Cuando la madre fue capaz de respirar correctamente y mantenerse consciente, su esposo la cargó mientras Jess cargaba al niño (de nombre Leo), y el rubio, que resultó llamarse Paul, les servía de guardaespaldas. A decir verdad, creía que me iba a costar mucho más convencerlos de llevarme con ellos a la guarida de los oscuros, pero las palabras de David fueron:
- Salvaste a mi familia. No importa quién seas, te mereces alguna recompensa.
Y Paul alegó:
- Además, no tienes cara de ser un drogado - Por su sonrisa, eso era un halago. A esa altura ya había asumido que "los drogados" era la forma en la que ellos llamaban a los ciudadanos de Aethäe - No sé quién eres, pero no pareces malo. Y eres demasiado joven y vas demasiado desprotegido como para ser un enviado de los Científicos.
- Y de todos modos - susurró Jess, mirando al bebé con ternura -, la información de nuestra ubicación no te sirve de nada. Tanto los ciudadanos como los Científicos ya la saben, pero ambos son pacifistas y no vendrán a atacarnos.
- Y salvaste a mi familia - repitió David con orgullo - eso es lo que cuenta.
Suspiré y me acomodé la mochila, siguiéndolos por las sinuosas callejuelas de aquel ala de la ciudad. Decían que habían abandonado esa zona debido a problemas estructurales de las edificaciones, y que en algún momento planeaban derribarlas todas para reconstruir y rehabilitar aquella zona. Por ahora, allí parecían vivir los oscuros.
Contando las cuadras que avanzábamos y memorizando el camino, me fui asegurando de poder volver en caso de emergencia por mí mismo. A la sexta esquina doblada (derecha), llegamos al lugar.
El Refugio de los oscuros (ellos lo llamaban así) estaba situado en una rotonda, a medio derrumbarse. Eran las mismas casas de madera de antes, solo que más juntas y más grandes... y más secas. A algunas les faltaban trozos de pared o de techo, y muchas estaban "remendadas" con parches de otros materiales. Los oscuros pululaban entre las edificaciones, la mayoría descalzos y con ropas zaparrastrosas color negro. Había una gran mesa larga de metal en el centro de lo que parecía la plaza principal, y la mayoría de los aproximadamente doscientos humanos que allí vivían estaban en ese lugar, entre un griterío general.
Era la hora de la merienda, y al parecer la servían para todos en aquella mesa. Los niños, escasos, correteaban de un lado para otro entre los pies de los adultos, peleándose por sus trozos de pan. Un bebé de un mes y medio aproximadamente me observaba fijo mientras succionaba leche del pezón de su madre. Le sonreí.
Cuando nos acercamos al gentío, en seguida nos rodearon. Sin olvidarse del todo de la merienda, ya que todos se habían llevado algo de la comida de la mesa, las personas comenzaron a chillar de emoción y hacer preguntas; así como a admirar al bebé, haciéndole caras y alargándole dedos curiosos. Hubo que calmarlos un poco, y fue entonces que David contó la historia. Al parecer, cuando alguien va a parir o se enferma, es transportado a casas más alejadas del Refugio por razones de seguridad. Eso había sucedido con David y Greta (el nombre de la agotada madre de cabellos rojos a quien su esposo sostenía), y eran uno de los pocos que habían logrado volver triunfantes.
Acerca de mí, la gente me miró con curiosidad. Hubo algunas miradas de desprecio, desagrado o asco, pero fueron pocas. Los comentarios fueron más bien preguntas, pero traté de convencerlos de que primero quería ver a su jefe y luego hablaría con ellos. Reticentes en general, algunos ciudadanos me acompañaron a la casa donde, al parecer, estaba el renombrado cabecilla de los oscuros. Jess y Paul también fueron conmigo.
No tuve que esperar mucho. Me hicieron pasar unos pocos minutos después de presentarme, y cerraron la puerta detrás de mí.
La estancia en sí era cálida, en comparación a las demás casuchas carcomidas por la humedad (cabe decir que esa zona de la ciudad se hallaba justo encima de la reserva infinita de agua de Aethäe, y por esto era tan húmeda a pesar del desierto). Contaba con una lámpara de vela encima de una mesa vieja y una ventana alta en la pared opuesta como toda iluminación que, sorprendentemente, cumplían muy bien su función y llenaban de luz toda la habitación.
Además de la amplia mesa de madera, solo había un par de sillas y un tocón en la esquina opuesta. Y, detrás del montón de papeles apilados en el escritorio, un hombre se hallaba sentado en la silla, mirándome.
- Por favor, toma asiento - su voz, de tono grave, imponía respeto. Obedecí y lo observé con atención.
Cierto era que se parecía a Isadore . Tenía su mismo tono de piel aceitunado; sus mismos ojos grises y su mismo gesto grave, mucho más maduro. Nos observamos durante unos momentos con severidad, y entonces él sonrió de oreja a oreja.
- Muchas gracias por salvar a Greta y a Leo - me miró con una calidez impresionante. Me desconcertó por un momento el ver desaparecido en tono de gravedad anterior tan repentinamente. El hombre dejó caer su mano en mi hombro con total naturalidad - Te mereces una recompensa, por supuesto. ¿Qué deseas que te demos? Habrás visto que no hay mucho que elegir, pero...