Sara
La emoción de una nueva aventura hace que me motive para levantarme temprano y con todas las ganas mundo; a quién engaño, de la desesperación no pude dormir más tiempo. La mañana transcurrió muy lento, lo sé porque revisaba el reloj cada cinco minutos (según mis cálculos) y para mi sorpresa no había pasado ni uno. Esperar es una tortura.
No encontré más opción que perder minutos con mi teléfono, ¿qué más podría hacer? Había arreglado mi vestuario el día anterior y por supuesto que el reloj que me dio Alex era parte de él. Lo llevo a todos lados desde que me lo obsequió, creo que es obvio que me encanta, (un día lo admiré por diez minutos seguidos).
Mi mamá está en la casa ocupada con unas galletas, dijo que era una receta nueva.
—¿Ya están listas? —preguntó mi hermana desesperada, es la tercera vez que lo hace—. ¿Serán de chocolate?
—Ya te dije que no.
La sequedad de mi mamá la puso triste y empezó a gritar, como siempre. Cuando algo no le gusta o no le parece recurre a su escandaloso berrinche, pero con mamá no le funciona eso. Una mirada de reojo fue suficiente para callarla de inmediato. ¡Les juro que no sé cómo lo hace! No necesita más para tranquilizarla. Si yo hiciera eso lo único que lograría sería que grite más fuerte, ni siquiera con un tapón gigante podría hacer que guarde silencio. Aquí es cuando me pregunto si sirvo para ser madre.
—Vuelve a gritar y no vas a comer galletas —concluyó mi mamá para seguir atenta a los trastes en la tarja. Mi hermana agachó la cabeza, bajó de la silla donde estaba sentada y fue a jugar con sus muñecas. Así de rápido se acaba el alboroto en esta casa.
Contesté algunos mensajes y por fin el postre del día salió del horno. Mi hermana y yo esperamos pacientes a que se enfriarán y pudimos degustarlas en una mordida. Ambas nos miramos en silencio y pensamos lo mismo:
—¿De qué son, mamá? —pregunté con pocas ganas de seguir saboreando mi bocado.
—De avena.
—Con razón... —ambas esperábamos que fueran dulces, tenemos esa preferencia en común, sin embargo, esta nueva receta no sabía del todo mal.
Arrasamos con unas cuantas y aún así sobraron bastantes. Ignoro quién podría terminarse todas, pero sí sé de alguien que las puede comer con todo el gusto del mundo: Alex. Estas galletas tienen toda la pinta para entrar en la categoría de lo saludable y algo me dice que disfruta de esos menús. Por otro lado es algo más que perfecto, no le gustan las cosas dulces y esto no tiene nada de azúcar o al menos yo no soy capaz de detectarla.
Después de obtener permiso para levar unas galletas con el fin de comerlas durante el camino, corrí a mi cuarto en busca de dos bolsas de celofán. En una guardé las que iban a ser para Alex y en otra las que iba a compartir con los chicos. Metí ambas en mi bolsa y terminé de darme unos últimos retoques. Aún es temprano, pero... mejor puntual que irresponsable.
Llegué al punto de reunión y no vi a nadie, por primera vez no soy la última en llegar a algo. Esperé la llegada de los varones con música en mis oídos, no demoraron demasiado en llegar, aunque veo que tienen unos cuántos problemas. Su discusión superó el volumen de mis audífonos: una pelea de afirmación y negación es lo que andaba sobre la acera con Josh en medio sin saber cómo calmar la discordia. Su risa nerviosa me dijo todo.
Di un saludo general, pero los chicos me pidieron un segundo para terminar de arreglar cuentas. Cuestioné a Josh sobre el tema a tratar entre los cuatro, pero su base de información está en blanco. Al parecer llevan así toda la mañana:
—El mío era más grande —reprochó Fred.
—No, era el más pequeño —contestó Frank.
