Historias Dementes

Don Juan

Los rayos de sol vespertinos entraban por el parabrisas, dando directamente sobre la cara de Jaime, quien tenía que conducir con una extraña postura tratando de evitarlos. Llevaba ya 3 horas conduciendo y le dolía la espalda; pronto tendría que detenerse. Tal vez habría un motel cercano donde pasar la noche.

La carretera se veía inusualmente vacía; apenas se había cruzado un par de camiones en la última media hora, lo que parecía extraño, especialmente pensando que era sábado, día en que muchas familias utilizaban esta ruta para llegar a la playa.

La calma había sido tal que Jaime comenzaba a sentir pesados los ojos. Le costaba mantener la atención fija y agitaba su cabeza de vez en cuando para mantenerse alerta. Pensó que era momento de detenerse cuando algo enorme salió de la maleza y se atravesó en su camino. Tuvo apenas tiempo de reaccionar, giró el volante y metió freno al mismo tiempo. En una fracción de segundo, pasaron muchas cosas: el auto hizo un giro brusco, alcanzando a esquivar lo que había salido al camino; Jaime se golpeó con el volante del auto y aquello que salió, que parecía un caballo, siguió su camino.

Jaime despertó minutos después, o eso pensó basado en la luz del sol que aún golpeaba fuerte su rostro. Miró alrededor y le sorprendió que no hubiera rastro de más autos, mucho menos ambulancias. Arrancó el motor y orilló el auto. Una vez detenido, bajó a revisar el exterior, que parecía estar bien. Aparentemente, no había golpeado al caballo. Su cabeza le dolía mucho y, a juzgar por el rastro de sangre en el suelo, el golpe había sido más fuerte de lo normal. Revisó manualmente la herida pero no encontró nada. Miró nuevamente el rastro de sangre y vio que salía de la maleza, justo donde había salido el caballo.

Tal vez fue el duro golpe en la cabeza, de otra forma no podía explicarse qué lo motivó a seguir el rastro, pero lo hizo. Al ver la cantidad de sangre en el suelo le sorprendió que un animal pudiera seguir de pie y aún más, que pudiera correr. Caminó unos 50 metros; en ocasiones, el rastro se hacía apenas un fino hilo de líquido vital, pero más adelante volvía a convertirse en grandes charcos.

Después de caminar por aproximadamente 100 metros, el rastro llegó a su fin. Un gran charco de sangre estaba en el piso junto a un morral y lo que parecía una camisa de manta. ¿Sería posible que hubiera una persona aquí cerca? Jaime caminó unos cuantos metros en varias direcciones buscando a una posible persona que hubiera atacado al caballo, pero lo único que encontró fue un casquillo enorme, parecía de escopeta.

Jaime regresó a su auto, intrigado por lo que había visto, y al llegar a la carretera se sorprendió por lo que vio: un enorme perro negro estaba cerca de su auto, caminaba con dificultad e iba cubierto de sangre. Jaime observó de lejos, ya que aún podía ser peligroso. El perro chillaba de dolor y se echó a lamerse sus heridas, miró a Jaime pero no hizo nada por moverse, solo se quedó ahí echado, esperando su muerte.

Jaime caminó a su auto, tomó su celular mientras buscaba hoteles cerca de ahí. Camino hacia donde estaba el perro, pero al acercarse donde se había echado, el perro ya no estaba. Pero ahí, en un gran charco de sangre, se encontraba un anciano, sin zapatos y con el torso desnudo, muerto.



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En el texto hay: historias cortas, amor, terror

Editado: 13.12.2024

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