Se sentía mucho más liviana. Realmente había funcionado. Había llevado esa carga por muchos años y por fin había logrado deshacerse de ella. Aún quedaban cosas por resolver pero era un gran comienzo. Quiso incursionar un poco más en ese laberinto de emociones y pensamientos.
<<¿Qué otra cosa te hace sentir mal?>>
<<Muchas.>>
<<Escoge una.>>
<<La casa.>>
<<¿No te gusta?>>
<<Si me gusta. El desorden constante no.>>
<<¿Y por qué no la ordenas?>>
<<Lo hago. Pero es imposible mantenerla.>>
Cada semana se proponía mantener su casa impecable. Los primeros días lo conseguía. Se sentía entusiasmada y al despertar y ver todo limpio su humor ya era otro. Pero a los pocos días el desorden comenzaba a aparecer lentamente hasta convertiste nuevamente en un amontonamiento de platos en la pileta de la cocina, ropa sobre la cama, y juguetes repartidos por todas las habitaciones. “Luego lo ordeno” se convertía en nunca y su humor volvía a colapsar.
<<¿Realmente es imposible?>>
<<¡Claro que no! Mi mamá tiene la casa siempre impecable y no se la ve ni estresada.>>
<<¿Tu mamá vive contigo? ¿O acaso tiene tu misma vida?>>
La catarata de pensamientos se detuvo de golpe. Estaba sucediendo otra vez. Como si la respuesta se revelara ante ella iluminando su mente. Claro que su madre no vivía en la misma casa. Claro que su madre tenía otros tiempos, otro trabajo. No tenía hijos chicos. Veía año tras año como su madre se encargaba de todo, siempre atenta, todo controlado, con energía plena, siempre con una sonrisa, tan perfecta. En fin, muchas cosas las diferenciaban. Y sin embargo se empecinaba en ser como ella, y no poder la frustraba.
<<No puedo tener la casa impecable las veinticuatro horas.>>
<<¿Debes hacerlo?>>
<<Sí.>>
<<¿Por qué?>>
<<No sé. Es lo que se supone, ¿no?>>
<<¿Quién supone?>>
No hacía falta seguir pensando. Y así sin más decidió sacarse esa presión de tener que ser la supuesta ama de casa perfecta que tiene todo controlado, una idea que ella misma se había impuesto. Tenía que amoldarse a su forma de vida, sus horarios, sus responsabilidades. Dejaría de intentar de imitar a su madre o a cualquier otra mujer para empezar a ser ella misma. Comenzaría una nueva relación con los quehaceres del hogar. Dejaría que su marido hiciera su aporte sin sentirse culpable porque lo hiciera. Haría lo que podía y lo que tenía ganas, sin estresarse, a su tiempo.
<<Entendido. Segunda mochila afuera.>>
<<Bien. Sigamos con eso de ser tu misma. ¿Hay algo más que quieras reflexionar?>>
<<Creo que no. >>
<<Hablamos de tu hermano, de tu mamá. ¿Y tu padre?>>
<<Puff, mi padre.>>
Tomó un suspiro más que profundo y comenzó.