—No, los recuerdo muy bien, el de Fred era el más grande —afirmó Carl pensativo.
Medidas, hombres y competencias de tamaño… no sé si solo soy yo, pero malpensé toda la conversación.
—Hablan de... ¿eso? —Josh terminó de entender mis gestos y señales, reaccionó inmediatamente con un poco de nerviosismo.
—Espero que no —rio.
—Yo los medí —continuó Carl con la defensa de su opinión—, sé incluso qué tan peludos eran, es más, te puedo decir cuánto mide cada uno con solo usar mi mano.
—¿Por qué los mediste? —la pregunta resumió el desconcierto de los tres.
—Pues... curiosidad. No tenía nada que hacer.
—¡El mío era el más grande! —de nuevo Fred quiere ganar este debate.
—Sí a estas vamos, el mío era el más grande —rio Thomas al no saber de qué lado ponerse.
—Locos, somos gente civilizada —interrumpió Frank—. No hay que pelear, hay modos sanos de arreglar nuestro conflicto. Terminemos con esto de una vez.
Su mirada clavada en Josh les explicó a todos su resolución: acudir a la opinión externa. El pobre mostró defensa en cuanto los cuatro se le dejaron venir encima:
—Tú dinos, Josh, ¿cuál era el más grande?
—¿Eh? —hasta la voz se le entrecortó.
—Sí, tú los viste. ¿Cuál era el más grande?
—¿El más grande qué?
—De nuestros bigotes de los disfraces —aclaró Fred desesperado—, ¿cuál era el más grande?
En cuanto los dos mostramos alivio y cierto remordimiento por no ser asertivos con nuestros malos pensamientos, provocamos suma confusión en los chicos. De cualquier modo eso les importaba poco, ellos querían su respuesta.
—Si les soy sincero no les presté mucha atención —contestó con pena.
—Demonios, Josh...
—Cuando lleguemos a casa lo comprobamos —dijo Thomas para animarlo un poco—. Dudo que el tuyo sea el más grande, pero ya habrá tiempo para comparar todos.
Menos mal ya conozco el argumento de la conversación, de no ser así todo se vuelve incómodo. Los chicos adoptaron su papel más respetuoso y después de saludar como es debido, me hablaron sobre su gran aventura mientras andamos para llegar hasta nuestro destino.
—Traigo galletas, chicos, ¿quieren?
—¡Genial! Claro que sí —Fred fue el primero en obtener la suya.
—Están hechas con avena, espero les gusten. Entonces, ¿Paola te arrancó el bigote? —no cabe duda que esa en verdad es mi amiga, muy salvaje a veces.
—Sentí como si me hubieran arrancado la piel, dolió horrible —contestó Frank al recordar la horrible sensación.
—Oye, Sara, ¿tienes más galletas? Son adictivas —Carl terminó de devorar la suya.
—Lo siento, se acabaron. Las demás que traigo las guardo para Alex.
—Diablos…¡Él se las tragó todas! —señaló Thomas indignado.
Fred abrió la boca a punto de comerse la última galleta. Notó la ansia de sus amigos y lo mejor que pudo hacer fue lo siguiente:
—Es mía —la escondió entre sus manos.
—¡No seas atascado! —los tres se lanzaron encima suyo e intentaron quitarle el sagrado alimento.
Nunca he sido fanática de las peleas, ver cómo forcejean y exclaman sonidos de guerra me hace sonreír nerviosa. ¿Cómo va a acabar esto? Fred se aferra a conservar el alimento que tomó de manera y el resto esta dispuesto a todo por despojarle ese bien. Cuando vi un incremento en la rudeza de inmediato acudí a Josh para saber si debemos hacer algo a respecto; me extraña verlo tan tranquilo.
—No te preocupes, hacen esto todo el tiempo con la mayoría de las cosas...
—¿Incluso contigo?
—Me gustaría decir que no, pero…
—¡Danos tantito, Fred! —replicó Frank encima de él. Cómo se mantiene arriba de su espalda, no lo sé.
