Mientras Leah y Natalie me llevan a la enfermería yo observo todas las instalaciones que hay en este lugar. Visualizo un aula de música por la ventanita de la puerta y en ese breve vistazo puedo ver que hay butacas y una tarima enorme; conforme avanzamos por el pasillo veo también el laboratorio y la biblioteca. Nunca pensé que este sitio podía ser tan grande, si mi familia estuviese aquí no tendrían la boca cerrada en ningún momento.
Veo cómo hay otros alumnos hablando entre ellos, contándose cómo les ha ido en el verano, buscando sus respectivas habitaciones, otros incluso se están dando el lote; pero todo esto para cuándo entra un chico formando un silencio sepulcral y el ambiente se ha puesto tenso de repente. Conforme el chico avanza la gente se separa y se pega a la pared, ¿qué leches está pasando? Tiene un andar desgarbado, las manos las tenía en sus pantalones vaqueros oscuros haciendo que sus hombros se echasen hacia delante y cuándo levanta la cabeza observo que en sus labios hay una mueca de asco y desprecio, tiene una nariz respingona y unas cejas gruesas debajo de las cuales se encuentran unos ojos de color ámbar. Eran cómo mirar al sol fijamente, podrías quedarte ciego o deslumbrarte durante unos efímeros segundos.
Leah me aprieta del brazo haciendo que la mire.
-¿Qué haces? No le mires.- Me fulmina con la mirada.
-No entiendo nada, ¿por qué no le puedo mirar?- Digo mientras alterno la mirada entre él y Leah.
Oigo un carraspeo en mi espalda que me alerta, me doy la vuelta y veo que él se ha parado delante de mí y que me está mirando fijamente. Noto como sus ojos me penetran y quedo prendada en ellos.
-Hola, soy. . .- Oigo un jadeo colectivo, como si hablarle fuese un pecado o algo peor.
-No me importa y aparta.- Esa respuesta rompe el hechizo que tienen sus ojos sobre mí y ahora le miro con cara de querer arrearle.
No me da tiempo a decirle cuatro cosas cuando Natalie me empuja para que salga de su camino. En todo el tiempo que me he movido no ha dejado de mirarme, ni yo de querer pegarle un tortazo por ser tan maleducado. Suelta un bufido y sigue andando para atravesar la puerta que le estaba obstaculizando, en cuanto la cierra se oye un suspiro a lo largo de todo el pasillo. Me giro hacia Natalie para preguntarle el por qué de su actitud, pero me corta antes de poder decir nada.
-Alucinante ¿eh?-
-Maleducado e insoportable diría yo.- Después de decirme lo de antes ya no tiene posibilidad de caerme bien.
Suelta Natalie un jadeo.
-No digas eso, podría escucharte. Tenemos que explicarte unas cuantas cosas antes de que metas la pata más.- Leah en todo momento me mira como si me hubiese comido a un niño delante de sus narices. Apunta hacia la puerta. -Entra a la enfermería que para eso hemos venido hasta aquí.-
-¡¿Qué?!- El chillido debe haberse oído hasta en Honolulu. Me recorre una onda de dolor por todo el cuerpo, el grito al parecer me ha hecho mover la nariz. -Ni loca entro ahí.-
-Pues sufre entonces.- Leah se cruza de brazos mientras me da una sonrisa de suficiencia. Sabe lo que voy a decir.
Suelto un bufido.
-Deseadme suerte.- Me encamino hacia la puerta.
-Rómpete una pierna.- Oigo decir a Natalie mientras que se va con Leah hacia no sé dónde. Lo que me faltaba es que me rompiese una pierna. Me armo de valor y abro la puerta.
En cuanto entro veo que la enfermería no es tan amplia como las aulas. Hay estanterías por toda la estancia, dentro de ellas se encuentran todos los fármacos y todos los intrumentos necesarios; camillas blancas como las de las hospitales y las cortinillas típicas de estos. En una de ellas se encuentra sentado el maleducado de antes, el encargado de la enfermería no se encuentra por ningún lado. Estupendo. ¿Ahora qué hago? ¿me voy o espero a que llegue? Mejor me quedo, además ya me ha visto el chico de antes y no puedo irme porque eso significaría que le tengo miedo.
Le sonrío mientras me siento en una camilla que está en frente de él. Yo no me voy a comportar como una amargada como este chico.
-¿Qué haces aquí? Sabía que eras temeraria pero no que fueras estúpida.- Me pregunta a la misma vez que cruza lo brazos a la altura de su pecho. Se me escapa un jadeo. Ese movimiento ha hecho que se le contraigan los bíceps y que mi garganta se seque; ¿cómo puede ser tan irresistible un tipo como él?
Chasqueo la lengua. Qué desperdicio de tío.
-No sé si eres ciego pero tengo estoy sangrando a chorros por la nariz y no soy estúpida, si no no estaría aquí.- He intentado ser amable cuando he entrado pero es imposible.
-Eso sólo demuestra la ineptitud de los empleados de este lugar.-
-Que tú no sepas apreciar su trabajo no quiere decir que no lo hagan adecuadamente.- Aunque al decir esto he recordado a la apisonadora, esa mujer por poco me hace volver a Utah por su incapacidad de escribir un apellido correctamente. Pero no pienso darle la razón al espécimen de en frente.
La puerta se abre y entra por ella una mujer de unos cincuenta años, más o menos. Tiene una sonrisa bastante agradable impresa en su rostro pero en cuanto ve mi cara se le quita de golpe. Se acerca y coge mi cara con suavidad mientras observa atentamente mi nariz.