16.
14 de Enero
—Pequeña Enot—. No podía ser, era su voz.
Tanto que trate de olvidarla, sin embargo todo seguía siendo tan claro.
—¿Mamá?—. Mi pecho me dolía de nuevo, a tal punto que incluso parecía estar cada vez más lejos de encontrar una cura.
—Me he convertido en la versión de mi que jure nunca ser—. Como en aquel entonces sentí mis ojos arder. Amargas lágrimas estaban por llegar.
Sostuve con fuerza su camisa, no quería que cometiera el mismo error de nuevo y apagará la luz.
—¡No te vayas!—. Cada vez el agujero en mi pecho se hacía más grande, podía sentirlo.
Algo faltaba. Estaba cansada de guardar tanto, tenía tantas ganas de llorar, de gritar, joder de hacer que no fuera quedarme inmóvil en la oscuridad.
—¡No te vayas! ¡No te vayas! ¡Mamá!—. Las lágrimas desbordaron porque dolía demasiado como para soportarlo. —¡No te vayas!
Pero era tarde. Ella ya cruzaba la puerta, y apagaba la luz por accidente como en ese entonces. De pronto era consumida por el miedo, por lo negro de la oscuridad que me rodeaba, y por todos esos recuerdos que desearía borrar para siempre. El ser humano es defectuoso de muchas formas, inconsciente o demasiado consiente de ellas, suelo decirme a mí misma que lo mejor sería fingir estupidez, vivir una vida plena. Hasta que te das cuenta que la ignorancia, no siempre es una opción.
—Cálmate Enot—. Una voz que parecía más real que todo lo que pasaba ante mis ojos me recibió.
—¡No te vayas! ¡No te vayas!—. Repetí entre el llanto, guardando mi rostro entre mis rodillas, humedeciendo mi cara por las lágrimas.
—Todo estará bien ahora... Estarás bien Enot—. Sentí la calidez de unos brazos rodearme. Él me abrazó, y parecía no haber lugar en el mundo donde me pudiera sentir más segura.
El nudo en mi garganta parecía desaparecer, mi llanto no cesaba pero al menos ahora era más silencioso. Me aferré a su pecho de golpe al soltar mi cuerpo, hundiendo mis penas ahí, era cálido y reconfortante. Abrí un poco los ojos, observando por primer vez el preocupado y un tanto borroso rostro de Jayce entre la oscuridad de mi habitación, y los pocos rayos de luz que se colaban por la ventana. Al parecer era de día de nuevo.
—¿Ya no hay oscuridad?—. Susurré en mi tono ronco.
—Ya no la hay—. Respondió Jayce al aferrarse con fragilidad a mi.
Hace un tiempo tuve que asistir por casi dos años a un psiquiatra, mis amigos sabían de mis problemas y su causa. Es decir la historia detrás de estos días del año, mi miedo ahora controlado a la oscuridad, y la poco confianza en las personas. Casi pareciera que todos los seres humanos no tienen problemas y viven una calmada vida, cuando eso no podría ser menos cierto.
Mi psiquiatra una vez me habló sobre las heridas emocionales, y como los recuerdos afectan gravemente en ellas. "Cuando guardas mucho por tanto tiempo, los recuerdos de los que tratas de huir suelen volver a ti" de una manera u otra. Por años viví así, guardando mi dolor y tratando de vivir como cualquiera lo hace, pero de vez en cuando, especialmente cuando se acercan los últimos días que pase junto a mi madre.
Todo vuelve, tan rápido y dolorosamente que no te da ni la mínima ventaja para salir corriendo, para huir. Pero supongo que está bien. Ella me dijo que de vez en cuando debía pasar lo que ella llamo "Desgaste mental" que es cuando toda fuerza y motivación se pierden. Lo que quiso decir con esto fue "Habrán días donde solo estás existiendo, sin motivo alguno, y eso está bien". Yo lo llamé Colapso mental, me gustó más.
—¿Te sientes mejor?—. Los ojos de Jayce estaban rojos, parecía preocupado y seguro conmigo toda la noche ni siquiera había logrado dormir muy bien.
—Lo estoy—. Mi voz ronca empeoraba la situación.
Había llorado mucho durante mi sueño, y mientras lo hacía él no soltó mi cuerpo, no se alejó de mi ni por un segundo. Yo por mi lado no hable mucho, de hecho, no hice más lloriquear como una niña a la cual dejaron sola o perdieron por accidente.
En cierto modo cada vez que llegaba la fecha en la que mi mamá se fue y no volvió, el solo acto de vivir era el doble o triple de lo que es normalmente. Es difícil cuando se está solo luchando con algo tan grande, aunque algunas veces la compañía puede ser igual que dañina que la soledad.
Los años que siguieron una vez que cumplí 7, recuerdo a la perfección, como mi papá se sentaba frente a la televisión, lloraba tanto como podía, y comenzaba comer. Él creía que los vicios eran malos, por lo que no fumaba, ni bebía como lo haría alguien más al sufrir un daño emocional tan grande, pensaba siempre en mi ante todo.
"No salgas de la habitación" "Papá solo está cansado" "Llorar no es la solución" sin embargo a veces solo eso queda. Aguardar en un rincón a oscuras, y llorar por el miedo, por la angustia e incluso por perderse a si mismo en ese abismo infinito. En ocasiones me hacía sentir culpable, y todo eso se convirtió en la definición del amor para mi.
En la solución que mi papá encontró no supo que me lastimaba, que me hacía creer que no le era de ayuda de ninguna forma posible, sino la causa de sus heridas. Intente muchas veces estar para él, pero éramos como dos capas de humo resultado de desechos tóxicos, no podíamos curarnos el uno al otro, sin embargo éramos totalmente capaces de aumentar el daño.
Y multiplicar la destrucción...
Siempre pensé que ese era el resultado de amar a alguien, para mí el creer en el amor solo era una estúpida ilusión que solo se veían en los libros ¿Por qué con Jayce no se sentía así? ¿Por qué sus brazos aquella noche me resguardaban haciendo sentir protegida, y además capaz de agachar la cabeza y ser yo misma? Sabía que todo era diferente, pero no sabía que incluso el dolor que sufrí sola por tanto tiempo podría tomar un sentido inverso. Con Alan no pasó lo mismo, Nora simplemente sonrió he incluso lloro mucho, lo que no me ayudó en nada.
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Editado: 13.03.2024