Ojos amarillos, dientes filosos y sangre. Mucha sangre.
Perdía mis sentidos con cada movimiento que mi magullado cuerpo daba. Quería huir, necesitaba escapar y que alguien me ayudara.
Y abrí los ojos al sentirme sacudida fuertemente, pero fue una mala idea.
Grité al ver aquellos ojos frente a mí, comenzando a pedir ayuda a gritos.
—¡Abril! ¡Demonios, Abril, soy yo! —Otra sacudida logró que viera claramente lo que sucedía. Alan estaba inclinado hacia mí, el auto a un lado de la carretera. Sus ojos mostraban miedo, sus pupilas contraídas mientras me miraba.
Mi respiración era inestable, y al saber que él, justo él, me había visto en aquel momento tan vulnerable de mí, me desestabilizaba mucho más.
No dejé de llorar, tapé mis ojos con las palmas de mis manos sintiéndome demasiado avergonzada como para ponerlo en palabras, y demasiado asustada, también.
—Hey, tranquila, todo está bien. —Sentí su mano acariciar mi cabello torpemente, como si no supiera qué hacer en ese momento conmigo. Y es que ni siquiera en ese momento yo lo sabía.
—No, nada está bien, Alan —dije, y en cuanto las palabras salieron de mis labios sentí sus brazos envolverme y pegarme a su pecho. Volví a llorar, sacando de mí todo el miedo que sentía por dentro.
Me dejé rodear por su olor, apretando la tela de su camiseta con fuerza. Y él, solo se quedó allí, en esa incómoda posición, abrazándome.
—¿Ya está todo bien? —Asentí, dejándolo ir, a pesar de que no sentía que las cosas estuvieran en orden, a pesar de que en esos pocos minutos en los que me sostuvo me sentí protegida, como si mis pesadillas y aquel suceso nunca hubieran sucedido.
Miré sus ojos, pese a temer ver lástima allí. Pero no, en sus ojos solo había latente preocupación.
Moví mis ojos a salpicadero, luego a la ventana, notando que faltaban pocos metros para llegar a la entrada de mi casa desde el auto, pero no lo encendió y yo tampoco le pedí que lo hiciera, solo nos quedamos en silencio, esperando que la tensión se calmara dentro del pequeño espacio.
—Lo siento —dije luego de un rato, soltando un suspiro.
—¿Por qué? ¿Por no poder controlar tus sueños? No te preocupes, ninguno puede hacerlo.
Sacudí mi cabeza, jugando con mis dedos, avergonzada.
—No por eso. Siento haber mojado tu camiseta, haberte asustado, tener que hacerte pasar por esto cuando no tenías la necesidad de quedarte conmigo, consolarme. Siento que me vieras de esta manera, pero más que cualquier cosa, siento involucrarte en todo, sin una justificada razón —terminé por decir en voz baja lo último, casi esperando que él no lo escuchara, pero sería imposible, el silencio gobernaba, entre ambos se escucharía cualquier palabra, aunque fuera susurrada.
Sin yo esperarlo sujetó mi mano, dando un amistoso apretón.
—¿Qué debo hacer para que me creas que no te haré daño? —Nada, no había nada que pudiera hacer, pero no lo dije eso, por supuesto que no.
—¿Crees en las promesas, en los juramentos? —Frunció el ceño, encendiendo el motor y poniéndolo en marcha para recorrer los pocos metros que faltaban.
—Sí…
—Entonces júralo.
—¿Jurarlo? ¿Solo eso?
—Sí, tan solo eso. No me dejará tranquila, ni tampoco te convertirá en mi amigo, pero creo que logrará que confíe un poco en ti… al menos, eso espero.
Le tendí mi mano para sellar aquel tonto pacto. Él la miró, y la tomó, sacudiéndola.
—Está bien, lo juro.
En cuanto aparcó fuera de mi casa solté una risilla por lo tonto que me resultaba la situación. Alan se me unió, un segundo después.
—Te prepararé un té —sentenció —, es lo mínimo que puedes dejarme hacer luego de aquel susto que me diste.
—¿Lo mínimo? ¿Qué es lo máximo? —pregunté, arrepintiéndome al instante. Sonrió.
—Lo máximo sería aceptar otra salida conmigo, pero esta vez sin intentar huir de mí, y llevándola hasta el final.
—Acepto lo del té.
Rio, bajando del auto.
Abrí mi puerta antes de que él llegara a ella y lo hiciera por mí. Me lanzó una mirada con una ceja arqueada.
Avancé por delante de él, sacando las llaves de mi bolso. Dudé al abrir la puerta, pero lo hice luego de soltar un suspiro. Me adentré a mi casa, dejándolo pasar luego de mí. Caminé hasta la cocina, escuchando como la puerta se cerraba, dejándonos solos. Tomé aire, sintiéndome desestabilizada, de nuevo.
Alan apareció en mi campo de vista en cuanto me giré hacia él. Tenía las manos en los bolsillos y una sonrisa casi infantil en sus labios.
Alcé las cejas cuando, luego de un momento, seguíamos en la misma posición.
—¿Y bien? Me estás poniendo nerviosa quedándote parado ahí, sin hacer nada.
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Editado: 05.12.2018