Pudo escapar. Estaba sano. Ni un rasguño. Esos seres son altamente torpes. El virus les come el cerebro y a pesar de estar “vivos” en cierto sentido, todas sus funciones estaban deterioradas.
Ya se lo había explicado su hermano, en muchas ocasiones: “Si los zombis existieran, no podrían ser tan rápidos, ni tan fuertes como en las películas. Pues sus sistemas están clínicamente muertos y sus cabezas no serían más que un licuado de sesos”.
Escondido en el cuarto de lavandería, ubicado debajo de las escaleras, esperó a que los tres se descuidaran. Pero demoró demasiado. Cuando Kenny oyó la camioneta partir, salió y con la culata de la escopeta destrozó las cabezas de los tres. No había rastro alguno del vehículo.
Ahora tendrá que buscar a un hermano que, obviamente no sabía, ya no pertenecía más a este mundo, pero que se sacrificó como uno de sus tantos adorados héroes de cómics.