Para Darek.
Mi pesadilla, mi tormento;
la parte de mí que me destroza.
"Lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, - hacia el mal."
Nietzsche
PRIMERA PARTE
Ciudad de las sombras
La infancia es lo más delicado en la vida de un ser humano.
Por ello, debemos proteger a los niños de cualquier tipo de maldad.
Octubre, 315 después de la Catástrofe
Un niño gritaba, desnudo, en el suelo de la cocina, mientras su padre lo apresaba con una mano y sostenía un cuchillo con la otra.
El viento silbaba lamentoso a mi alrededor; mi cuerpo paralizado por los nervios y una lacerante impotencia que me culpabilizaba por no ser lo suficientemente fuerte, o lo necesariamente valiente como para no quedarme bloqueado e inútil para pensar en el momento menos indicado.
Desde el otro lado del cristal de la ventana vi la escena, aterrado. No había podido entrar a ayudarle, ya había comprobado todas las puertas y ventanas; cerradas, a mi pesar. Mi desesperación aumentaba en cada nueva intención de entrar a salvarlo. Solo tenía ocho años, pero no me quedaba más remedio: no tenía tiempo de pedir ayuda, pues la casa más próxima era la mía y habría tardado quince minutos en ir y volver aunque corriese. Tan solo podía buscar alguna parte por la que pudiese entrar y, quién sabe. No sabía qué haría después. Sin embargo, mi intención no fue suficiente. No tuve suerte.
Ocurría de noche, en mitad de la nada. La niebla insondable avanzaba apacible por el campo de hierba fenecida, ajena a lo que ocurría en el interior de la casa. Darek gritaba y lloraba y suplicaba una y otra vez a su padre que, por favor, que parara.
En el Páramo hacía mucho frío, pero las lágrimas ayudaban a mantener calientes mis mejillas.
Hacía días que sentía que algo raro estaba sucediendo en su casa, y por una maldita promesa no llegamos a tiempo de evitar que esto llegara tan lejos. Pero ahora Darek estaba a punto de ser apuñalado y yo me había quedado inmóvil llorando cuando el señor van Duviel iba robarle el último aliento a su hijo.
Al final una idea cruzó mis pensamientos, como si alguien me hubiese golpeado la cabeza. Cogí una gran piedra del suelo y la impacté repetidas veces contra el cristal de la ventana. Lo único que se rompió con aquellos golpes fueron mis vanas esperanzas.
Los segundos transcurrieron con pesadez. La atmósfera se convirtió en una caja de acero sin oxígeno. Sabía lo que ocurriría, y no podría hacer nada para evitarlo. Mi mejor amigo de la infancia estaba a punto de ser asesinado por el señor van Duviel, viudo, vecino y amigo de mis padres.
Vi, sin poder hacer nada, cómo agarraba a su hijo del cuello para que no se moviese. Y mis últimas esperanzas se marchitaron cuando el hombre abominable levantó el cuchillo.