Me desperté algo temprano esa mañana. Detestaba madrugar, pero últimamente tenía insomnio debido a muchas cosas que rondaban en mi cabeza; cosas del pasado, cosas del presente y cosas del futuro, ocupaban constantemente el cerebro, ya sea lo mínimo, yo vivía pensando en ello. No le vi caso seguir intentando volver a dormir —aunque sólo dormí cuatro horas— ya que empezaba a darme jaqueca, y eso no es algo que uno pueda disfrutar.
Salí del cuarto de Holly haciendo el minúsculo ruido. Era muy temprano como para que alguien estuviese despierto un sábado, pero más de alguien ya estaba rondando las calles, así que no me preocupaba por si algo podía sucederme en el transcurso de mi viaje a casa. Cerré la puerta tras de mi al mismo tiempo que alguien más lo hacía, le resté importancia y proseguí en mi camino hasta que al doblar el pasillo logré ver de soslayo que ese alguien era James; su aspecto era entre desaliñado y adormilado, nuestras miradas se cruzaron por un segundo hasta que la aparté, indiferente.
Chicos como ese, que una vez dados por servidos se iban, eran dignos de mi odio.
Cuando finalmente llegué a la salida aprecié el hermoso clima de San Francisco. Este lugar en Abril conservaba un ambiente templado, unas atrayentes nubes grisáceas, y por consecuente se ocupaba ropa abrigadora. Luego de caminar por quince minutos, llegué a mi edificio de tres pisos; una construcción un poco vieja pero que a través de los años estuvo en constantes remodelaciones y quedó hecho un edificio bien pijo. Le insistí a mi mamá para que me dejase pagar por vivir aquí, ella deseaba pagarme la renta pero no podía permitirlo cuando era ella quien me paga la universidad.
Ya dentro de mi apartamento lo primero que entré a hacer fue a rectificar que todo estuviese a como lo había dejado ayer. Y sí, todo estaba igual. Al parecer Kiara, mi compañera de apartamento, decidió irse a gastar el tiempo en casa de su novio. Ya se le había hecho la costumbre de visitar a su novio los fines de semana en Santa Bárbara.
Y entonces estaba yo; la solitaria Emma Cooper, señoras y señores. Sólo tenía dos amigos, mi hermano menor me habla de vez en cuando, mi madre trabajaba casi todo el día, y eso complicaba que nos habláramos tanto como quisiéramos. Y mi padre... bueno, creo que mi papá tiene salud.
En fin, no soy ilusa. Sé que nadie es indispensable en esta vida y no hay de otra que aceptar las cosas tales a como son.
Alrededor de las once de la mañana ya había terminado de limpiar toda la casa, sólo me hacía falta mi habitación y ya daría por sentado de que mi día fue productivo. Mi teléfono sonó en alguna parte de la casa, y me di a la tarea de buscarlo, encontrándolo en la encimera de la cocina.
―Hey, ¿Qué tal, pito corto?
—Ya está, olvídalo bebé. No la llevaré con nosotros —respondió indignado Ashton. Reí sacudiendo mi cabeza.
—¿Alguien amaneció de malas? ¿El niño de mami no obtuvo lo que quiere? ―Presioné. Me dejé car sobre un taburete.
—Vete a la mierda, Cooper —Refunfuñó tal niño.
―¡Emma, deja de apretarle los huevos! —Oí la voz lejana de Holly. Luego de un pequeño disturbio al otro lado de la línea, fue Holly quien prosiguió—. Iremos a Jessie's dentro de una hora ¿quieres acompañarnos?
―Claro, pasen por mí —Rogué, haciendo un tonto puchero.
—Camina, holgazana ―Espetó Ashton.
―Estaremos ahí en veinte —Contradijo Holly.
Luego de un baño rápido y de vestirme con lo primero que me encontré. Salí de mi edificio, ya que un texto breve de Holly me avisaba que estaban aquí.
Entre bromas, comida y sonrisas pervertidas de parte Ashton, terminó la tarde. Debía de admitir que si no fuese por ellos, vivir no tuviese mucho sentido. Al llegar a casa me recibió mi gran amiga: la soledad. Terminé acostándome en el sofá y viendo una película de Los piratas del Caribe, hasta que poco a poco me dejé llevar por el camino del sueño.
Me despertó el sonido de la puerta siendo cerrada con una brusquedad impresionante. Literal, di un salto que casi me hace caerme de sillón. Giré mi cabeza hacia dónde provenía todo el show, con mis ojos recién abiertos traté de enfocar mi vista, y me encontré a una humeante Kiara, maldiciendo en voz alta.
―¡Ese maldito hijo de puta! ¡Sabía que no debí de fijarme en el desde un puto principio! Pero claro, quería creer que el endemoniado príncipe azul existía —Levantó sus manos al cielo, en un gesto dramático―. ¿Cómo pude ser tan ilusa? Dios, que imbécil fui. Imbécil, imbécil...―Siguió.
Fruncí mi ceño, confundida ante sus reacciones.
―Todos los hombres me llegan igual —Se frotó su cabello con rabia―. ¿Por qué a mí? ¡Soy un imán atrapa idiotas!
Se dio media vuelta y al verme brincó del susto, llevándose una mano donde se situaba su corazón.
—Jesucristo, Emma. Me asustaste hasta la mierda.
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Editado: 17.06.2019