Identity

V: Vida.

Las semanas pasaron. Fui a visitar a Isadore un par de veces más y, cuando quise verlo la tercera vez, me enteré de que había escapado. No me extrañó. De todos modos, no tenía la pena de muerte encima: solo había terminado tras las rejas por robar.

Asistí al Instituto normalmente. Charlé con Lance y Ted, hice mis deberes y ayudé a lavar los platos. E investigué. Busqué toda la información que pude en la Biblioteca Nacional, la del Instituto e incluso todos los libros que encontraba por la casa. Pero no hallé ni siquiera todo lo que Isadore me había contado, más allá de la Extinción (como llamaban al fin de toda la vida) y la creación de Aethäe. En la clase de historia del Instituto, el profesor se dedicaba a explicar una y otra vez este suceso y la evolución de la ciudad desde entonces, que no era mucha. Hablaba poco sobre el mundo antes de la Extinción: para ellos, antes solo había crueldad, guerra y corrupción. Aethäe era lo nuevo y bueno, la vuelta a empezar de la humanidad (ya sabes, con los Arcoíris por las nubes y las sonrisitas pegadas a la cara).

No fue hasta el primer mes desde que había vuelto a clases que algo significativo sucedió.

El martes, después de clases, decidí dirigirme una vez más a recorrer los barrios más pobres y abandonados en busca de Bibliotecas viejas y abandonadas que pudieran contener algo de información. Las casuchas de madera, medio podridas, se sostenían en su mayoría a cada lado de una calle de piedra en la que resonaban mis pasos. Era el único sonido que rompía el silencio aplastante del sitio, además del silbido del viento y el zumbar de las moscas.

No fue hasta la segunda calle que oí el grito. Me quedé quieto, sorprendido, y escuché con más atención. Un grito, de nuevo, desgarró el frío aire de la tarde. No era de dolor: era de agonía.

No me pregunten por qué obré como lo hice, pero mis piernas se movieron por sí mismas y corrí hacia los gritos. Comencé a oír más claramente la voz de la mujer, aullando a pleno pulmón y casi desgarrándose las cuerdas vocales, y, de fondo, los susurros y roces de ropa de terceros. Me apresuré, y no fue hasta que gritó nuevamente que giré un recodo de la calle y los vi.

Dentro de una de las casas de madera que se mantenía bastante en pie, se hallaba una mujer boca arriba, con las piernas abiertas y un fardo de paja seca a modo de almohada. Dos hombres y una mujer la estaban ayudando a dar a luz. Todos vestían de con ropa raída color negro.

Superada la sorpresa inicial, me les acerqué con más decisión de la que sentía. El primero en verme fue uno de los hombres; el que parecía estar vigilando. Frunció el ceño.

 - ¡Eh! ¡Alto ahí! - gritó con voz potente. Era alto y fornido, y calvo a excepción de un tupido mostacho marrón oscuro que le daba un toque gracioso e intimidante a la vez. Se cruzó de brazos, y sus bíceps borraron lo de "gracioso" - ¿Quién eres tú y qué haces aquí? No tienes derecho a...

La mujer volvió a gritar con un desgarrador lamento. El hombre hizo una mueca de dolor, y yo no pude menos que imitarle. Sin embargo, por el modo en que se volvió a mirarla con aprensión, pude deducir fácilmente que debía de ser o bien el esposo o un familiar cercano de la pobre mujer. Hablé antes de que pudiera seguir con sus amenazas.

 - Soy estudiante de medicina - mentí. Y a pesar de saber que no lo era, también sabía que tenía los mismos o mejores conocimientos que uno podría tener; probablemente tantos como un estudiante graduado. De dónde provenían, era un misterio - Quiero ayudarla. Si sigue perdiendo tanta sangre, no va a salir bien parada de esta. Ni siquiera el pequeño...

 - ¿Pero qué te crees? - me ladró el hombre. La mujer volvió a gritar, y él espero a que callara antes de seguir - No voy a dejar que pongas tus sucias manos sobre ella, maldito drogado. Ustedes nos desprecian, ¿no es así? Pues vete a despreciarnos por allá: para hacernos daño necesitarás mejores trucos, rata.

 - Si realmente los despreciara - otro grito - ¿no crees que rebajarme al nivel de vileza necesario para abusar de esta situación sería lo último que haría? Además, está prohibida la violencia. Sería estúpido de mi parte suicidarme solo para matar a una madre y un hijo que no me han hecho nada. Un "drogado" no pondría la muerte del enemigo por encima de su felicidad e ideología pacifista, ¿o sí? - hice una pausa mientras el hombre me miraba con desconfianza, buscando argumentos para echarme - Solo quiero ayudarla. Cualquier médico o aspirante a médico querría salvar vidas, sean de quien sea.

El hombre pareció meditarlo, con su lucha interna reflejada en el rostro torturado. La mujer soltó otro aullido, esta vez más terrible que los anteriores, y su voz se rompió al final. Con un estremecimiento, el hombre hizo una mueca y me espetó:

 - Muy bien, ven aquí. Pero te advierto que si les haces algo a mi mujer o a mi hijo...

 - Lo sé, lo sé - troté hacia la casa.




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