—¡No!
—¡Te comiste toda la bolsa! —reclamó Thomas con su atención en las manos—. Res un tragón.
—Quién les manda a no agarrar. Son unos lentos para comer y eso no es mi culpa.
La gente comenzó a ver nuestro grupo raro y no los culpo, esto parece un pleito entre delincuentes. Josh ya estará acostumbrado, pero yo no puedo quedarme de pie sin hacer nada. Antes de alguien llame a la policía me parece apropiado arreglar esto de manera equitativa, de lo contrario, terminarán de moler a Fred de puro golpe y jaloneo.
—Solo hay que partirla en cuatro —llamé su atención con la esperanza de no recibir un golpe perdido.
—Si él la parte se va quedar con la parte más grande —forcejeó Thomas—, siempre hace lo mismo. Hazlo tú, te ves más apta para la tarea.
Cumplir con la propuesta fue la única manera de calmar los intentos salvajes de los cuatro. Fred tuvo que acceder resignado, no tiene de otra. Con la galleta en las manos traté de obtener cuatro partes iguales, cosa que no me costó trabajo, tengo una hermana. Ninguno de los cuatro se perdió un detalle; extendí mi mano y cada uno tomó su pedazo. Ahora más que salvajes son unos hámsteres meticulosos. Cuanto caos puede causar una galleta… no me imagino un día entero con estos chicos.
Por fin llegamos a la casa de Alex. Nos detuvimos en la puerta principal de barrotes y dicha acción me hizo recordar tanto. Me siento incómoda…
—¿Y ahora? ¿Vamos a entrar por la fuerza otra vez? —cuestioné temerosa de una respuesta afirmativa.
—No, solo hay que tocar el timbre —ejecutó tal acción. ¿De cuándo acá había un timbre?
—¿Y cómo van a saber que somos nosotros?
—Por las cámaras. Ahora están activas.
Había olvidado el sistema de vigilancia, me pregunto si yo podría vivir en una casa con cámaras por todos lados. Un pasador se deslizó mecánicamente dentro de un circuito que no logro ver y entonces, las puertas se abrieron solas. Mientras los chicos avanzan como si nada, yo me quedé anonadada por tal servicio. Nunca había convivido con una puerta automática, todas las que he visto en mi vida se jalan o se empujan.
—¿Pasa algo, Sara?—preguntó Fred más adelante—. ¿No estás acostumbrada a entrar por la puerta principal?
—Se abrieron solas... —hasta donde yo recuerdo se usaba una llave para dar acceso.
—Tienen un mecanismo controlado. La persona que está cargo de cuidar la puerta activa el circuito, deja entrar a las personas y después la cierra. No es mucha ciencia.
—Hasta él lo entiende —insinuó Frank como burla.
Dicho y hecho, cuando los alcancé la puerta se cerró y el pasador de seguridad bloqueó todo paso.
—Se toman en serio esto de la seguridad... —ya solo faltan francotiradores en el techo.
—Bastante, no cualquiera entra aquí —rio Fred orgulloso.
—¿No hay forma de que alguien quebrante este sistema de seguridad? Ya saben, como ladrones y eso.
—El sistema de seguridad es muy completo —respondió Josh.
—Yo no creo eso.
—¿Por qué lo dices?
—Entré una vez sin permiso.
—En ese entonces el sistema no estaba activo. De haberlo estado los sensores del área hubieran detectado "una presencia no permitida" y la alarma hubiera sonado.
—¿Y qué tal si un animalito se mete? ¿También sonará?
—Es un sistema inteligente, tiene un buen reconocimiento.
Cada uno de ellos me contestó preguntas respecto al sistema de seguridad que esta mansión tiene, comienzo a creer que son más listos que yo. Hablan como si ellos mismo lo hubieran instalado..
—¿Cómo saben tanto de este tema?
