7

     Terapia. Meditación. Libros. Videos. Internet. Nada había funcionado. Comenzó a pensar que quizás tenía algún problema mental. Como si su cableado hubiera venido fallado y simplemente no tenía solución. ¿Realmente viviría así para siempre?  
     En otro momento la respuesta hubiera sido que sí, que era un fracaso, que no se merecía nada de lo que tenía, ni la vida misma. Pero ese día era uno de esos pocos en los que se disponía a cambiar, a querer hacer miles de actividades a la vez, por más que no fueran siquiera de su agrado; algo tenía que hacer, para creerse útil, para <<mantener la mente ocupada>>, cómo le solían decir.  
     Lo primero era descargar una aplicación para hacer ejercicio. Anotaba todo lo que supuestamente iba a realizar aquella semana, ponía la alarma en su celular y comenzaba con la primer rutina del entrenamiento. Al terminar se sentía con más energía que nunca, como si todos sus problemas se debieran solo a su sedentarismo y todos sus males se hubieran terminado como por arte de magia. 
     En segundo lugar estaba la alimentación. Compraba varias frutas y verduras, organizaba su heladera y buscaba miles de recetas nuevas que anotaba en un menú semanal para estar <<más organizada>>. El desayuno pasaba de ser mate con tostadas para pasar a ser un plato con huevo, frutas, cereales, semillas que nunca había probado y, no podía faltar, un jugo de naranja exprimido. ¡Ahora sí se sentiría genial! Ya podía sentirlo en la sangre. Estaba casi curada. 
   Casi, porque faltaba el tercer paso: meditar. Una aplicación más. Se sentaba sobre una colchoneta, cerraba los ojos y comenzaba. No parecía tan complicado. Se concentraba en su respiración y se relajaba. Pasado unos minutos cuando sonaba el gong que anunciaba el fin de su sesión abría nuevamente los ojos y listo. ¡Curadísima! 
     La señora A no había aparecido en todo el día. Solo tendría que repetir los pasos cada día y la mantendría alejada. ¡Lo había logrado!