Él era un diez de primera instancia, siempre atento y detallista en cualquier momento.
Sin embargo bajaba a un nueve cuando me manipulaba para que accediera a sus antojos y si no accedía me hacía sentir culpable.
Durante las ocho horas en las que él decide alejarse y evitarme para no tener que hablarme.
Por qué, según le existían siete razones válidas, para ignorar totalmente mi presencia.
Mientras que yo tenía que soportar los seis días en los que él decide desaparecer sin dejar rastro alguno y dejando mi alma desolada.
Y siempre eran cinco los girasoles que traía en su mano, para pedirme perdón, diciendo que no lo volvería a hacer.
Y tan solo bastarían cuatro horas, para que él volviera a lastimarme con sus actitudes de indiferencia.
Donde al darse cuenta acabaría dándome tres motivos que justificaban sus actitudes.
Y al final como él siempre terminaría rompiéndome en dos el corazón.
Y como siempre, yo terminaría buscando un motivo válido, para justificar lo que él hace conmigo y mi estabilidad.