—Alex nos mostró la sala de control una vez —dijo Carl al ir a mi lado—, nos explicó todo lo que ya te dijimos y más. Deberías verla es increíble.
—Muchas lucecitas y botones —Frank no se ve tan interesado en el tema.
—Yo estuve a punto de activar los rociadores contra incendios —confesó Thomas apenado—, pero Alex me detuvo antes de que su casa terminara atacada por una especie de tsunami protector. También dijo que el sistema estaba diseñado por los mejores... no sé los mejores qué, pero algo dijo. A veces usa palabras que no entiendo, tiene un lenguaje muy sofisticado.
—Entonces no cualquiera podría entrar… es una casa muy segura.
—Así es como debe de ser. Si el sistema está activo es prácticamente imposible que haya intrusiones.
Otro timbre nos esperó en la puerta principal. Después de tocarlo, un hombre de traje blanco abrió la puerta a la brevedad. Tiene toda la pinta de ser un mayordomo:
—Bienvenidos, jóvenes. Pasen, por favor —extendió la mano al interior. Una vez todos adentro, cerró la puerta y buscó nuestra atención—. Mi nombre es Alfred y estaré a su servicio durante su estancia —explicó durante una reverencia.
Supongo que con la pérdida de Ana, Alex contrató a alguien para que le ayudara con todos estos procesos. Podría ser, ¿no? Insisto en que esta casa es demasiado grande como para que solo una persona viva aquí y le de mantenimiento. A no ser que Alex no viva solo...
Fred olfateó el aire curioso igual que un perro, alertó a los demás:
—¿Qué pasa, hermano? —Thomas fue el primero en verlo con extrañeza.
—Huele a chica —volvió a olfatear.
—Sara está a tu lado, genio.
—No, es un olor diferente —obvio los demás tenían que confirmarlo. Este cuarteto se puede transformar en el animal que quieran.
Estábamos a punto de avanzar, cuando de la nada dos fortachones aparecieron frente a nosotros. Visten trajes negros y lentes oscuros… ¿guardaespaldas? No tienen la misma clase que Alfred, ni despiden las mismas vibras que él.
—¿Y estos?—Fred se condenó solo. El par de hombres lo enfocaron como principal objetivo y comenzaron a palpar su cuerpo—. ¡Hey, hey, hey! ¿Qué les pasa? —apartó las manos “pervertidas”.
—Protocolo.
—¿Protocolo? ¡No digan tonterías!
—No sabía que eras de esos, Fred —rio Thomas, se ve muy divertido con el sufrimiento de su amigo—. ¿Desde cuando te pasaste a la otra banqueta?
—¿De qué rayos hablas? ¡No me manoseé, señor!
Cansados de no poder… hacer lo que sea que hagan, el par de fortachones sometieron a Fred contra la pared en un rápido movimiento.
—¡Oigan! —intentar liberarse parece inútil. Fred habrá estado en múltiples peleas, pero dudo mucho que sea capaz de ganarle a estas montañas musculosas.
—Por favor, mantenga la calma, joven —pidió Alfred sin perder la compostura.
—¿Qué mantenga la calma? ¡¿En serio?! ¡Quieren abusar de mí! ¡Tengo derechos y esto es un ultraje!
—Ah, entonces eres el pasivo —Thomas sigue con su tema que no entiendo.
—Joven, debe ser revisado para...
—¡¿Qué me van a revisar estos locos?! ¡Eso no se toca! —dio manazos a diestra y siniestra
—Vamos, te puede gustar. Solo tienes que relajarte y dejar de poner resistencia —Frank se unió a la burla ansioso por saber cómo concluye este episodio.
Aunque es más que evidente que Fred lleva las de perder, no se rindió. Los hombres de traje estuvieron a punto de llegar más lejos al mostrar un paralizador, hasta que un grito detuvo todo:
—¡Basta!
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Editado: 26.07.2024