— ¿Tienes el valor de hacerlo en verdad?
No le respondí.
Cuando les hablo de la Muerte nadie me cree. Algunos piensan que Jesucristo existe y otros no, ¿cierto? Es lo mismo ¿Es el fin de la vida o el comienzo de otra? Quiero descubrirlo y ver si puedo demostrarlo.
— Ni te cuestionaré ni nada, pero lo que me dices es muy serio.
Lo miro de forma inexpresiva. "En serio, lo estás haciendo", pienso. Es mi costumbre no hablar demasiado.
Me levanté en dirección a la puerta de salida, me retuvo pero luego me dejó ir. Parecía un poco triste. Fui a comunicarle tal vez a mi único amigo que me había trazado un nuevo propósito: conocer a la Muerte. Sin embargo, todos piensan que voy a suicidarme y resultado de eso mi familia me tiene encerrada en casa. He tenido que escaparme, solo espero que no lo descubran. A pesar de que no le veía sentido seguir asistiendo a la secundaria, hubo quién no lo tomó de esa manera. El rumor se extendió muy rápido, aunque nadie le prestó mucha importancia debido a que yo soy una antisocial pacifista super conocida en la escuela.
— ¿Podría clasificar el tipo de movimiento que presenta este cuerpo? –me preguntó el instructor de Física.
Observé el pizarrón, luego mi libreta, discretamente a mi alrededor y rápidamente al maestro. Respondí justo lo que él quería y me dejó en paz. La mayoría de la gente dice que cuando repaso demasiado con la vista mi entorno es porque estoy distraída ¡Qué saben ellos de mis hábitos!
"Como sea...no es eso"
De niña recuerdo que los miembros de mi familia vivían preocupados del trabajo y los hijos; mis padres por el contrario, poco sabían de mí. No todos logran un equilibrio así. Hija única aprendí a cuidarme sin apoyo, es por eso que estoy adaptada al peligro. Trato de detectarlo con cualquier persona, momento y lugar; estar alerta ya es una de mis extrañas manías.
"Me volví una máquina igual que ellos"
— ¿Viste a esa engreída como nos miraba? –le cuestionó a la chica.
— Se rumorea que va a matarse...–termina de lavarse las manos.
— Bueno –responde aireada– si ese es el caso no conozco a alguien que la pueda hechar de menos –terminó en tono burlón mientras de reían ella y su otra compañera.
— Y se suponía que no habían rencores entre la jefa de disciplina y yo. Una más que me desea y a la que deseo bien lejos –susurraba irónica escondida en un rincón del baño, luego de haberlas sentido marcharse.
Hay quiénes imaginaron que no lo haría hasta que llegó el día de mi cumpleaños y desaparecí. No dejé testamento, me olvidé del castigo, falté al colegio y me aislé completamente en una antigua biblioteca que al día siguiente sería demolida.
Pensé tanto en mi velorio...
En la imágenes conseguí divisar claramente a esos hipócritas que durante años me han humillado por ser diferente, excluido de una posible feliz infancia, recreado como un espécimen exótico digno de comentarios maliciosos y golpes por la espalda. Fue tan conmovedora la escena que se me salían las lágrimas de la risa y por un instante pensé que me habían descubierto. Estaba subiendo las escaleras hacia la azotea cuando sentí una desgarradora punzada y caí de espalda rodando colina a abajo. Mi cabeza se rompió, la sangre empezó a abandonar mi cuerpo y perdí el conocimiento.
Era la Muerte.
Frente a mí estaba una persona encapuchada dos veces más alta que yo. Su cabeza era el cráneo de un cuervo, tenía ojos huecos, manos de hueso y a su izquierda llevaba la característica guadaña cuyo filo resaltaba a la vista. Un aspecto que cargaba la lúgubre atmósfera, capaz de nublar los pensamientos y los sentidos. El corazón se me quería salir del pecho.
— ¿Eres tú?
No respondió. Le planteé miles de cuestiones cada vez más exaltada, no me reconocía. Pálida la felicidad que provocaba el miedo, triste ante su indiferencia y contenta por tenerle tan cerca: mis latidos estaban divididos.
De pronto el silencio se desvaneció y muchas voces se hicieron escuchar. Cánticos, exclamaciones, versos, provocaciones, gritos, maldiciones, murmuros y suplicaciones... Toda la locura dentro de mi cabeza pero solo una adquiría mayor fuerza a cada minuto.
<< Nada puede detenerme: ni un palacio, la distancia o el tiempo. Soy lo que quiero que seas y hasta el más sabio pasa por mis manos. No se puede evitar lo inevitable, no llegar hasta el fin del juicio es imposible. Los labios de muchos tiemblan y las mentes de muchos me aclaman. Ustedes los mortales siempre culminarán el largo viaje de ida y sin regreso, a ese sitio en el cuál todos ustedes van a parar. En el mismo autobús, con destinos separados todos, con el único conductor que los puede enviar hacía allí.>>
"Sin embargo, recuerda..."
Escuché a alguien decir y entonces levanté la vista para percatarme de que la guadaña de la Muerte descansaba sobre mi cuello.
"La muerte no puede jamás volver a la vida"
"Nunca más"
Abrí los ojos de un impulso y para mi sorpresa estaba tendida en una cama de hospital. El lugar parecía más agitado que de costumbre.
A mi lado están él, lo deduje tan solo de mirarlo.
— ¿Estas bien?
Volteé la mirada. Seguro no pudo aguantarse, fue a evitar a que me lanzase del último piso de la biblioteca y debió ser entonces cuando me halló. Tenía un montón de ganas de gritarle a Edgar, pero preferí callarme porque sabía que mi "amigo" no lo aguantaría.
— Discúlpame si lo arruines todo pero...–agachó la cabeza– ¡Quería que supieras que yo sí voy a extrañarte, Leonore!
— Lo sé, idiota ¿Por qué demonios crees que no pude irme? –le toqué el rostro con calidez, al final fui yo la que inició el llanto– Tendré que estrechar los lazos con mis progenitores, arreglar las cosas con la presidenta de mi clase, convertirme en monitora de Física y comportarme como una verdadera amiga –le dije secádome la cara.
Me sonrió, cerró sus ojos aguados y puso esa expresión de niño risueño que tendré que soportar por toda una semana.
Ya que no voy a regresar si me voy, pediré el último en la fila y esperaré mi turno. Después de todo la vida es una sola, ¿verdad?