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VI

Esto se nos está saliendo de las manos.

La ventana de Ethan está cerrada. No sé si vayan a entrar hasta el tercer piso, pero si llega a suceder podrían abrir el lugar donde él duerme, lo cual no es conveniente. La desesperación me invade porque no sé qué hacer ni puedo hacerlo. Él no está y yo no puedo evitar que estas personas hagan su trabajo.

Observo todo lo que hacen al anotar en sus libretas, tomar medidas, revisar la áreas y agruparse en el lugar. No pienso volver a casa hasta asegurarme de que se hayan ido.

Uno de ellos sale del edificio y se acerca al grupo, a esta distancia no percibo de qué hablan, así que me acerco sin que puedan verme.

—Todas las puertas están cerradas y las escaleras siguen en buen estado, el problema de los tubos queda pendiente y... —logro escuchar, deduzco que no abrieron las puertas y las cosas de Ethan siguen intocables. El aire sale de mis pulmones—, podemos empezar la próxima semana.

¿Cómo?

¿Próxima semana?

Es muy pronto. Me parece que decidieron reanudar esto en el momento menos oportuno. En otras circunstancias la situación hubiese sido un caso ajeno, pero ahora afecta directamente a alguien nuevo en mi vida y tengo la necesidad de involucrarme.

Los hombres recogen sus cosas yéndose uno a uno en sus vehículos de trabajo. Me escondo hasta que no quede ninguno cerca y se hayan marchado del todo. Sin darme cuenta, tenía los hombros tensos los cuales se relajaron al estar sola otra vez. Solo quería llegar a casa.

—Estoy aquí —cerré la puerta detrás de mí. El abuelo está sentado en el sofá viendo uno de sus tantos documentales.

—Bienvenida renacuajo.

—¿Hasta cuándo me dirá así? —me acerco y beso su mejilla.

—Hasta que encuentre otro mejor o dé mi último respiro en este viejo mundo —ríe.

—La primera siempre es buena opción.

Voy a la cocina por algo de comer, pero la inquietud del edificio redujo mis ganas hacerlo. Aun así, sirvo cereal y leche y acompaño al abuelo sentándome con los ojos en la pantalla viendo el documental.

—Noto que algo no está bien contigo.

—Estoy bien  ─entro una cucharada de cereal en mi boca.

—Soy viejo y la vejez trae consigo sabiduría, ¿crees que puedes engañarme?

Ahí está. Él sabe cuándo algo está fuera de lugar, siempre se da cuenta. Resignada, puesto que de nada me sirve negar lo que es notable, dejo el plato de lado.

—El caso es que...

Le conté todo sin escapar detalles. Desde mi primer encuentro con Ethan hasta lo más reciente y la situación con el edificio. Me escuchó con atención y sé que lo que diga se quedará entre nosotros como ha sido desde que le contaba mis ocurrencias de la infancia. Me di cuenta lo bien que se sintió compartir este dato con alguien, a veces no sabes que lo necesitas hasta que lo haces.

—Vaya, permíteme disculparme por mis quejas sobre el pastel, la verdad es que me sentí ofendido porque esperaba mi trozo que nunca llegó.

—Abuelo —reclamo y río por su comentario—, prometo preparar otro y el trozo más grande será para usted —él sonríe complacido.

—Con todo, la vida de los jóvenes de hoy es una aventura. Es una pena el caso de ese chico, pero a juzgar por lo que dices, ya es un hombre y no sería la primera vez que se traslada a otro lugar.

—Quizás tenga razón, pero aún así me preocupa, solo quiero darle apoyo.

—Comprendo —vuelve su vista a la pantalla, después de eso hubo silencio.

—Venecia.

—¿Uhm?

—Levanta el sombrero del estante que está en la habitación, trae lo que encuentres allí.

Extrañada me levanto y subo las escaleras obedeciendo sus palabras. Abro la puerta de su habitación y efectivamente, en su estante hay un viejo sombrero negro que parece nunca haberse movido. Lo levanto y veo un par de llaves un poco oxidadas, las tomo y bajo las escaleras otra vez.

—¿Llaves?

—Correcto, tómalas.

—¿Y qué haré con ellas?

—Ayudar a tu amigo. La casa que está a una cuadra de aquí debe estar pidiendo a gritos alguien que la ocupe. Recuerdo lo pequeña que es y debe necesitar mantenimiento más que antes, pero tu amigo puede ayudarse y quedarse allí.

No lo puedo creer, había olvidado aquella casa. El abuelo llegó a comprarla después de que mi abuela falleció, él necesitaba estar cerca de nosotros en aquel entonces pero al envejecer se quedó con nosotros a vivir aquí para atenderlo mejor. La casa quedó desocupada.

Todas mis preocupaciones se fueron al tener estas llaves en mis manos. Ethan tiene que volver pronto, me pregunto cómo reaccionará.

—Abuelo, qué haría sin usted —lo abrazo fuerte—, gracias, gracias...

—Sí, soy fabuloso, lo sé. Puedes pagarme con una taza de café.

—Enseguida.

Estoy feliz. Voy a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja a preparar ese café. La puerta es abierta y siento la presencia de dos personas.

—Al fin en casa —escucho susurrar a mamá.

Mamá saluda al abuelo y seguidamente a mí. Veo en sus ojos el cansancio y le sirvo una taza de café. Aprovecho que acompaña al abuelo y subo a mi habitación ahora sí a despojarme de todo. Recuerdo la mochila debajo de mi cama y tiro la bolsa con los utensilios desechables de anoche.

Tengo que hacer otro pastel.

Estoy frente a la ventana y la suya está cerrada. Estoy impaciente por verlo.

Debo distraerme, esa es una de las maneras más rápidas de perder el tiempo. Decidí ponerme mis converse, tomar las llaves y echarle un vistazo a la casa. Bajo las escalares y me despido con un «voy a caminar» sin esperar respuesta. Esta es la confianza que tengo con mi familia, y me alegra usarla de buena manera.

Camino un buen rato, una cuadra hasta llegar a la antigua casa del abuelo. Tiene un pequeño jardín enfrente. La tierra está seca así como las ramitas y hojas por doquier indicando la falta de mantenimiento. Abro la puerta y el polvo se hace presente haciéndome toser. Es de un solo nivel, tiene una habitación y dos baños pero no es necesario más, el espacio es más pequeño que el piso de Ethan pero es cómodo. Las paredes no están del todo desgastadas y espero que aún llegue agua por las tuberías.



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En el texto hay: amor, timidez, conmovedor

Editado: 08.09.2023

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