Salí del arbusto a la hora de la siesta, cuando vi que todos los gatos dormían plácidamente. Al parecer los gatos eran animales muy holgazanes, ya que no hacían más que dormir y dormir sin parar.
Caminé hasta la estatua de Bocanegra, la cual ya estaba reluciente y no quedaba en ella ni una señal de haber sido vomitada anteriormente.
Rodeé la estatua varias veces, intentando encontrar alguna pista de lo que me había pasado. Mis ropas de cuando era humano todavía estaban allí, ocultas detrás de la estatua, sólo que esta vez estaban siendo usadas por un gato como si se tratara de una cama.
— Ey — le dije, y este abrió levemente los ojos —, esas son mis ropas, sal de ahí. ¡Vas a llenarlas de pelos!
Calabaza, o el gato anaranjado, me miró sin interés y volvió a cerrar los ojos, y no sólo eso, se retorció en su lugar, como si mi camisa fuera el colchón más cómodo del mundo, bostezó con fuerza y volvió a caer dormido, como si fuera que yo no estuviera ahí.
¡Esto era indignante! No tenía ninguna autoridad sobre los gatos.
— ¡Ya verás! — le dije, pero mis palabras salían como maullidos — ¡Cuándo vuelva a ser humano te ahogaré en la fuente!
El gato no pareció interesado ni un poco en mi amenaza.
— Ingrato — le dije, mientras sentía la boca seca.
Tenía una sed desgarradora, a un punto, que ya comenzaba a dolerme la garganta. Pues no había tomado nada desde la mañana.
Caminé un poco por la plaza, pensando en una solución.
Ya no era un humano, por lo tanto, no podía ir a un supermercado a comprarme un jugo de naranja para tomar cuando quisiera, ya no era tan simple.
A lo lejos me percaté de la fuente, que quedaba en la esquina de la plaza, allí estaba Moñito trepado sobre el barandal, haciendo equilibrio mientras bebía del agua de la fuente. Qué denigrante, me dije a mí mismo.
— ¡Estás muy equivocado si piensas que tomaré del agua de la fuente! — le dije al Bocanegra de piedra.
Unos minutos después, encontré lo que sería mi salvación.
Por el sendero de piedras, que se encontraba junto a la estatua, pasaba una pequeña de aproximadamente siete u ocho años, con un vaso de gaseosa en una mano y un paquete de papas fritas en la otra.
Me acerqué hasta la niña poniendo mi mejor cara tierna. Intenté imitar al gato de Shrek, si a él le funcionaba ¿por qué no a mí?
— Ah, que lindo gatito — dijo la niña inclinándose hacía mí.
Sí, eso es, ya la tenía en la palma de mi mano. Puede que, si le agradaba mucho, incluso me dé hasta algunas papas.
La pequeña manito de la niña se paseó por toda mi espalda, dándome un escalofrío de inmediato.
— ¡¿Qué haces?! — la regañé mientras quitaba sus deditos infantiles de mí de un manotazo — ¡No soy un gato!, ¡no te atrevas a…!
La niña salió corriendo de inmediato, llevándose con ella la gaseosa y las papas.
— ¡Gatito malo! — gritó mientras se alejaba llorando en búsqueda de su madre.
Mierda, eso fue un fallo total.
Pasaron varias horas, de un fracaso tras otro. Nadie quería darme una mísera gota de algo para tomar o comer.
Talvez debería dejar que me acaric… no, no, no. ¿Qué estoy diciendo? ¡Soy un hombre, no un gato! Preferiría morir, antes que comportarme como un gato mimado y pedigüeño.
Ya se acercaba la noche, y todavía no había podido beber ni una gota que saciara mi sed.
Tenía la lengua afuera y me dolía la garganta entera. Necesitaba tomar algo, lo que fuera.
Miré la fuente de la plaza con algo de interés.
¡Qué mierda! Me dije mientras caminaba hasta ella.
Me subí a la baranda e hice un poco de equilibrio para no caerme. ¡Eh, no se ve tan difícil!, me dije mientras comprobaba que, si movía la cola en contra del peso de mi cuerpo, podía mantenerme sobre la baranda sin ningún problema.
No podía creer que estuviera a punto de hacer esto, pero no tenía de otra, tenía que tragarme mi orgullo, si seguía tan terco moriría de deshidratación.
Me incliné un poco sobre la baranda en dirección al interior de la fuente.