Dodo, la hermana de Francine, era otra dulce señora que visitaba constantemente a su hermana en la cárcel. Ella también tenía sus excentricidades, pero se pasaban por alto.
Dodo no se llama Dodo, ese fue el apodo que le pusieron en su familia y que por respeto no vamos a decir cuál es su verdadera identidad, dejémosla en el anonimato.
No hay un sábado en el que Dodo no visite a su hermana, son inseparables, casi como si las hubieran separado en su nacimiento y ahora sintieran la imperiosa necesidad de estar juntas. Siempre obligaba a los niños a que la acompañen, su hermana ya le había dicho que no lo haga, que no quería que la vean en esas condiciones y que se sentía avergonzada, que por lo menos espere a que cumpla su condena para que les haga un pastelito. Pero Dodo no le hacía caso y siempre los llevaba, bien presentables, como si fuera alguna clase de ceremonia a la que no podían faltarse.
- No me siento bien como para ir mamá - le dijo Raymundo.
El pobre Raymundo estaba muy afectado por su corte de pelo y las tijeras, al parecer su madre tenía la costumbre de cortarle el pelo mientras dormía y si se despertaba le daba un garrotazo. Eso sumado a que siempre le compraba dos tallas más grandes para que le dure la ropa, hacía que Raymundo parezca alguien excéntrico.
A la niña la hacía usar unos dientes postizos que brillaban como si tuviera un foco en la boca, siempre los consolaba diciéndoles que si no iban a comportarse como ella ni como su hermana, que por lo menos aparenten serlo, porque la gente le iba a tener más miedo a lo que esté a simple vista. Y no se equivocaba. En su colegio se preguntaban por qué los niños se veían así, si la madre aparentaba ser "normal". Toffy, su maestra de literatura, era la única que percibía el olor a pescado que tenían los niños y pensaba que había algo extraño detrás de eso.
Se subieron al auto.
- No podemos atrasarnos más Raymundo, vamos a llegar tarde donde tu tía.
En el apuro de Dodo, se le acercó el plomero y le dijo que necesitaba comprar unos materiales, Dodo se había olvidado que él estaba ahí. Por alguna razón siempre estaba ahí, a veces como plomero, otras como jardinero, y así. Dodo le dio 100 pesos sin preguntarle qué necesitaba y se largó de ahí.
Siempre manejaba a una velocidad prudente, como debe ser, pero estaban tarde y sabía que cada minuto de atraso era como quitarle un minuto de vida a su hermana. Pisó el pedal con más fuerza, y al poco tiempo la detuvo un policía. Dodo estaba sin placa, y sin licencia.
Jaló del brazo a su hija, Rina, y apuntó su cabeza hacia la ventana como si estuviera agarrando un arma.
- Todo esto siempre tuvo un propósito Rina.
Cuando el policía se acercó para preguntarle qué hacía con la niña, ella solo la sujetó de la mandíbula, musitó unas cuantas palabras en otro idioma y le pidió a la niña que abra la boca. Un rayo de luz evaporó al policía, y Dodo pudo continuar su camino sin ninguna molestia.
La visita duró muy poco, y esta vez no dejó que los niños vean a su tía porque apenas le dio tiempo para hablar con ella. El jardinero los estaba esperando en la entrada, otra vez Dodo se había olvidado de él. Se bajó del auto y le preguntó cuánto había gastado de los 100 que le dio.
- En total fueron 30, señora.
- Y cuánto te debo entonces porque me imagino que no te alcanzó
El jardinero estaba acostumbrado a eso y le devolvió el cambio.
Les preparó la tina y les dijo a los niños que ya era hora de bañarse. Odiaban bañarse.
Dodo pensaba que bañarse en una tina era como marinarse en su propia suciedad, pero eso era lo que ella quería. Siempre condimentaba la tina como si estuviera marinando un pollo, solo que eran sus hijos. Por eso siempre olían a pescado. Cualquiera diría que solo le faltaba cebarlos para comérselos en Navidad cuando alcancen el peso ideal, o bueno, quizás nadie diría eso.
Cuando lo estaba secando a Raymundo, se dio cuenta de que ya le hacía falta un corte de pelo.
Llegó el lunes y Raymundo se apareció en el colegio lleno de moretones. Esta era la última vez que Toffy, su maestra, iba a dejar pasar eso.
La Defensoría de la Niñez visitó a Dodo. Tocaron el timbre y preguntó quiénes eran, algo preocupada los dejó pasar. Le pidieron que le traiga a los niños y que los deje conversar a solas. Dodo los observaba desde el segundo piso, y escuchó cómo le preguntaron a Raymundo por esos moretones.
Dodo entró en pánico y decidió bajar para decirles que ya era hora de que se vayan, y tuvo que sacarlos a la fuerza.
Dodo, Dodo... Nuestra extraña Dodo no encontraba salida. ¿Cómo podía deshacerse de toda evidencia que la incrimine? Para Dodo la mayor evidencia eran los niños.
Pero nunca les haría daño, o al menos, nunca tendría las intenciones de hacerles daño. Dodo estaba llorando de la desesperación, y sin la ayuda de la dentadura de Rina, musitó unas palabras, y los desapareció a ambos. No los evaporó como al policía, pero tampoco sabe a dónde pudieron haberlos llevado esas palabras.