Historias del Cáncer

Juana Borja

Mi nombre es Juana Borja, tengo veinticinco años y soy enfermera. Hace unos dos años trabajaba en las guardias de los viernes por la noche del Hospital General de mi ciudad. Allí conocí a mi adorado mentor, el doctor Eduardo Balistrelli, oncólogo. Es simplemente mi inspiración. Tiene alrededor de cincuenta y cinco años pero su alma es como la de un niño. Es simple, honesto, divertido y aunque su apariencia algo desalineada no lo revele, es muy sabio. Es mi modelo a seguir en muchas cosas y con el tiempo, lo he llegado a apreciar como un padre. Tal vez si no me hubiera cruzado en su camino, jamás se me habría pasado por la cabeza enredarme con la oncología. Siempre la vi como una especialidad algo tabú. Nadie en su sano juicio hubiera elegido conscientemente seguir esta rama de la medicina. Pero después de ver con otros ojos la realidad, me enamoré de ese mundo aunque sea algo difícil de explicar.

Los pacientes que son diagnosticados con esta enfermedad no se parecen a nadie que haya sido diagnosticado con cualquier otra cosa en el mundo. Es la gran y temida palabra con “C” que nadie quiere pronunciar, mucho menos cuando hablamos de la salud de un ser querido o de la propia. Pero después de pasar esa barrera, se revela el verdadero ser de cada paciente. Ese que se muestra vulnerable y honesto consigo mismo y con los demás.

Recuerdo que aún trabajando en las guardias nocturnas, fui llamada por el doctor Balistrelli. Quería hacerme una propuesta. Algo contrariada fui a verlo, pues no se me ocurría qué podría querer conmigo. Yo me consideraba una más del montón de trabajadores y no sospechaba que podría haber llamado su atención. Tiempo después me confesó que le había gustado como trataba a los pacientes de la guardia. Que a pesar de que probablemente no los volvería a ver nunca más, yo jamás perdía mi amabilidad y tenía paciencia con ellos. Justo lo que él necesitaba para su proyecto.

Me paré tontamente nerviosa frente al jefecito y él con una simple frase me tranquilizó.

-No te pongas nerviosa muchacha, que si te fuera a hacer algo malo te hubiera mandado con el doctor Valente (conocido Don Juan del hospital)- y lanzó una carcajada ante mi cara estupefacta, que solo hizo que mi carcajada posterior fuera tan sonora como la de él.

Después de romper el hielo, me contó que junto a otros cuatro colegas oncólogos habían montado una clínica especializada en oncología llamada CIO, que no eran más que las siglas de Centro Integral de Oncología.

Su propuesta consistía en entrenarme en calidad de becaria, en la ejecución de tratamientos quimioterápicos.

En ese momento me sentía abrumada. No sabía que contestar, aunque mi decisión de rechazar la oferta, por miedo a lo desconocido, ya se había formulado en mi cabeza. Pero mi bocota se abrió y dije inconscientemente –Sí, me encantaría- (hasta con una sonrisa).

Y mi parte consiente quería golpearme por ser tan idiota. ¿Cómo iba a hacer con mi trabajo en el hospital, esta “beca” y mis estudios de medicina (olvidé contarles que en ese tiempo yo estaba cursando el segundo año de medicina).

Yo realmente era un caso para psiquiatra. Mi mente planeaba algo y al parecer la conexión con mi lengua se perdía en el trayecto y terminaba diciendo cualquier estupidez.

Pero hoy, dos años después, no me arrepiento de nada. A pesar de los altibajos es la mejor decisión que pude haber tomado. Los mejores momentos de mi vida, los que me forjan como profesional y como persona, que me hacen crecer y creer los estoy viviendo ahora.

 

 



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En el texto hay: esperanza, medicina, historiascortas

Editado: 10.04.2020

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