—¿Omar? ¿Lo habías mencionado antes?
—Un millón de veces.
Jerry frunció el ceño.
—Lo siento, no lo recuerdo.
Me detuve de repente y fijé los ojos en mi psicólogo. Él no era ningún tonto y yo era una distraída; obviamente no lo había olvidado porque yo no lo mencioné, o bueno, no a él, pero explicárselo ahora sería difícil.
—No importa, el punto es que tal vez algún día tomemos un café. O un chocolate...
—¿Y qué tal te sientes?
No pude contener la mueca que me surgió.
—¿En serio, Jerry? Ya vi Un viernes de locos, sé un poco más profesional, esfuérzate un poco.
Él sonrió como si yo fuera una niña de ocho años intentando hacer malabares y ladeó la cabeza. Ya sabía lo que veía y lo odiaba cuando se ponía en plan introspectivo así que miré mi reloj sin disimular. Solo ocho minutos y sería libre. Claro que luego tendría que irme a encerrar en la floristería.
—¿Has pensado en propiciar tú este café? —inquirió levantando una ceja.
—O un chocolate.
—Eso —señaló—, puedo ver que este chico, Omar, te gusta, tal vez sea un buen ejercicio si te sientes preparada.
Yo me removí incómoda en mi asiento, aunque los sillones de Jerry eran geniales.
—Omar no es un chico —lo corregí, ignorando a propósito todo lo que había dicho.
—Hago lo que puedo con la información que me das, Leny. Puedes contarme más sobre él, si quieres.
¿Qué podía contarle yo a Jerry sobre Omar que no me hiciera sonar como una demente? Esas cosas que escribía en mi... bueno ahí. Las cosas que escribía sobre Omar no me harían quedar bien si las pronunciaba en voz alta, así que elegí morderme la lengua.
Volví a mirar el reloj y me puse de pie.
—Será la próxima semana, Jerry, se nos hizo tarde.
Él levantó la vista hasta su propio reloj, que estaba colgado detrás de mí.
—Tenemos un par de minutos.
—No, no tenemos, me voy —murmuré mientras salía con prisas del consultorio.
Yo no tenía que llegar a la floristería hasta dentro de hora y media, pero igual me encaminé hacia allá aun a riesgo de tener que pasar más tiempo del deseable con Ivy. Tan pronto como atravesé las puertas del local, ella se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa torcida que solo me provocó ganas de devolverme.
—¿A quién se debe este milagro? —ironizó.
Yo odiaba cuando la gente ponía demasiada atención en las cosas que hacía, o cuando ridiculizaba mis "buenas acciones". Sería lindo que Ivy solo dijera "Qué bien que has llegado temprano, ayúdame con las cajas", pero claro que ella no podría hacer eso, era de las que tenían que usarlo todo para hacerme sentir inservible.
—Estaba cerca y se me complicaba volver a casa —murmuré. Ivy era como un gorila, evitar el contacto visual y demostrar que no era una amenaza nunca fallaba— ¿Necesitas ayuda?
—Ahora que lo mencionas, sí. Sígueme.
Por las próximas dos horas, me encargue de revisar los libros contables de Ivy, se suponía que era SU trabajo y que yo no tenía ni idea, pero la pobre parecía más distraída que nunca así que supuse que incluso yo lo haría mejor.
Cuando se despidió, vi la gloria, pero continué en lo que estaba, haciendo apenas unas pocas pausas para ir gastando mis vidas del Candy Crush. Después de todo, sospechaba que nadie pasaría por la floristería ese día y yo necesitaba algo que me distrajera de mi propia cabeza.
Mi hora de salida llegó casi sin que me diera cuenta, gracias a los libros de Ivy. Le envié un mensaje a mamá, para saber si quería algo de cenar, pero me dijo que ella y Gloria estaban haciendo un pastel y de repente, eso fue suficiente para quitarme las ganas de volver a mi casa. Podía escuchar a la mujer cantando El Gato y yo en algún lugar y no creía posible que el encerrarme ayudara con sus berridos.
Crucé a la cafetería, porque ahora tenía tiempo y cero ganas de llegar a casa, además comprar un par de cruasanes de más tal vez no fuera mala idea, tomando en cuenta que mamá tal vez incendiara la cocina con esa loca idea de hornear un pastel. Pedí lo mismo de siempre y me senté en la única mesa vacía. Tendría que escribir eso en la lista de Jerry y agradecer que el destino no me obligara a pedirle a algún desconocido un asiento libre.
Mis vidas del Candy Crush se habían vuelto a recargar, así que me concentré en pasar el nivel que me traía todo el día luchado. Y al parecer me concentré bastante, porque cuando volvía en mí, mi cruasán estaba a mi lado en la mesa y alguien estaba ocupando el asiento frente a mí.
Levanté la vista espantada y casi me ahogo con mi propia saliva cuando vi que se trataba de Omar. ¿Había muerto e ido al cielo? ¿Me había quedado dormida sobre la mesa de la cafetería? Al menos esperaba no estar balbuceando su nombre entre sueños porque de ser así renunciaría esa misma noche y en la madrugada me suicidaría.
Él me dedicó una de esas sonrisas suyas y terminó de acomodarse en el asiento mientras yo luchaba porque mis ojos fueran capaces de ocultar el azoro que yo sentía en el interior.
—¡Qué sorprendente coincidencia! —me saludó.
Como la idiota sin habilidades sociales que era, yo solo pude asentir, ni siquiera pude dedicarle una sonrisa, pero él fue lo suficientemente cortes como para fingir no notarlo.
»Eso que tienes ahí se ve delicioso —señaló mi plato con el cruasán que aun no tocaba.
Yo me obligue a decir algo para que mi crush no pensara que estaba tonta.
—Aún no lo he probado, ¿Quieres?
Él no se hizo de rogar y mientas lo veía tomar un trozo de mi cruasán, de repente sentí que esto parecía demasiado íntimo para un par de personas que apenas habían intercambiado unas pocas palabras.
Pero él volvió a hablar y me olvidé de lo que estaba pensando.
—Definitivamente genial. Iré a pedirme uno para mí —murmuró antes de ponerse de pie y alejarse.
Editado: 18.04.2022