El contagio fue distinto en cada parte del país. Mientras en un extremo, se desarrollaba la infección, por sí sola. Al otro lado, aventaban contagiados desde lo alto de unos helicópteros ¿Cuál es su objetivo? ¿Por qué hacen todo esto?
“¡Tina!”, recordó Aaron. Su novia. Se fue de la ciudad, por una beca de estudios. A pesar de la distancia, mantenían la relación. No ha sido fácil, pero nada es fácil en esta vida, o al menos, ese es el pensamiento que hacía menguar el dolor sentimental en Aaron.
Tendría que ir a buscarla. No le queda nada más aquí. Perdió a su madre y hermana de una forma caótica, un tanto cómica, pero de humor negro.
Lograron escapar del aula en el que se encerraron. Llevaba a su hermana a rastras. Corría. Huía de ellos. Son lentos. Lo suficiente para poder escapar.
Entraron a casa y su madre no estaba por ningún lado.
_ ¡Mamá! Ya estamos aquí –gritó Aaron, con la esperanza de que su madre le conteste desde cualquier rincón, pero la casa es tan pequeña que, está seguro de qué, si no la ha encontrado, es porque no está allí.
Y tenía razón, no estaba dentro de casa.
Lo más seguro sería quedarse allí. Pero no podía. No quería. Necesitaba estar lejos de todo este caos. El desconcierto se apoderaba de él. No podía quedarse y esperar. Necesitaba actuar. Tenía deseos de hacer algo.
Subió al techo, por una vieja escalera de metal, que aún funcionaba perfectamente, para recoger la ropa recién lavada y hacer las maletas. Lo que encontró, fue más de lo que esperaba.
Y entonces, Merly gritó desde abajo.
_ ¡Hermanitooo! –pausa brusca en su voz. Como si algo le hubiera tapado la boca.
Aaron no sabía que hacer estaba en una intrincada. Miró hacia dónde provenía el grito. Descubrió la llegada de seis de ellos. Ya era tarde, sería mejor quedarse en donde estaba.
Solo había tres en el techo: Aaron, su madre y el zombi que se la engullía. Todavía no se ha percatado de su presencia. Eso le da tiempo.
Aaron toma un ladrillo, que afortunadamente tenía al alcance. Espera. No quiere ser él quien ataque primero. Lo mira, pero no puede aguantar un segundo más verle comerse a su madre.
Es el mismo del comienzo. El de la cara ensangrentada y envuelta en llamas. Corre hacia él. Hacia eso. Levanta la mano, como si es ella llevara un puñal y la baja con brío. Antes de que el zombi pudiera gruñir, ya estaba con los sesos esparcidos por el techo.