Oliver no dejó de gritar durante todo el trayecto. Estaba asustado y titiritando del frio por estar tanto tiempo en la intemperie. Pero, una vez que la araña lo dejó caer al suelo, sintió la calidez del refugio. Miró a su alrededor, el túnel estaba cubierto de seda y sellado por una red del mismo material.
En seguida reparó en la creatura que tenía de frente, la cual no se molestó en aparecer en todo su esplendor. El robot araña caminó de puntillas sobre la tierra rocosa y oscura. El corazón del niño latió con mucha intensidad ante la expectativa de lo que iba a suceder. Cada pisada del robot provocaba que las partículas de tierra bailaran alrededor del chico. También tenía miedo de hacer un mal movimiento y poner a su captor sobre aviso. Sin embargo, Oliver agradeció que, dentro de todos sus temores, la aracnofobia no estuviera entre ellos, o de lo contrario, ya estaría perdido.
«Hari dijo que los robots protegen a los humanos. Solo debo evitar mirarlo a los ojos para que no se enoje» pensó aquel niño con la mirada clavada en la tierra.
Entonces se concentró en los latidos de su corazón. Para aliviar las molestias, tomó una bocanada de aire, la retuvo y en seguida exhalo. Al final, terminó con un dolor en las costillas y con un doloroso vacío en sus pulmones. La sensación resultó contraproducente.
La criatura robótica se componía de un exoesqueleto metálico situado en la zona del torso. La espalda tenia extraños dibujos con detalles intrincados. De su cuerpo ovalado se extendían cuatro pares de patas locomotoras unidas por articulaciones y segmentos velludos. El abdomen era cilíndrico con patrones geométricos en los que predominaban los colores naranja y negro.
—No me hagas daño, por…por favor— titiritó Oliver tratando de soltarse del agarre de la cinta sedosa que aún lo mantenía cautivo — Si no me dejas ir, mis amigos te…te golpearan — agregó.
Oliver comenzó a sentir que no había aire dentro del túnel. Pensó que por estar debajo de la tierra y continuar amarrado, no podía respirar correctamente. A continuación, comenzó a hiperventilar mientras miraba a todos lados, en busca de una idea para sobrevivir. Luego de una devastadora lucha gestada en su mente, dejó escapar el último aliento y ya no luchó contra la seda amarrada a su cuerpo.
Pasados los minutos, se tomó su tiempo para inhalar por la boca ya que su nariz terminó congestionada. Oliver buscaba aligerar la tensión depositada en cuello y hombros. Así paso el tiempo hasta que recuperó el control de la respiración. Para el niño, la sensación que se produce cuando obtiene una calificación perfecta, no se compara a la tranquilidad que siente cuando se destapa uno de los hoyos de la nariz.
«¡Funcionó!»
Ya en una ocasión, Hari le había pedido que contara hasta seis dando a entender que el truco era respirar despacio, largo y tendido; sin prisas.
—Los robots no pueden ser amigos de los humanos, solo deben proteger y servir. Creo que ellos te mantenían cerca debido a sus intenciones ocultas — declaró la araña con voz monótona. Sus ojos no dejaban de parpadear.
Oliver comenzó a sentirse mareado, otra vez estaba forzando la entrada de oxígeno. El niño carraspeó para liberar su garganta después de acomodarse en el suelo, cansado de estar en la misma posición durante mucho tiempo. Aunque su mirada recayó en el techo, lo cierto es que su mente se encontraba en otro lado. Específicamente en el sillón junto a su madre donde cada noche le contaba una historia del Libro de Cuentos Infantiles. El hecho de anticipar una muerte trágica a manos de aquella criatura, y de creer que jamás volvería a casa con sus padres; hizo que, de nuevo, surgiera la molestia en su brazo derecho. Luego, la punzada se extendió hacia el corazón.
—Si algo malo me pasa… ¡Hari te buscará! — grito con las pocas fuerzas que le quedaban.
A continuación, el arácnido agachó la cabeza al nivel del niño y lo observó por algunos minutos, algo que para el niño resultó ser una eternidad: —Solo te estoy protegiendo, humano. Por lo que mis sensores captan, puedo interpretar que tu pulso perdió el ritmo adecuado.
Los ojos del autómata se ampliaron, incluidos los ojillos ubicados en los costados de su cabeza.
—¡Mírame, humano! Soy un robot programado para servir a la humanidad. ¿Piensas que yo te haré daño?, yo no soy tu enemigo. ¡Levántate! — exigió el robot con voz hipnótica.
Oliver quedó encandilado con los brillantes ojos del robot y un efecto sedante invadió su cuerpo atrofiado mientras repetía las palabras que escuchaba: —No temo a nada.
El niño cayó al suelo ante el repentino sueño que comenzaba a envolverlo. El nudo de la telaraña se desató hasta que Oliver quedó profundamente dormido.
Presurosa, la araña robot salió de su escondite. Finalmente, la tormenta había cesado, aunque el lugar se convirtió en la zona cero del desastre. Voló por el oscuro cielo estrellado hacia el otro extremo del río, con la intensión de echar pleito y acabar con los malvados. Antes los había visto en el ejido Icamole, muy cerca de la Parroquia de San Juan Bautista. Le pareció extraño que los histriónicos anduvieran con un pequeño humano, que más bien parecía una mascota feliz de que sus dueños lo sacaran a pasear.
Las reglas en el mundo virtual de los robots se hicieron con dos objetivos principales: no trasgredir el portal y no utilizar la vida humana para viajar a otra dimensión. Los niños no son escudos o un medio para obtener un fin. Incluso llegó a pensar que los robots también se infectaron con un “malware”. Es así que el arácnido resolvió seguirlos para averiguar lo que tramaban. Además, necesitaba saber qué ocasionó el vendaval sobre el lecho del rio y sus alrededores. Aterrizó en sus cuatro pares de patas frente a Hari quien, de inmediato, se puso a la defensiva activando la esfera de luz de su escudo. El conejo robot presentaba orificios tanto en su cabeza como en los brazos y piernas, producto de los proyectiles lanzados por el arácnido.