Matar a un ruiseñor.
Era el nombre con el que se apodaba el libro que en ese momento me dedicaba a leer.
Suspiré alejando mi mirada de las pequeñas y delicadas letras que conformaban cada oración del escrito y la posé en la nieve que descendía desde el cielo, hasta impactar con el suelo o en ese caso, contra el vidrio de la ventana.
Tener dieciséis años, y no saber quiénes eran tus padres, pues no era una cualidad de la cual sentirse afortunado.
Debo suponer o tal vez, quería creer que, en ese momento, mis padres al ser tan jóvenes y novatos en vivir esto y con "esto", hago referencia a vivir la vida, decidieron que lo mejor para mí era vivir aquí, crecer y aprender aquí.
Mis únicos recuerdos radicaban en este lugar. El orfanato "Sr. Benson".
No destacaba por ser el edificio con más belleza, pero sí el que poseía el mejor sistema de adopción.
En cuanto a mí, pues una de las tantas características que me definirían mejor serían; que siempre me apasionó la lectura y en cierto modo, la escritura, a pesar de que no contara con el don de llevarlo a cabo.
Al menos hacía el intento.
Con respecto a mi personalidad, no me califico como alguien bipolar.
Pero esa ya es mi opinión.
La seriedad abarcaba gran parte de mi actitud, sin contar el hecho, que adoro utilizar el sarcasmo.
Es una de las mejores armas y si sabes hacer buen uso de ello, pues considérate una asesina con profesión.
Resulta un gran problema para mí, demostrar afecto. Puedo sentirlo con una intensidad que quita el aliento, más no demostrarlo.
Debe de ser costumbre.
Fuiste rechazada desde nacimiento, que no conoces lo que es el verdadero afecto y mucho menos demostrarlo.
Las mujeres del orfanato Sr. Benson abrían siempre a las nueve de la mañana, es una especie de regla "Niños y niñas que integren este tan solidario espacio, deben estar en condiciones para recibir a las parejas adoptivas". Usualmente las personas que transitaban estos lugares, son aquellas, que no pudieron concebir o porque solo quieren añadir a un integrante más en la familia.
Durante mis dieciséis cortos años de vida he visto como las parejas adoptaban particularmente a niños que no sobrepasan los cinco o trece años de edad aproximadamente. Según ellos entre más grandes sean, más difíciles de controlar. Cabe decir que ya me había resignado, pensándolo bien, prefería no ser adoptada. Mi familia yace aquí y es Bertha.
Con ella tengo suficiente.
—Anel, niña deja de leer ese libro y ven a la mesa— Bertha interrumpió mi lectura, ganándose un gruñido de mi parte por haber cortado mi momento de éxtasis.
—Enseguida—Contesté en un bufido mientras posaba el libro en la cama de mala gana y me colocaba de pie. Bajé las escaleras perezosamente, encontrándome con todos los niños ubicados en sus respectivos lugares en espera de su plato con comida.
Busqué con la mirada a Bertha, encontrándola mezclando la comida. Ella volteó mirándome y señalando un lugar a su lado.
—Gracias—dije ubicándome y posando mis manos sobre los muslos.
—No hay de qué, ten — Me dio mi plato —Espero lo disfrutes —Apuntó al pobre pollo, corrección lo que quedaba de él y sonrió felizmente.
Asentí tomando mis cubiertos —Se ve... —Me detuve buscando un buen adjetivo calificativo para describir la comida —¿Sabrosa? —Genial, Anel—Apuesto a que sabe genial.
Margaret una de las mujeres más importantes del orfanato y la más autoritaria entró en la sala. Su postura era recta y su traje de sastre gris combinado con negro, le daba un aspecto con más autoridad. Nos observó a todos, para luego comenzar a hablar.
—Niños y niñas que integren este tan solidario espacio, deben estar en condiciones para recibir a las parejas adoptivas— Anunció con voz grabe, frunciendo sus labios pintados de un marrón oscuro.
¿Lo ven?
Era imposible no memorizarlo.
La rutina era la de siempre; bañarnos, vestirnos y recibir con sonrisas y buen comportamiento a las parejas, logrando de esa forma lograr ser adoptado.
Sí, siempre era lo mismo.
Al terminar de comer y ayudar a Bertha con la limpieza de la cocina y el salón, subí a tomar un baño.
Debía estar presentable.
Aunque eso jamás me preocupó.
No me habían adoptado en dieciséis años ¿Por qué habrían de hacerlo ahora?
Me apliqué Shampoo, haciendo presión con las yemas de mis dedos en mi cuero cabelludo y luego coloqué acondicionador. Siempre me agradó que mi cabello estuviera sedoso, por lo que pasaba varios minutos masajeando la zona. Tomé el jabón e hice que este hiciera mucha espuma para así, distribuirla de manera uniforme por todo mi cuerpo dejando un agradable aroma a rosas.
Finalmente me envolví en la toalla caminando cautelosamente para no resbalar y darme un buen golpe. Sequé y cepillé mi cabello para luego ir en busca de mi ropa.
Físicamente, era de contextura delgada, no tenía mucho por lo que presumir, claro está. Pero el estar sana y poseer mis cuatro extremidades, era más que suficiente. Mi altura alcanzaba el metro setenta y mi cabello era increíblemente oscuro y largo.
Bastante largo.
Tanto que luchaba diariamente para poder cepillarlo.
En cuanto al color de mis ojos, pues estos eran verdes. No de ese verde esmeralda o claro como el agua, sino más bien, de ese verde aburrido y común.
¿Pero qué más daba?
Una vez ya lista bajé y me encontré con la sala siendo ocupada por varias parejas de diferentes lugares, entre ellos, japoneses, hindúes, estadounidenses, latinos hasta parejas homosexuales que querían formar una familia. El orfanato Sr. Benson era muy importante ya que se le consideraba el mejor orfanato del mundo, contaba con una gran reputación.
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Editado: 02.06.2023