Lograr escapar de casa fue difícil. No pensó que lo lograría. Se iba a rendir. Pero a pesar de las contras, pudo salir librado.
A su hermana y su madre, ya las perdió. No le queda nada más. Pero… su novia. Debe buscarla.
No perdería nada yendo a verla. Tina. Se pregunta si estará bien o si a estas alturas, ya está muerta o infectada, como su pequeña familia. Aunque llegaría a ser lo mismo, incluso peor, terminar infectado.
Camino al Sur. Le quedaban muchos kilómetros. Debía empezar la travesía ya. Aunque es de tarde. No falta nada para anochecer. Mejor mañana. Esperaría. No quisiera que la noche lo coja en medio de la nada, con el peligro asechando a flor de piel.
Mientras, al otro lado de la ciudad, un par de hermanos entran a un hospital, peor que abandonado: Huérfano. Parece que allí nunca hubo nadie. Que nunca estuvo habilitado. Que está desamparado desde inicios de siglo.
Pero a lo lejos, en una de las habitaciones, pasando la sala principal, ven una mano tendida. Está manchada de sangre. ¿Sería uno de ellos?
Con todo el pavor, deciden acercarse. Pasos suaves, para no ser descubiertos. Respiración pausada. Andar sigiloso en toda la amplitud de las palabras.
Escuchan un ajetreo, similar a ronquidos de gato. Es el cuerpo tendido en el piso de cerámica. Se asoman con cuidado. Parece sana, aunque está severamente lastimada y tiene mordeduras en el cuerpo. ¿Sería posible? ¿Cuánto tiempo se necesita para contagiarse?
_ No podemos dejarla.
_ No, hermanito. Pero está mal. Nos contagiará. No podemos. No, hermanito. Tengo miedo –dijo el mayor.
_ No te preocupes, tendremos cuidado. Yo la llevaré. Debes estar alerta, por si sucede algo.
_ No, no, no.
_ Toma. Ya te enseñé a usarla, hermano –le sonríe el menor y le pasa la escopeta–. Recuerda, debes…
_ Pisar firme y coger fuerte. Lo sé, hermanito.
_ Exacto, sino, te caerás o se te caeré el arma. El cualquiera de los casos, significaría tu muerte, dadas las circunstancias actuales.
_ No, hermanito. No. Todo irá bien.
_ Ahora, ayúdame a levantarla.
Entre ambos, pusieron a la enfermera en los hombros del menor, el más fornido de los hermanos.
_ Andando –ordenó, cuando ya estuvo estabilizado.
Pero cometieron un error garrafal, tremendo: El verificar que todas las habitaciones y todo el ambiente esté despejado, libre de aquellos.
Algo repiqueteo en el suelo. Un objeto metálico había caído. Un gafete: “Linda Mava P.”, leyó el hermano mayor.
_ Que nombre más bonito, hacía honor a su nombre, ¿Verdad, hermanito?
_ No es tiempo de galanterías. Apurémonos.
Otro sonido, pero esta vez más estrepitoso se oyó a lo largo del pasillo, del ala Este. De la última habitación, dos médicos y una enfermera (dedujo el menor, por las batas y el quepí), salían con cara de pocos amigos. O al menos, con el resto de cara que les quedaban.
_ ¡Corre, hermanito! –gritó el hermano mayor.
_ ¡Idiota! –le resondró el menor.
Si es que acaso, aquellos seres semimuertos, semivivos o como estén, tenían dudas de lo que veían, con aquellos ojos inyectado de sangre; el grito había ayudado a estar seguros: Tenían su almuerzo ante ellos.
A pesar de la diferencia de pesos, con las cosas que llevaban, el hermano menor le sacó ventaja al mayor, que solo llevaba la escopeta entre las manos.
_ Colócate y dispara.
_ No, no puedo. No. No –gritaba, a modo de respuesta, el mayor.
_ ¡Dispara por Dios! Eres un hijo celestial, eres especial en todos los sentidos.
_ Soy un simple especial. Soy un Down.
_ No eres un simple Down, Duncal. Eres mi hermano y un digno hijo del Señor.
Las piernas cortas de Duncal no le ayudaban en la carrera. Paró en las primeras gradas de bajada al primer piso. Recargó, apuntó y disparó. El retráctil casi le hace caer de espaldas. Hubiera sido fatal.
_ ¿Tumbaste a alguno? –preguntó Kenny.
_ Me tumbé dos fluorescente –respondió Duncal, inocentemente–. ¿Eso cuenta?
_ Al menos no te caíste –le dijo el menor, conteniendo la carcajada. No era momento de diversión.
Llegando al último escalón, por infortunios de la vida (o la muerte), Kenny trastabilló, hizo lo posible para mantenerse de pie, sobretodo, para no lastimar a Linda, la enfermera que tenía tras la espalda.
A pesar de todo esfuerzo, no evitó lastimarse el mismo. Si uno de los médicos que lo persiguen para devorarlo, estaría sano y lo revisara, le hubiera diagnosticado esguince de tercer grado.
La camioneta no estaba lejos. Pero no podía seguir cargando a la enfermera, sería muy arriesgado y pondría a todos en peligro.