Nelson salió al jardín, donde se encontraba Padilla y los demás. Sentía ganas de vomitar, pero también una profunda angustia lo invadía. La lluvia era violenta y sólo unos pocos vecinos curiosos tenían paraguas. Ante el impacto de saber qué había pasado, el cubrirse de la lluvia no pareció un motivo prioritario para nadie, menos para los policías y los del departamento médico, quienes ya se encontraban ahí. Soto seguía dando informaciones ante las cámaras y periodistas que se habían multiplicado.
-Voy a necesitar otro cigarro -Nelson respiraba agitadamente- Préstame tu encendedor.
-Oye -dijo Carlos-, si vas a comenzar como antes...
-No fue el carnicero.
-¿Qué? -Soto se acercó cuando lo oyó.
-Dije que no fue el carnicero.
-¿Cómo estás tan seguro Maldonado?
Nelson estaba muy seguro. Sabía, supo, que no fue el carnicero quien había asesinado. Ignoró la pregunta de Angelo Soto y, en vez de eso, preguntó, mirándolos a todos, que quién era José.
-Es el esposo -dijo la perito que minutos antes se encontraba en la escena del crimen con él.
-Me refiero a quién era. Qué hacía.
Carlos había llamado hace cinco minutos al departamento y el hombre se llamaba José Cabañas. Tenía cincuenta y seis y era mecánico en la automotriz Gears Ltda. Nelson quiso saber más. Carlos dijo que no tenía la secundaria terminada y que éste era el mejor trabajo que había conseguido a la fecha, antes, sólo tuvo suerte como obrero en la construcción.
-¿Y la mujer?
-Su nombre es Silvia Basualdo -la respuesta de Padilla vino de la ayuda de una libreta que tenía en sus manos-: Cincuenta años y dueña de casa. Antes de casarse por segunda vez hacía clases de inglés básico a domicilio.
-¿O sea que la desgraciada se divorció para casarse con un perdedor? -Soto se había sacado la chaqueta y se cubría con ella de la lluvia. Luego bufó- Un buen chiste.
-¿No te cansas de ser un hijo de puta? -Carlos se le acercó lo suficiente como para enfrentarlo, pero se contuvo todo cuanto le fue posible.
-No concuerda -dijo Nelson para sí mismo, pero todos lo oyeron-. No concuerda nada.
-¿Qué cosa? -quiso saber el detective que antes se encontraba en la escena del crimen y a quien Nelson no conocía siquiera el apellido.
En ese momento, el agente Nelson Maldonado volvió a sentir el horror del cadáver, volvió a sentir el dolor y el castigo que sufrió quien fuese en vida Silvia. Un vacío extraño le invadió las sienes, un vacío al cual se había acostumbrado, pero un vacío al fin, y una molestia se produjo en su espalda y de la molestia pasó a un leve dolor. Un dolor soportable, como una vieja herida que sólo dolía cuando se tenía recuerdo de qué la había provocado. El momento del accidente o, en este caso, el momento de la muerte. De la tortura. Del olor. Leche con plátano y galletas. Cerró sus ojos un breve momento y dio un suspiro. El dolor y el vacío habían tomado su tiempo, pero ya eran parte de él.
-Estoy seguro que no fue el carnicero porque quien sea que haya organizado todo este espectáculo no tenía miedo. Estaba tranquilo, más bien. Incluso se sentó y paseó varias veces por la casa, es posible que la haya recorrido por completo antes de matarla.
No quiso dar detalles ni de que tarareó una canción (o varias, a estas alturas era difuso todo) ni tampoco del aliento del asesino.
-Nuestro hombre se caracteriza por ser un cobarde -continuó Nelson-, un poseso que usa un arma blanca en las espaldas de sus víctimas y las mira como un tesoro, no como algo que se puede deshechar. No estoy seguro, pero creo que lo que pasó aquí no tuvo nada que ver con el carnicero. Él deja huellas, pistas. Acá no hay nada de eso.
-¿Y cómo podrías saber algo así? -quiso saber la perito.
-Puedes ir a comprobarlo ahora mismo. Debiera haber huellas por toda la casa. Huellas del asesino de la mujer -aclaró-. No de quien buscamos hace años.
Soto abrió los ojos un momento, pero no quiso demostrar que se encontraba sorprendido. De todas formas, Nelson lo notó. No dijo nada. Entonces, Soto volvió a alejarse para volver a su hábitat, dar respuestas inventadas del tipo aún estamos haciendo los primeros análisis en busca de alguna pista. Para entonces, ya se había visto obligado a dar noticia de que sí, se trataba de un asesinato y que no descartaban que se tratase de un caso de femicidio.
***
La noche parecía no acabar nunca, pero el canto de los grillos se difuminaba ya. Tanto como el acre...
Nelson miró una última vez en dirección la casa, hacia el cadáver de la mujer.
Ya sé lo que te hicieron Silvia...