No me malentiendan. No es que fuera malagradecido: tenía una vida estupenda y sencilla, y nada me costaba seguir así para siempre. Es por eso que necesitaba hacer algo.
No recordaba quién era. No recordaba qué había hecho o cómo había acabado allí. No habría sabido asegurar si realmente mi apellido era Mayer, si no tenía hermanos, si vivía en la periferia de la ciudad e iba a un Instituto con mis amigos Lance y Ted y me sacaba notas excelentes. Es lo que la gente me aseguraba, claro, pero no podía estar seguro. Tenía la sensación de que mi vida no solía ser así de pacífica.
Era una sensación, un sentimiento. Sí, podría haber estado equivocado. O quizás no. Era esa duda la que me llevaba a querer averiguarlo. Siempre que haya espacio para dudar, supón lo peor. Considera todas las opciones como probables. No te resignes a la más agradable y cómoda, a lo que te dice la gente.
No recordaba de dónde había sacado esa filosofía, pero no cabía duda de que la había traído conmigo cuando desperté.
De modo que seguí el siguiente razonamiento: la gente buena y feliz (mi familia, amigos, entorno, médicos, policía, etcétera) me aseguraba que era Thyan Regis Mayer, buen ciudadano estándar de Aethäe, y que siempre lo había sido. Pero si (como sospecho que es) sucede que fui una persona más fría y calculadora que este tal Mayer; si en realidad vivía en un entorno más crudo y no era un muchacho feliz de la ciudad de Aethäe, solo me quedaba una opción: los chicos malos. O sea, los oscuros.
No sabía si habría formado parte de esa comunidad y por eso tenía tales sensaciones, pero era la única pista que tenía. En aquel momento no sabía mucho sobre ellos, ya que la gente se resistía a hablar sobre el tema, pero por lo que sabía habría parecido poco probable que yo hubiese sido uno.
Al parecer, eran personas que vivían en las zonas limítrofes de la ciudad (aunque a veces se instalaban en zonas apartadas y semi abandonadas de la zona más céntrica) y sobrevivían precariamente a base de robos y plantaciones ilegales. Traficaban drogas, vendían armas, eran asesinos a sueldo, provocaban atentados... Los rumores que corrían sobre ellos eran muy poco favorecedores. Vestían ropas de cuero negro de pies a cabeza y solían andar andrajosos y flacuchos en motocicletas (que estaban prohibidas) tratando de causar desastres.
Se decía que los jóvenes de hoy día eran bastante sobreprotegidos y estrictamente enseñados dado a que eran los más propensos a decidir que no les gustaba la política y dinámica de la sociedad y unirse a los oscuros. Había algunos de aquellos en las cárceles, pero como la pena de muerte (que solo existía para ellos) demoraba mucho en ser procesada y acatada, solían escaparse a menudo.
Es así que, cuando decidí ir a buscar alguno para interrogarlo, me dirigí a la Cárcel Municipal de Aethäe. No estaba demasiado lejos del Instituto así que, tras despedirme de mis amigos, solo tuve que caminar unos veinte minutos para llegar.
Los policías y guardias que estaban allí no parecían tan sorprendidos de verme como creí que lo estarían. Cuando les pedí para ver al oscuro que sabía era el único allí de momento, me preguntaron si estaba haciendo algún trabajo escolar sobre ellos. Por supuesto, les dije que sí. No pensé que fuera a ser tan común entre los estudiantes secundarios presentar trabajos sobre aquellos marginados sociales como si fueran animales de circo, pero por supuesto no me quejé. Supongo que aquella sociedad necesitaba alguien a quien apuntar como el "malo" para mantener a los "buenos" en su lugar.
Había, como había previsto, un solo oscuro en la cárcel. Al fondo de la celda, no muy espaciosa y nada ventilada, estaba sentado un chico de unos veinte años como mucho. Tenía la cabeza gacha y los brazos, esposados, extendidos hacia adelante sobre sus rodillas. No podía verlo muy bien, ya que la única ventanilla del lugar (un orificio del tamaño de un melón, con tres rejas) estaba muy por encima de su cabeza y no lo iluminaba en absoluto.
- ¿Qué quieres? - su voz, muy cascada y arrastrada, resonó por la celda. Parecía que lo hubiesen hecho gritar tanto que se le había desgarrado la garganta. Fruncí el ceño - Si vienes a interrogarme para otro de esos estúpidos trabajos del Instituto tuyo, como buen niñato de mamá, puedes irte bien a la mierda. De todos modos escribirás lo que se te cante el orto; a quién le vale la verdad aquí.
Sonaba amargado. El guardia que estaba a mi lado, vigilando la celda, golpeó las rejas con su palo.
- Eh - dijo, sin mucha fuerza. Parecía acostumbrado a los insultos del chico - Más respeto.
- Respeto y una mierda - masculló para sí el oscuro.
Guardé silencio un momento, tratando de visualizarlo antes de hablar. Su silueta parecía increíblemente delgada, y sus tobillos, que sí podía ver, eran muy huesudos. De modo que era cierto que no tenían modo de conseguir abastecimiento... Eso, o lo mataban de hambre en la prisión.