebuena. Los invitados habían contado todo lo que comieron y bebieron, y la población esperaba entusiasmada el 31 de diciembre con la esperanza de un agasajo similar.
Jade no quitaba ojo de Samwell, sin dejar de admirarse de la habilidad y maestría del viejo. De no saber lo que ella sabía, seguro también se lo habría creído. Observándole de esa forma, con asiduidad y escrutinio, notaba pequeños tics nerviosos en el viejo. Conforme llegaba la tan ansiada Nochevieja, el hombre se ponía más nervioso, gustaba de mirar a los lados y sufría sobresaltos cuando alguien lo sorprendía por detrás o ensimismado. Jade lo hacía a menudo, tanteándolo. El viejo la trataba con cortesía, pero se desembarazaba con prontitud de la joven alegando cualquier excusa. «¡Ah, pese a tu tortuosa mente estás nervioso! ¿Cuántas veces lo has hecho viejo?, ¿es la primera vez que despliegas una parodia similar o el nerviosismo persiste pese a la reiteración? Bueno, no importa, es probable que nunca lo sepa.»
Mientras el ambiente de fiesta continuaba, Jade no se limitó sólo a vigilar y sobresaltar al bueno de Samwell. No. Había empezado a desplegar sus dotes femeninas para averiguar y voltear tornas a lo que le convenía.
Durante el anuncio del banquete que se serviría a todo el pueblo, no se mencionó que de nuevo se daría una fiesta privada en la mansión de los Ronnel, a la que estaban convidados los de siempre. Quizá la gente pensara que el viejo compartiría toda la velada de Nochevieja con el resto de la población por el festín, pero cuando se enteraran de lo contrario, seguro no le pondrían pegas como lo hicieron la noche del 24.
Jade supo lo de la fiesta privada (aunque estaba segura de que tendría lugar de modo que únicamente la confirmó) a través de Adrien, con quien más había intimado en los últimos días. Pero cuando le insinuó, esta vez sí, si estaría dispuesto a cederle su asiento en la mesa de Samwell, toda vez que Adrien podría disfrutar del banquete de la plaza y más tarde un encuentro con ella, éste replicó que lo mismo podía quedarse ella y disfrutar del banquete junto a la comunidad.
―En ese caso, no habrá encuentro conmigo ―puso toda su dulzura y seducción en esas palabras, y acarició el mentón del joven que a buen seguro sintió un escalofrío, pero Samwell ya los tenía calados.
―Siendo esa tu condición, tendré que buscar nuevas formas para terminar teniendo ese encuentro sin faltar a mi palabra al bueno de Samwell.
Jade lo dejó solo con sus esperanzas, mientras ella se iba frustrada y pensativa. ¿Por qué el viejo insistía en la compañía de esos siete, acaso no daba lo mismo ella como cualquier otro? Cruzó por su mente que el viejo sospechara de ella, pero eso le parecía una posibilidad remota. ¿Había algo que definiera o uniera a los siete de lo que ella carecía? Ya los había interrogado con cien preguntas buscando un patrón, pero no había nada que los identificara como únicos, a no ser su jocosidad, afición a la bebida y a los juegos. ¿Es que al haberlos elegido a ellos, aún si fuera sin seguir ningún patrón, hacía del todo imposible el intercambio con alguien más?, ¿los habría marcado ya de alguna forma? Sí, por allí podía ir la cosa.
Pese a su fracaso con Adrien, no dejó de intentarlo los siguientes días con el resto del grupo. A los cuatro chicos les hizo promesas libidinosas si cedían su asiento, y aunque todos la miraron con gestos cargados de promesas, ninguno faltó a la palabra dada a Samwell. ¿Qué les había hecho ese viejo?, en su vida tendrían oportunidad de estar con una mujer como ella, no obstante, la desdeñaban en favor de una comilona y una borrachera.
El último con en el que lo intentó fue con Elvin, la mañana misma del 31, la tan esperada fecha del banquete. Al chocar con una promesa inquebrantable por quinta ocasión, empezó a desesperarse. Más tarde se chocaría con Edna en una calleja, la esperanza reviviría un segundo, pero moriría en el mismo instante que la muchacha frunció el entrecejo e hizo un gesto de repulsión.
La tarde transcurrió más rápido de lo que habría querido. Se quedó mucho rato en la habitación que Berta Jones le había cedido, pensando, mirando a través de la ventana cómo las matronas iban de arriba abajo enfrascadas en la preparación del banquete que se ofrecería para dar la bienvenida al nuevo año.
¿Qué iba a hacer?, ¿fracasaría en su primer intento? ¡Si tan solo no estuviera tan limitada! ¿Es que nadie pensó en las dificultades que se le presentarían? «Nadie, claro. Ni yo misma, de haberlo sabido no habría venido tan cargada de ilusiones». Pensó en matar a uno de los chicos, pero eso era impensable, tanto daba que se volviera de una vez. Alguna manera tenía que hallar para quebrar la unidad de los siete.
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Editado: 26.05.2022