Huellas de sangre

Capítulo II. Un alma por otra

     Las siguientes semanas transcurrieron tranquilas, sin mayores novedades. De a poco, la conmoción por el suicidio de un miembro destacado del pueblo fue menguando y solo había espacio para honrar a sus víctimas en silencio, recordándolas con una tenue sonrisa y la nostalgia propia de quien mira al pasado con aflicción y pesar.

     El mundo pareció vestirse de gris. Lejos de la algarabía que se supone viene aparejada al final de un capítulo nefasto y aterrador, el telón cayó como un baldazo de agua helada que le recordó a las personas que los monstruos no solo son reales, sino que viven confundidos con ellas, mezclándose entre la multitud como viejos zorros que otean a sus presas desde el púlpito de la confianza, extrayendo hasta la última gota de esperanza de una comunidad sumida en la depresión.

    Tal vez contra todos los pronósticos –o no tanto-, Brendan fue uno de los más afectados por el devenir de los acontecimientos; al punto que no hemos sabido nada de él desde su debut oficial como detective de campo. Al principio no lo comprendía, no me entraba en la cabeza cómo podía desaparecer así sin más, pero luego recordé que pertenezco a una familia un tanto excepcional, acostumbrada a codearse con la muerte y todo tipo de aberraciones que escapan por completo a la vida cotidiana de los mortales. Sin embargo, aunque me apenaba que nuestro nuevo amigo estuviera atravesando en soledad el gélido camino de la noche más siniestra, no era menos cierto que, en ocasiones, es mejor dejar el agua fluir en lugar de detener el vendaval que se yergue sobre nosotros. Por eso, mientras procuraba hacer buena letra y limar así asperezas con mi padre, por fin tuve tiempo para abrir los ojos y apreciar aquello que a menudo se nos escapa, ese momento mágico que hace valer la pena cada segundo vivido. Algo tan simple como una caminata romántica por los jardines, tomados de la mano o abrazados mirando juntos el horizonte, al fin pude notar los felices que eran mis papás; el amor inconmensurable que se regalaban con cada mirada, fugándose del mundo, más no sea por los efímeros minutos que durase la puesta del sol. Ver a Stephanie sonrojarse como una muchacha de pueblo que se reencuentra con su amor de la infancia, contemplar a Thomas despojarse de las pesadas cargas que estrujan su espíritu para sucumbir ante los ojos tiernos que supieron domarlo, que lo guían como el faro que siempre muestra el camino a casa, era todo lo que necesitaba para seguir confiando en este mundo hostil.

     Estaba sucediendo; después de tanto martirio irracional y luchas descarnadas por un gramo de libertad, de la que se alimenta el espíritu, por fin se hacía eco en mi alma esa sensación de plenitud y la seguridad de que éramos una verdadera familia.

     Tuve tiempo de recorrer la inmensidad del castillo, colarme en cada una de las habitaciones, perderme en los túneles interminables que parecen tener origen en tiempos inmemoriales y, por supuesto, como buena curiosa, buscar en cada recoveco esos pasadizos que pudieran esconderse detrás de algunas paredes y condujeran a los confines mismos de la imaginación desatada. Me animé también a recorrer en soledad las calles de Irlanda, dejando en el pasado las pésimas relaciones que me empujaron a codearme con el abismo en la capital inglesa, con el firme deseo de convertirme en una con el paisaje mientras me las arreglaba para abrir mi corazón a nuevas y emocionantes oportunidades.

     Pero cuanto más le tomábamos el gusto a pasar desapercibidos y ser simplemente vecinos de un pueblo que se enorgullecía de su ritmo cansino, la vida nos regresó de un hondazo a la neurálgica e insoslayable realidad.

—Pensábamos que no volveríamos a verte —dijo Stephanie al cruzarse con Brendan a la salida de una cafetería.

—Lamento haber desaparecido de ese modo tan repentino —se excusó—; la verdad es que necesitaba tiempo para acomodar mis ideas.

—No te preocupes, por nosotros puedes tomarte los años que quieras…

—¡Thomas! —lo regañó Stephanie.

—Solo digo que tal vez necesita buscar un empleo real, conseguirse una novia y hacer lo que sea que hacen los jóvenes de su edad.

—Ignóralo, es su forma de decir que está feliz.

—¿En serio? —preguntó Thomas incrédulo.

—Queríamos felicitarte por tu desempeño en el caso del estrangulador de Limerick, fue tu obstinación lo que trajo justicia a todas esas mujeres y sus familias.

—Yo pensaba que había sido mi habilidad —ironizó Thomas.

—Brendan hizo todo el trabajo. Ya nadie perseguía la verdad, y fue su investigación la que mantuvo viva la llama de la esperanza.

—Te lo agradezco Stephanie —asintió ruborizado—, pero lo cierto es que Thomas tiene razón, no lo habría logrado sin ustedes.

—¿Y qué piensas hacer ahora?

—Alejarse de nosotros; espero.

—En realidad, quería pedir su ayuda con otro caso que lleva décadas impune pero que, tristemente, continúa azotándonos año tras año.

—¿Acaso no tienes nada mejor que hacer? —inquirió Thomas con la vista en el cielo, como quien busca clemencia divina.

—Cuéntanos.

—¿En serio? —preguntó mi papá resignado.

—Si podemos ayudar, no veo que mal nos hace.

—Tal vez porque nos mudamos a este rincón del mundo para alejarnos de toda esa cloaca a la que ahora te zambulles sin dudarlo —le respondió vehemente.



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En el texto hay: misterio, crimenes, adrenalina

Editado: 22.04.2021

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