El tren se detenía lentamente conforme llegaba a la estación, había un silencio en todo el vagón y las viejas luces iluminaban débilmente, protegiendo a los pasajeros de la oscuridad del túnel subterráneo.
Se detuvo al fin con un chirrido característico, las puertas se abrieron y el único pasajero salía, Gabriel miro la hora en el reloj a un lado del cartel de la estación Tacubaya, 9:35PM, empezó a caminar por los fríos y solitarios pasillos de la estación. Los únicos sonidos que se podían oír eran los zapatos de Gabriel golpeando el piso de mármol, siguiendo su ruta habitual salió de la estación.
La noche se cernía sobre la ciudad y las luces de los edificios se observaban a lo lejos, la callea diferencia del metro estaba algo más concurrida, Gabriel veía pasar hombres, jóvenes, algunos vendedores que se retiraban, parejas tomadas de las manos, estos últimos causaban un efecto depresivo en Gabriel, nadie lo esperaba en su departamento.
Gabriel caminando inconscientemente empezó a recordar su pésimo día, la mañana lo recibió con el pago de su renta, el cereal se acabó y los huevos escaseaban, pudo cocinar apenas una ración que lo saciaba medianamente. Así que tuvo que comprar un pequeño desayuno fuera, y, por si no fuera poco, se lo tuvo que comer rápido por el tiempo que le quedaba antes de empezar su turno en el trabajo.
Su cartera obviamente sufrió las consecuencias del gasto extra y las compras, Gabriel con una mano sostenía su viejo portafolios y con la otra agarraba 2 bolsas de plástico, una con sumisitos y la otra con su cena.
El trabajo fue más de lo mismo, trabajo todo el día en su cubículo haciendo cuentas que parecían interminables. La fotocopiadora se había averiado y su jefe lo culpo al frente a toda la oficina, tuvo que llamar al técnico e ir por más papel en la bodega. El regaño fue lo de menos, su jefe, tan especial como era, le agrego una hora más de trabajo. La oficina se quedó solitaria en menos de 10 minutos de la hora de salida, y tuvo que apagar todas las luces, cerrar todas las puertas y sellar su ida. Esto ya no le provocaba ira alguna, a lo largo de estos 10 años había aprendido a dejarlo ir.
Sus compras fueron tal vez la parte más aceptable del día, al final termino casi sin nada en su cartera. Lamentándose por eso, y por no administrar adecuadamente sus provisiones, Gabriel siguió caminando. Le costaba un poco acomodar sus lentes con las manos ocupadas, las calles cada vez se hacían más oscuras y solitarias nuevamente.
Al fin llego a su edificio departamental, checo su correspondencia, encontró lo habitual, metió todo el correo en su portafolios y camino hacia el elevador, que hacía ruidos extraños al subir. Las puertas se abrieron al llegar a su piso, Gabriel salió y camino hacia delante, podía ver las luces encendidas en las ventanas de los demás departamentos. También podía oír las voces alegres de las familias que habitaban ahí.
Abrió la puerta de su departamento, que, como siempre, hacia un chirrido causado por las viejas bisagras. Dejo su portafolio y las demás bolsas en su mesa del comedor, se quitó su saco y lo puso sobre el sillón, desabrocho su corbata y vacío el contenido de las bolsas de plástico. Coloco las verduras en el refrigerador, los huevos en su canasto y las frutasen el frutero en el centro de la mesa.
Saco el plato desechable y retiro el aluminio en el que estaba envuelto revelando el contenido, unos 6 tacos de pastor provenientes de la taquería cerca de su trabajo. Saco la botella de refresco de cola de 2.5 litros y vacío un poco en un vaso, lo puso cerca del plato y se sentó.
Se quedo quieto, escuchando el profundo silencio, tenía la mirada inerte sobre su cena. Fue un mal día, las luces de su sala y cocina empezaron a apagarse y prenderse, tan salvajemente que parecía que alguien movía el interruptor rápidamente. La silla de enfrente se cayó, y Gabriel alzo la mirada.
Frente al estaba un fantasma, una chica pálida y demacrada con el pelo largo hasta las piernas, túnica blanca, ojos y pelo oscuro. Ahí, iluminada por el débil foco del techo, Gabriel y el fantasma cruzaron mirada.
Gabriel tomo una servilleta, tomo 3 tacos y los extendió hacia el fantasma, que lo miraba inerte, acomodo sus lentes y mordió un taco. Las lágrimas empezaron abajar por su cara, lagrimas acumuladas de años. Ahí, enfrente del fantasma, se quebró, el fantasma le seguía mirando, inerte. Le gustara o no, el fantasma era su única y primera compañía en 12 años.