Hojas Amarillas

Capitulo 3: Un libro encontrado

–Y el ganador de la primera ronda es el grupo de...¡la Escuela Secundaria Zuvalía!

Elena y todo su grupo suspiraron resignados. Trabajar con peces fue un desastre y ahí estaba el resultado, un grupo de muchachitas saliendo ganadoras por mucho. No estaba bien esto de competir con chicos, era obvio que les sacarían ventaja en todo.

–Esta vez no se pudo, chicas. –Felisa, la mayor de todas, se encogió de hombros–Lo bueno es que ya es la hora de almorzar.

Antes de que terminara de anunciar aquello, más de la mitad del grupo estaba de pie, buscando sus carteras, listas para ir hacia el comedor.

–¿Qué les parece si las invitamos con nosotras?

Se giraron para mirar a Adela, "la mujer del perfume fuerte".

–¿A quiénes? –preguntó Elena.

–A las chicas que ganaron. Otras veces lo hemos hecho y la pasamos bien.

Elena miró a las chicas que, del otro lado del salón, se tomaban fotos y miraban con atención sus teléfonos. No parecían un grupo dispuesto a pasar un rato con un montón de viejas.

–No creo que quieran.

–Sí, es verdad, están en lo suyo, y hacen bien. –dijo Felisa, tomando del brazo a Adela para poder caminar sin tener que mirar el suelo.

En el comedor, se sentaron silenciosamente en una larga mesa, esperando al grupo de zumba que pronto llegaría luego de competir. Elena no cambió una palabra con nadie, sólo permaneció sentada y aferrada a su cartera, viendo a los meseros ir y venir con sus bandejas. Una y otra vez se preguntaba porqué aceptó participar en esto, sólo para pasar vergüenza. También se preguntaba quién fue el genial cerebro que creyó buena idea juntar jovencitos con viejos que estaban más cerca del ataúd que de un trofeo.

Al fin llegaron los de zumba, en sus rostros se veía la derrota.

–Esto ya no es para mí. –declaró Olga, dejándose caer en una silla junto a Elena–No sólo perdimos como en la guerra, ¡también me duele todo! Voy a necesitar alguna de esas pomadas para los músculos.

–Traje un frasco de eso. Pensé que te vendría bien.

–Por eso eres mi gran amiga, Elenita. Ahora necesito algo para tomar, muero de sed. No quiero competir más contra jovencitas, resisten muchísimo, y encima se burlaban de nosotros. Todo por culpa del cura.

–También ustedes, ir con un cura...

–¿Bueno qué le vamos a hacer? ¿Echarlo? Es verdad que no sirve para nada, pero...ay, ahí viene. Hola padre, hoy estuvo muy bien, lo felicito.

El cura se sentó frente a ellas, todavía agitado, y Elena le sirvió un poco de agua. Estefanía se acercó con su bebé, dos mujeres le hicieron señas para que se sentara en un lugar que le habían reservado. El bebé tosía bastante, las mujeres comenzaron a comentarle sobre distintos remedios caseros.

–Chicas en cuanto pueda hacer dormir a Pablo, iremos para la segunda competencia.

Elena casi escupió los spaghettis que acababan de servirle.

–¿Qué? ¿Hay otra?

–Claro, ¿pensabas que ya podías volver a casa? –Estefanía rió y eso alteró más a su hijo, comenzó a calmarlo mientras probaba la comida.

–Pero...ya perdimos.

–¡Aún no está todo dicho! Chicas, cuéntenle a Elena sobre todas las veces que empezamos perdiendo y luego fuimos recuperándonos.

Trató de tragar los fideos con ayuda de un poco de agua. Ella pensaba que habiendo perdido en primera ronda, ya no habría nada más por hacer. Lo peor es que estaba enterándose, por lo que comentaban, que la próxima competencia sería por parejas. Miró a su alrededor: Adela, más allá de su perfume mareador, era muy buena y rápida escribiendo. Felisa era más lenta al ser la más grande, pero tenía un vocabulario que cualquier universitario envidiaría. Susana y Beatriz, por el contrario, sólo charlaban y perdían tiempo, pero cuando se concentraban podían escribir verdaderas bellezas. Todas tenían demasiadas contras y pocas ventajas, pero ventajas muy prometedoras.

Olga la sacó de sus pensamientos comentándole algo sobre unas tiendas nuevas que quería visitar cuando tuvieran tiempo, y luego apareció Alan. Se lo notaba apurado e impaciente. Anunció que la competencia se adelantaba unos minutos y que trataran de terminar de comer pronto para no llegar tarde.

Como ya tenía el apetito afectado por las noticias, empujó su plato y se puso de pie, dispuesta a pasar por el suplicio lo más rápido posible.

–¡Bien Elena, esa es la actitud! –exclamó Alan, y tomándola del brazo, la acompañó hasta el salón de las competencias, donde varias de las chicas ganadoras de la primera ronda seguían tomándose fotos.

–Bien, –Alan sacó un papel del bolsillo de su jean–según los jurados, Elena hará pareja con...Agustina.

–¿Quién es Agustina? –lo miró espantada. Nadie del taller se llamaba así. Alan se dirigió a las jovencitas de los teléfonos.

–¿Agustina está aquí?

–¡Sí, soy yo! –una chica menuda, rubia y llena de bucles, levantó la mano y se bajó de un salto de la mesa en la que estaba sentada haciendo morisquetas para las cámaras de sus amigas.



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En el texto hay: literatura, amor, ancianos

Editado: 15.02.2021

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