Y entonces, el extranjero tomó a Lázaro de la cabeza, con ambas manos, y le ordenó: “Levántate y lárgate de aquí”. Pero no pasó nada. No era tan milagroso después de todo.
Se giró y les dijo a sus seguidores: “Definitivamente hemos perdido a este hombre. Ya no es nuestro hermano, ni es hijo de nuestro Señor, sino…”.
Y Lázaro se levantó, y saltó sobre el extranjero, mordiéndole el lado derecho del cuello y salpicando de sangre a los que estaban cerca.
Interrumpió el discurso, pero todos sabíamos lo que continuaba. Eso ya no importa ahora. Se acabó el inicio de una leyenda, de forma trágica e inverosímil.
Debemos dejar enaltecida la locura de este humano ordinario.