Abrí los ojos. Los volví a cerrar por la luz que se filtra de la ventana. Entreabrí uno para acostumbrarme a la luz y luego el otro. Por segunda vez, los abrí; gimiendo de frustración. Tomé la almohada y me la coloqué encima de mi cara para poder amortiguar mi grito de aburrimiento.
Miércoles. Odio los miércoles.
No pasaba nada emocionante los miércoles, y aparte de eso, era apenas la mitad de una semana ajetreada, tanto por la universidad como por la búsqueda de un nuevo compañero. Resulta que sí se habían presentado unas cuantas personas, pero ninguna me ha agradado tanto como para que fuese mi compinche de apartamento. Veía la luz cuando por fin apareció una chica —cuyo nombre era Samantha— y todo fluyó de manera espectacular. Ella hubiese sido la indicada si no tuviera un gato.
¡Yo era alérgica a los gatos! Y ella amaba a Pistachito, y por ende, no podía vivir con una chica que también los amara, pero que se pondría como un globo con tan solo tocarlo. Así que lo nuestro no pudo ser. Jesús en la cruz, predecía que mi cerebro estallaría dentro de mi cabeza por tanto pensar.
Me levanté de mi cama, tomé el celular de la mesa de noche. Eran las 6:50 am. Maldición, llegaba tarde para mi primera clase. Y para mi mayor desgracia, esta era a las 7:55 y tenía que apresurarme si quería llegar a tiempo y escoger un lugar atrás en donde el profesor Chase no me escupiera mientras hablaba. Bufé irritada ante ese pensamiento. Me dirigí al baño para tomar una ducha muy rápida como si fuese el mismísimo Flash, y quince minutos después salí para llegar al closet y darle vuelta a todo mi armario. Encontré algo decente —y limpio— y sin dudarlo, me vestí con eso. Observé el reloj; 7:31. No era tan malo.
«¡¡Mueve tu trasero, Emma!!» en mi interior me imaginaba a Troncha toro gritándome. Revisé de nuevo la hora, 7:45. Joder. Creo que nunca en mi vida habia dicho tantas palabras soeces, como diría mi mamá. Corría como si mi vida dependiese de ello, y así era. Al llegar al campus me encontraba jadeante, sudada y desorientada. Localicé el pasillo que me llevaba a mi salón y prácticamente volé hacia él como si se tratase de un touchdown. En el camino golpeé a alguien con mi hombro.
—¡Lo siento, perdona, mil disculpas! —Solté si voltear a ver atrás.
Ingresé al bendito salón e inmediatamente llevé mi vista hacia el reloj situado cerca de la pizarra y solté un suspiro mezclado de agotamiento y júbilo, al menos había llegado entera. Eran las 7:53, no tuve una idea de cómo lo logré, pero felicidades a mi. Me entraron ganas de palmear mi hombro en recompensa.
Mi respiración parecía la de un caballo que acababa de relinchar por horas, pero es lo que se obtenía cuando nunca haces ejercicio, vives una vida por poco sedentaria, y solo amas comer como si el mundo se terminara en una hora. Subí los escalones hacia la fila de pupitres más alta y senté mis posaderas ahí. Saqué mi material y mientras lo hacía, el timbre avisó la entrada de clases. Los demás empezaron a entrar y el profesor hace acto de presencia con una gloriosa entrada; traía puesta una camisa que le resaltaba el pronunciado estómago y su calvicie inminente brilló; sus pantalones anchos parecían ser de los ochentas y su portafolio era antiguo que él mismo.
Sin lugar a dudas, ese hombre era un ser hermoso. Debe de ser hermano de Zac Efron o sobrino de Ian Somerhalder. O hijo de Chupaca, una de tantas.
«Deja de pensar babosadas». Necesitaba concentrarme en esta clase y más que todo, anhelaba un buen promedio este semestre. Nada de fiestas, nada de paseos los fines de semana, nada de vida social, absolutamente, nada de diversión; sólo respirar, comer —si daba tiempo— y estudiar mucho.
La puerta cerró y la mayoría de alumnos ya estaban sentados, aunque los puestos a mi lado seguían desocupados, no me preocupaba. Eso significaba menos distracción para mí.
Pero como si mi comodidad fuese un problema para alguien, se colocaron a mi lado. «Santa Fátima de todos los feos desamparados» el chico a la par es Tobías Sanders, señoras y señores. La sensación entre las chicas, y algunos chicos —si me entendieron—. Le obsequié un saludo breve, a lo que él la devolvió acompañada de un guiño de sus despampanantes ojos color miel.
Resulta que luego de atenderle en Jessie's no volví a saber de él hasta que descubrí que compartía esta y otra clase con él.
Llámenlo suerte, destino o karma; pero ahora él estaba aquí, aun cuando yo lo había evitado y en silencio, rechazado. Volví mi vista a lo que Chase tenía escrito en la pizarra y me apresuré a trascribirlo a mi cuaderno.
—Emma ¿cierto? —cuchicheó.
Le vi esbozar una sonrisa de lado. «Padre santo, sería difícil ignorarlo si es así de guapo».
—La misma que tienes la dicha de apreciar en estos momentos —contesté, con un toque de petulancia en mi voz. Mi vista viajaba a la pizarra, a mi libreta y a él.
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Editado: 17.06.2019