En la escuela a la hora de salida
—¡Muy bien, caballeros, es hora! —anunció Fred. No escuchó la contestación de uno de sus compañeros, volteó y encontró a Thomas dormido—. ¡Despierta!
—¡Sí estoy! Sí estoy —reaccionó somnoliento.
—Bien, repasemos. Carl, ¿traes los disfraces?
—Sí.
—Frank, los binoculares.
—¡Listos!
Un grupo de chicas pasó por el costado del grupo, se rio en bajo por la forma de actuar de los chicos, cosa que a ellos les importó muy poco.
—Prepárense, hoy se define todo…
—¡Aquí vienen! —señaló Frank con los binoculares en ojos—. Paola y Sara se aproximan.
—Tomen posiciones —ordenó Fred.
Todos se escondieron detrás de los arbustos que decoran la entrada del instituto. La planta se movió enérgica hasta que los cuatro lograron acomodarse o casi todos:
—¡Ay! —exclamó Carl, parece que el arbusto es quien habla—. Algo me picó.
—Cállate, ahí vienen —ordenó Fred.
—¿Te acuerdas cuando se cayó? —preguntó Sara entre risas de una conversación nostálgica.
—Sí, fue muy divertido. Mi abuela no paraba de reír —Paola también disfruta de la charla—. Qué días aquellos... Hmmm, no ha llegado —revisó los alrededores.
—¿Te dijo que lo esperaras aquí?
—Sí. Creo que salimos muy temprano. Yo no sé para que me presto a éstas cosas.
—Fácil, porque te gusta Josh.
—¡Eso no es cierto !
—Ajá, entonces ¿por qué no le dices que no?
Esta es una de esas veces donde no se sabe qué contestar, pero tampoco se apoya el comentario. No tener argumentos durante una discusión es muy insatisfactorio.
—¿Ves? —replicó Sara—. Te tiene loca por él.
—Es guapo, no lo voy a negar, pero no me gusta.
—¡No mientas! —la empujó sin afán de hacer el mal, pero la hizo caer a los arbustos. Carl chilló en bajo.
—¿Escuchaste eso?
—Ya alucinas por él... picarona.
—¡Deja de decir tonterías! —mientras ambas chicas discuten, Frank y Thomas le dan aliento a Carl para que no deje salir un grito de dolor que los delate—. Ayúdame a levantarme.
Sara la tomó de la mano, pero ahora sí le hizo la maldad y adrede: la dejó caer otra vez. Las travesuras entre las chicas empeoraban el dolor de Carl y fue peor aún cuando Fred le ordenó callarse por completo con un puño en el hombro. El pobre chico se tragó su dolor como un perro regañado a punto de llorar.
—Dejaremos esta pelea para después —dijo Sara como ofrenda de paz—. Ahí viene Josh —el susodicho se despidió de sus compañeros y se acercó a las señoritas—. ¿Mucho trabajo?
—Un poco —contestó apenado por la demora.
—Bueno, los dejo, debo ir a casa. Que se diviertan.
La despedida fue breve, Josh se encaminó hacia el lado contrario por donde se fue Sara con Paola a su par. Todo mundo dejó muy atrás el arbusto, mismo que se alborotó como volcán a punto de estallar.
—¡Yiiiaaaaaa! ¡Mi mano! —gritó Carl al dar un brinco para salir de su infierno—. ¡Se me enterró una espina en la mano!
—No te muevas, déjame sacarla —Frank lo alcanzó para ayudarlo. Sacó el motivo de dolor e intentó arreglar todo con un curita, ojalá eso haya ayudado a su compañero, aunque no lo pareció.
—Dieron la vuelta a la esquina—comentó Thomas—. Vamos, los perderemos.
El grupo se mantuvo unos pasos atrás de la supuesta pareja, es la suficiente distancia para escuchar lo que decían, pero también para que no se percataran de su presencia. Fred exigió tener los binoculares, al mismo tiempo que daba prioridad a sus oídos.
—Es difícil organizar los trabajos de equipo cuando no conoces a los integrantes, pero hay que saber adaptarse a cualquier puesto que se te dé —dijo Josh, comentario parte de una rutina cotidiana.
—Por eso y más inconvenientes debes hacer las cosas por tu cuenta y no esperar nada de los demás. Así es más fácil —respondió su acompañante.
