La Policía comunicó de un hallazgo de cadáver en el barrio San Jerónimo de Asunción. Temí lo peor cuando recibí la llamada del agente.
Oía a mi corazón decir tu tu tu tu.
― ¡Buenas tardes! ¿La señorita Cristina?
― Sí, con ella.
― Le estoy llamando de la Comisaría Sexta de la Capital. Lamentamos informarle que hemos encontrado el cuerpo de una mujer que a priori reúne las características de su amiga desaparecida. Necesitamos que se presente urgentemente en la morgue de Asunción para hacer el reconocimiento del cuerpo, expresó.
― ¡Dios mío!, añadí llorando para luego cortar la comunicación. Quedé desconsolada.
Amiga, desde el fondo de mi corazón te pido mil disculpas. Ahora, ¿cómo decírselo a tu abuelita? ¿A tus padres que están tan lejos de vos? ¿Cómo?
Isabel…Isabel. Perdón.
Horas después, llegué a la morgue para confirmar lo peor, lo que tanto temía. Era ella. Y no había vuelta atrás.
Según la autopsia, la mataron de un balazo en la espalda. No se sabía nada de los autores del hecho. En mismo día, la Fiscalía abrió de oficio una carpeta para investigar su muerte.
Me sentía demasiado culpable. Si bien la Policía no descartaba como motivo un asalto. Algunos testigos afirmaron haber visto correr a una mujer de sus características al entrar la noche; otros relataron que esa noche escucharon gritos. Sin embargo, nadie se animó a salir a mirar qué ocurría, ¡a ayudar¡
Luego ya supimos que el cuerpo de Isabel fue hallado la misma noche en que la mataron. Sin embargo, recién a los 20 días del hecho le realizaron la necropsia, y tras éste procedimiento se pusieron en contacto con nosotras. Una negligencia que quisieron justificar con la renuncia del médico forense que trabajaba para la Policía.
Aparentemente, Isabel corrió por su vida hasta una calle sin salida cayendo a un alcantarillado, donde fue hallada muerta horas después por unos agentes policiales que estaban patrullando el barrio. Su mochila y su celular habían desaparecido, lo que, para los investigadores, reforzaba la teoría del asalto.
La radio comunitaria donde trabajaba estaba a unas 20 cuadras del lugar del crimen.
Apenas nos vimos en la morgue, nos dimos un fuerte abrazo con María Josefina, quien también llegó a la sede convocada por la Policía. Ella trataba de consolarme diciéndome que no había sido mi culpa, que casi era un hecho que se trataba de un robo. Yo intentaba también meterme eso en la cabeza, pero tenía mis dudas.
La despedida de Isabel fue muy dura; a raíz de la pandemia no pudimos velarla como se merecía. Tampoco pudimos hacerle el Novenario. Las campanas de la Iglesia "Nuestra Señora de la Victoria" sonaron tres veces en la ciudad anunciando la partida de su alma. Solo pudimos hacerle la misa y tras la ceremonia acompañamos su cuerpo hasta el cementerio de la ciudad. Cada quien en su propio vehículo. Su abuelita Magnolia estaba desconsolada. Sus padres no pudieron venir a darle ese último beso, los vuelos ya habían sido cancelados.
La abuela Magnolia alcanzó a ver el rostro de su nieta en la Iglesia. Casi a escondidas – ya que tenía prohibido acercarse por los protocolos sanitarios – la tomé del brazo, la llevé paso a paso hasta el cajón, el bastón casi ya no la ayudaba. En ese momento, la tomó fuerte de las manos y luego puso sobre ella, muy cerca de su corazón, su añejo rosario de perlas bendecido por el Papa Juan Pablo Segundo. Mientras, Majo se encargó de distraer al agente de supervisión de la funeraria. Su amada abuelita la estaba mirando por última vez.
Después de esta triste pérdida, cambió mi vida. Una de mis mejores amigas y compinche había partido al más allá. Recuerdo, me consolaba, tomando café. Se había vuelto un mal vicio.
Semanas después vuelvo a recibir la llamada de ese sujeto de voz gruesa e intrigante, nuevamente me advierte que están tras nosotros. Me comentó que se había enterado de la muerte de Isabel por los medios de comunicación. Me dijo que lo sentía mucho. También me manifestó que él y otro grupo de jóvenes ya habían escapado. Finalmente, me increpó al decirme ¿qué estábamos esperando nosotras para hacer lo mismo?
Mi mayor inquietud era cómo decírselo a mamá ¿cómo convencerla de que debo huir? Tranquila no se quedaría, eso lo sabía. Y ello me angustiaba mucho.
Ese mismo fin de semana debía decírselo. Se me ocurrió preparar una rica pizza casera en casa para cenar en familia. Era en ese momento o ya no ¡caramba!
Nos sentamos en la mesa, mi hermano me pidió le alcanse unas cervezas. En tanto, mi hermana y mamá solo bebieron jugo de durazno.
En particular no soy de consumir alcohol, pero esa vez acepté la invitación de mi hermano. Esa bebida, finalmente, me había dado el valor necesario para comentarle a mi madre lo que estaba ocurriendo en mi vida. Mamá quedó atónita; mis hermanos también. Intenté tranquilizarla, asegurándole que solo me iría por un corto tiempo.
Mientras intentaba dar con tío Máximo para que me ayudara con algún plan de huida, ocurrió que María Josefina logró irse a los Estados Unidos escudada en la beca que me había comentado y que justo a tiempo le estaban otorgando. Dio la casualidad que en ese momento volvieron a habilitarse los vuelos en el marco de un plan piloto en medio de la pandemia.
Un día antes de su viaje me llamó, hablamos como 2 horas a través de nuestra vía encriptada de comunicación. Todos nuestros planes en común quedaron postergados por esta situación y por el virus. El Paraguay que esperábamos al acabar la Universidad no existía.
María Josefina, antes de colgar la llamada, me pasó una nueva dirección de correo electrónico suyo, para que en la distancia podamos seguir en comunicación. El que tenía había sido hackeado.
Apenas corté, sentí que ya la extrañaba tanto. Ella era también mi mejor amiga, como una hermana, tantas aventuras y travesuras juntas desde niñas ¡Me estaba quedando sola!