Título: La Copa Maldita
Siempre había sido escéptico en lo que se refiere a lo paranormal, pero cuando un grupo de amigos me invitó a jugar con la copa, no pude resistir la tentación de probarlo. Era una especie de ritual que prometía Título: Recuerdos en la Oscuridad
Era una tarde nublada cuando decidí visitar el cementerio donde estaba enterrada mi madre. Era el primer aniversario de su fallecimiento, y aunque había pasado el tiempo, todavía me dolía su ausencia. Encontrar un momento de paz en su tumba me parecía esencial.
El camino hacia el cementerio estaba cubierto de hojas secas, y el viento susurraba entre los árboles. Al llegar, sentí una inquietante tranquilidad. Las nubes habían oscurecido el cielo, y la luz se desvanecía lentamente. Caminé entre las lápidas, cada una con su propia historia de vida, dejando atrás las memorias del pasado.
Al acercarme a la tumba de mi madre, noté que unas flores recién puestas estaban a su lado, su color vibrante contrastaba con la frialdad del mármol. Debido a la lluvia del día anterior, el suelo estaba un poco blando, y los sonidos de mis pasos resonaban en la quietud. Me arrodillé, dejando escapar un suspiro, mientras sentía la brisa helada en mi rostro.
Un manto de nostalgia me envolvió. Comencé a hablarle, a contarle sobre mi vida y lo mucho que la extrañaba. Mientras lo hacía, un escalofrío recorrió mi espalda. Miré a mi alrededor, pero no había nadie. Sin embargo, la sensación de ser observado me dejó inquieto.
Fue entonces cuando escuché el crujido de ramas detrás de mí. Al girarme, vi a una figura en la distancia. Parecía un hombre, vestía un abrigo largo y oscuro. Su rostro estaba en sombras, y sus ojos no reflejaban luz. Una sensación de terror me invadió, pero, en un intento por controlar mis emociones, decidí ignorarlo y continuar hablando con mi madre.
Pero mientras hablaba, la figura se movió hacia mí. No hacía ruido, como si flotara en lugar de caminar. Al mirarlo de nuevo, podía sentir que mi corazón aceleraba, atrapado en una mezcla de curiosidad y miedo. Cuando comenzó a acercarse, un viento fuerte azotó el cementerio, haciendo que los árboles crujieran ominosamente.
"No puedo quedarme aquí", pensé, y traté de levantarme. Pero justo en ese momento, un grito desgarrador resonó en el aire. Era un lamento que parecía provenir del propio suelo, un eco de dolor que atravesó mi ser. Miré hacia abajo; las hojas se agitaban, como si algo estuviera tratando de liberarse de la tierra.
Aterrorizado, giré nuevamente hacia la figura. Ahora estaba más cerca, y sentí un frío que iba más allá de la temperatura ambiente. Sus ojos, negros como la noche, me miraban fijamente, y comprendí que no era una presencia benigna. Algo en su expresión reflejaba una tristeza palpable, pero había una opresión en su aura que me decía que su naturaleza era más perjudicial que protectora.
"¡Déjame en paz!" grité, retrocediendo. Y en ese instante, el lamento se intensificó, resonando como un grito de advertencia. La figura se detuvo y extendió un mano huesuda hacia mí, como si intentara comunicarme algo, pero la desesperación en su rostro era abrumadora.
Mientras me giraba para escapar, sentí que el suelo temblaba bajo mis pies, y las lápidas parecían moverse, como si una fuerza ancestral estuviera despertando. Sin pensar en las consecuencias, corrí hacia la salida del cementerio, mis pasos resonando entre los ecos de aquel lamento desgarrador.
Cruce las puertas, respirando rápidamente, y solo me detuve hasta que llegué al coche. Miré por el espejo retrovisor. La figura se había desvanecido, pero el eco de su dolor aún resonaba en mis oídos.
En los días siguientes, no pude sacudirme la sensación de que algo me había seguido. Las sombras se alargaban, y el viento susurraba los secretos de los muertos. A veces, aún escuchaba ese lamento en mi mente. Tal vez nunca debería haber ido a visitar a mi madre esa noche. Y ahora, el cementerio se había convertido en una prisión de recuerdos aterradores, donde el lamento de almas en pena se entrelazaba con las de los que aún amamos. con los espíritus me parecía intrigante, aunque también un poco estúpida. Sin embargo, mi curiosidad me ganó.
Nos reunimos en la antigua casa de una de mis amigas, un lugar con un pasado envolvente. La decoración era escalofriante, con muebles cubiertos de polvo y un aire de abandono que parecía alimentar mis nervios. El ambiente se oscureció cuando comenzamos a encender las velas, creando sombras inquietantes que danzaban alrededor de la sala.
Nos sentamos en círculo en la mesa, la copa en el centro. Las reglas eran simples: hacer preguntas y mover la copa entre todos, esperando que se detuviera en una letra que formara palabras. Durante los primeros intentos, no sucedió nada. La copa permanecía inamovible y mis amigos comenzaron a reírse, burlándose de la situación. Pero cuando todo parecía perder el interés, ocurrió lo inesperado.
Una brisa helada recorrió la habitación y, por un momento, perdimos el control de la copa, que comenzó a moverse con rapidez sobre la mesa. Todos los rostros se tornaron serios. "¿Hay alguien aquí?", preguntó una de mis amigas. La copa se detuvo en "SÍ". El ambiente, que antes era ligero, se volvió tenso y pesado.
Las preguntas comenzaron a fluir. "¿Te llamas...?" La copa deletreó “E-L-I-S-A”. Un silencio incómodo llenó la sala. Mi mente trataba de encontrar una lógica a todo, pero algo en la atmósfera me decía que nos habíamos adentrado en aguas peligrosas.
“¿Quieres comunicar algo?” preguntó otro amigo, casi a regañadientes. La respuesta fue otra vez un “SÍ”, seguido de un patrón agresivo que deletreó “D-E-M-O-N-I-O”.
El terror comenzó a implantar sus raíces en mi pecho. Mientras los demás insistían, sin darse cuenta de las implicaciones, el aire se volvió aún más frío. Las velas parpadearon, y un estruendo en el piso de arriba resonó como un trueno. Algunos se miraban entre sí con miedo, pero la ambición de saber más seguía presente.
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Editado: 20.09.2024