—No sé si pueda adaptarme a esa idea… no es tan comunitaria.
—Solo piénsalo, haces las cosas a tú manera y todo sale bien. ¿Qué hay de malo en eso?
—Entonces, ¿dónde queda la comunicación y las relaciones? Sin eso, todo sería muy aburrido y te volverías alguien infeliz rápidamente.
—La felicidad no te sacará adelante, amor.
Este apodo no conocido entre ellos activó la alarma de Fred; su mano izquierda está libre, así que comenzó a agitar a Thomas desesperado. Si Frank no silencia el escándalo los descubrirán.
—¿De qué sirve salir adelante si no vas a ser feliz en el proceso o futuro? —rio él amistoso.
—No vivirás en la miseria como el resto.
—La tristeza y la miseria no son cosas muy diferentes.
—Si eres feliz y no eres nadie, no vivirías.
—Y si fueras alguien y no eres feliz, estarías sobreviviendo. En pocas palabras, es lo mismo en ambos casos.
—Supongo que tienes un punto...
Los chicos no entienden la “conversación de adultos” frente a sus ojos, mejor se limitaron a hacer bromas y tratar de guardar silencio.
—Parece que nuestros debates siempre terminan en un empate —al parecer esto no le molesta al caballero.
—Tenemos puntos de vista muy diferentes —contestó ella con indiferencia.
—Eso es lo que hace interesante las relaciones —le giñó un ojo, esto provocó una rojez en la chica.
Hasta el más mínimo detalle es comunicado por Fred, mientras que Carl lo anota y los demás solo lamentan la amistad entre esos dos. Terminaron por llegar al estacionamiento trasero del instituto:
—¿Por qué no estacionaste la moto cerca de la entrada? —preguntó Paola al creer que era algo obvio.
—No encontré lugar cuando llegué.
—Una moto cabe en donde sea —rio por la incoherencia.
—Si eso fuera cierto, no hubiera venido hasta acá en la mañana.
Ambos mostraron una chispa amistosa, cada vez se entendían mejor. Esta vez, Paola recibió sin protestas o reproches el casco que Josh le dio. Y una vez listos, partieron. Sobra decir que las medidas de agarre como koala también fueron acatadas por la damisela, aunque esta sí se llevó acabo por seguridad más que por gusto. Mientras tanto, los chicos los vieron alejarse y desaparecer entre las calles, al igual que sus esperanzas.
—No contaba con que iba a usar su moto… —la mente de Fred brilló cuando ya era muy tarde—. Ya valió.
—¡No llegamos hasta acá para nada! —reclamó Thomas—. Vamos a correr tras ellos y hay que darnos prisa — no esperó una afirmación grupal y dio liderazgo al nuevo maratón.
—Ay no... ¡whoaaa! —exclamó Carl cuando Frank lo jaló de la mano.
Si los cuatro movían los pies, serían capaces de seguirles el paso. No a la par, pero si uno que les permita saber a dónde se dirigen.
Después de mucho correr, la moto se detuvo en un tienda de vinos y licores. Nuestros caballeros dieron gracias por tener una oportunidad de descanso; quién diría que seres tan sedentarios fueran capaces de tolerar tanto esfuerzo.
—Bien... ¿ahora qué? —preguntó Frank con el poco aire que había logrado recuperar.
—Hay que escondernos en ese callejón —señaló Fred. Caminaron rápido, se ocultaron y revisaron que nadie los hubiera visto—. Saca los disfraces, Carl.
Después de cinco minutos, el grupo se había convertido en un equipo de detectives: un abrigo, camisa blanca, corbata y pantalón negro fue lo que escondió sus verdaderas identidades… e intenciones. Solo faltaba el toque final:
—Agarren sus bigotes —Carl los extendió en su mano.
No podía faltar la gracia del momento: Frank tomó el suyo y se lo puso entre las cejas para hacer reír a sus compañeros.
—¡Dejen de jugar!—Fred arrancó el bigote sin piedad y lo colocó en donde debía ir. El alarido de la victima fue ahogado con dicha acción. Es material de calidad, un sentimiento mal colocado y Frank se hubiera quedado sin ceja.
Una vez dieron por terminada la transformación, buscaron su objetivo por la orilla de la pared:
—Parece que siguen en la tienda —comentó Fred al ver la moto estacionada—. Ustedes dos entren —indicó a Thomas y Carl—, Frank y yo nos quedaremos afuera.
