Un día de invierno conocí a Susana M. Era una señora mayor con cabello corto de color plata. Vestía bastante elegante combinando una bella capa negra con una bonita boina roja. Tenía unos ojos azules maravillosos con una profundidad que te dejaban sin aliento.
Era una mujer maravillosa, culta y hermosa. Compartíamos el amor por la lectura y eso me hacía conectar con ella de manera especial.
Se trataba su cáncer de mama con un esquema por el cual solo asistía una vez cada veintiocho días y entre cita y cita venía a controles religiosamente. Por lo tanto no pasaba mucho tiempo con ella, pero cada momento era un tesoro a su lado. Siempre venía sola, pues du único hijo vivía en Miami con su pareja y le era imposible regresar a nuestro país. Aunque tengo entendido que estaba muy pendiente de ella aún a la distancia.
Es bastante común que los pacientes sientan cierto agradecimiento por la atención que reciben de nuestra parte. La verdad es que me siento muy complacida cada vez que alguien tiene un detalle conmigo, sea grande o pequeño. Me llena de orgullo, amor y una sensación de calidez indescriptible que me sale por los poros. He recibido masitas, sandwichs, galletitas, chocolates y todo tipo de cosas ricas (las cuales amo sin distinción), invitaciones a reuniones familiares, fiestas, toallas personalizadas, bijouterie, cartitas, tejidos, etc. Pero lo que más he recibido es cariño sincero. Lo que me lleva a Susana. Ella llegó un día con un regalo que jamás hubiera imaginado…una preciosa y enorme vela aromática y un poema mal atribuido a Gabriel García Márquez que me hizo llorar de emoción. Cada vez que nos veíamos alguna cosa me traía y aunque me sentía muy halagada le decía que no era necesario, pues su amistad sincera y su entretenida charla para mí era un regalo más que suficiente. Con una sonrisa que mostraba su preciosa dentadura y unas arruguitas preciosas que se formaban al final de sus ojitos me dijo: -No pienses mal, yo lo hago porque me nace. Sabes que mi hijo está muy lejos y muchas veces me siento sola. Y cada vez que vengo me hace inmensamente feliz que aunque sea por una pocas horas y en estas circunstancias tan bizarras, yo me olvide aún aquí, de mi enfermedad y mi soledad. Yo se que tal vez sea una paciente más pero para mí eres muy especial-
Mis ojos se llenaron de lágrimas y no pude más que abrazar su delgado cuerpo llenándome el corazón con su dulzura.
-No sabes lo bien que me hacen tus palabras y para mí también eres muy especial- dije con toda sinceridad.
Y el tiempo transcurrió y cada vez sus visitas fueron más distantes, ya que su tratamiento evolucionaba muy bien. Hasta que un viernes casi a la hora de salida llegó con una hermosa bolsa con rayas horizontales con dos tonos de rosa de una reconocidísima marca internacional que estaba escrita en letras plateadas (que por supuesto yo desconocía). De adentro salían unos delicados papeles en rosa y lila que hacían el adorno de todo el empaque.
-¡Hola Juana!¡Qué bueno que te encontré!-
-¡Hola mi reina!¡Qué alegría volver a verte!-
-A mí también me alegra mucho verte aunque vengo a despedirme. Me voy a vivir lo que me quede de vida con mi único hijo y la verdad que ya no me parece tan mala idea.-
-¡Qué emoción! Sé que va ser difícil dejar todo atrás pero nunca es tarde para un nuevo comienzo y menos si es rodeada de la gente que te ama.-
-Lo sé. Por eso quise venir a darte un último regalo. Aunque esta vez no es de mi parte. Es algo mi hijo te envía en agradecimiento por tratarme tan bien y desinteresadamente. Espero que te guste.-dijo extendiéndome la bolsa hacia mí.
- ¡Esto es demasiado Susi!-
-Nunca subestimes tu valor. Para mí tu amistad siempre valió más-y tomando un respiro comenzó a citar algunas palabras del poema que me trajo la primera vez -Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.-
Y yo respondí:- Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero y que nunca te olvidaré. El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser a última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para un sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.-
-Te acordaste-
-Claro que sí- respondí
-Gracias por todo amiga-me dijo mientras nos fundíamos en un abrazo con nuestros rostros empapados por las lágrimas.
-Gracias a ti- dije de corazón.
Esa noche volví a mi casa con mi corazón dividido. Por un lado estaba feliz porque en algún punto sentía que estaba haciendo las cosas bien si en al menos una persona dejaba huella aunque ya nunca más la volvería a ver, lo que me ponía un poco triste.
Abrí el bello paquete y mi corazón se detuvo al ver una hermosísima cartera que parecía haber sido hecha para mí y una loción perfumada deliciosa que aunque intenté jamás pude volver a encontrar.