No serían un gran equipo si no acataran las órdenes del líder sin protestar. Ambos accedieron al establecimiento con la misión de pasar "desapercibidos" y encontrar a sus victimas. Muy pronto Thomas lo logró: estaban en la zona de vinos, dentro de un debate sobre cual sería mejor llevar. Se pasearon por el lugar “sin levantar sospechas” hasta quedar en el mostrador al costado de su víctima.
—¿Qué te parece este? —preguntó Josh con una botella en mano.
—No me gusta mucho, es muy dulce. Prefiero los vinos espumosos —señaló otro ejemplar.
—Con dos copas de ese tienes suficiente para terminar en el suelo. Si resulta ser el elegido, todo acabará muy pronto…
—¡Van a tener una noche de pasión! —musitó Carl asombrado al tomar nota.
—Puercos —exclamó Thomas ofendido mientras arregla las solapas de su saco—. Mira que hablar de eso aquí...
—¿En qué puedo ayudarlos, caballeros? —llegó un tendero más que dispuesto a llevarse una buena comisión por venta—. ¿Buscaban algo en especial?
—Eh... no, solo vemos la mercancía que maneja, joven —respondió Thomas al imitar un acento inglés. Lástima que eso no iba a ser suficiente para librarse del problema.
—Permítanme ofrecerles unas galletas de licor —acercó una bandeja—. Su accesible precio es solo por tiempo limitado, ¿aprovecharía nuestra oferta del dos por uno?
Carl movió su bigote curioso, tomó una al igual que Thomas y se la comieron; son más que deliciosas. No hubo palabras, solo una mirada de incertidumbre entre los inspectores para tomar una decisión.
Al final se alejaron del mostrador con dos bolsas de galletas en manos. La labia del empleado pudo con ambos, aunque como tal, este par no representa un gran reto.
—Eso estuvo cerca —dijo Thomas aliviado—. Menos mal que sabemos disimular a la perfección.
Voltearon hacia la zona de vinos y para su sorpresa, los blancos habían desparecido.
—¿Dónde están? —el ego de Thomas se convirtió en miedo profundo.
—Qué rápidos, deben estar desesperados por terminar sus compras —dijo Carl aún sin poder asimilar el problema.
—Vamos, tal vez estén afuera.
¡Bingo! Aún no era momento de buscar una solución en un suicidio grupal para no tener que enfrentar a Fred, ambos pillines estaban fuera del establecimiento. De no ser por los buenos reflejos de Thomas, hubiera chocado con Josh; se convirtió en una soga torcida para evitar tocarlo.
—¿Segura de que no se nos olvida nada de aquí? —preguntó Josh con la vista en el portaequipaje de la moto, mientras el par de atrás hace de todo para ocultarse.
—¿Con quién crees que hablas? —contestó Paola al terminar de arreglar su casco—. Llevamos todo, estoy segura.
—De acuerdo. Guardaré esto y nos vamos.
Carl y Thomas eran lo más parecido a unos trapecistas, mantuvieron el equilibrio y se alejaron lo más rápido que pudieron de la pareja. Corrieron a la otra acera para asegurar su anonimato, también para encontrarse con Fred y Frank.
—¡No lo vas a creer, Fred! —Thomas quiso ser el primero en revelar la sorpresa, pero más que interés, Fred muestra clara desaprobación—. Ellos... ¿por qué esa cara?
—¿Galletas? ¿En serio? —señaló las bolsas en sus brazos.
—Y de licor —añadió Frank al tomar una para analizarla. Procedió a abrirla y empezar a comer sin importarle la guerra frente a él.
—Una cosa, una cosa tenían que hacer, ¡y se distraen con galletas!
—Escucha, tenemos información —reclamó Carl en un intento por callarlo—. Compraron licor, digo… vino, tres botellas. Ya me pegaron las muestras gratis —su lado risueño salió la luz—. Tengo la sospecha de que van a tener una noche de pasión.
—Si es vino no puede ser otra cosa… —se resignó Fred mientras Thomas discutía con Frank por haber ultrajado su tan precioso tesoro en oferta. —Vamos, se van —la moto entró al carril sin dejar de avanzar.
—Ya no quiero correr —pidió Carl en un vano intento por deshidratarse de nuevo.
—No nos queda de otra. ¡Andando!
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Editado: 26.07.2024