Ilumíname con tu luz

Capítulo II "El plan de Horacio"

Luis le dio la espalda en cuanto escuchó lo que le acababa de decir. Nieves intentaba de todas las formas posibles que entendiera, y este, que estaba enojado, solo apretó los labios y se dedicó a su trabajo.

La reconstrucción de la casa se detuvo en los siguientes días. Los vecinos sabían de primera mano que los Moreno no contaban con el dinero para recuperar su hogar; Gregoria se aprovechó de esto y convenció a su esposo de dejarles vivir con ellos en la finca. Era una casa grande, después de todo, tenía cuatro habitaciones, un baño y un patio enorme en el que, en el futuro, con la herencia de Horacio, podrían construir una segunda casa para vivir toda la familia junta. Aunque Rutilia aceptó de mala gana la propuesta de su comadre, muy dentro de ella se sentía humillada, tener que recurrir a tal extremo con tal de tener un techo y comida para sus hijos era demasiado para ella.

Esa tarde, Gregoria sacó su vestido de novia del armario mientras los hombres trabajaban y las mujeres seguían organizando todo para la boda. Ayudó a Nieves a colocarse el vestido y la observó echándose un poco hacia atrás para apreciarla mejor. Le tocó el hombro a su comadre quien estaba acomodándole el cabello a Antonia, estas se dieron la vuelta y se deslumbraron al ver a Nieves.

Nieves estaba vestida con el antiguo vestido de novia de Gregoria. El vestido, a pesar de los años que habían pasado desde su propio matrimonio, estaba en excelente estado, como si el tiempo se hubiera detenido para preservar su belleza. Era un vestido de seda blanca, con un escote cuadrado y mangas cortas adornadas con encaje. La falda caía en cascada, cubriendo los pies de Nieves con suavidad y elegancia. Una banda de encaje alrededor de la cintura marcaba la figura de Nieves de manera encantadora, realzando su juventud y gracia.

Gregoria sonrió con orgullo al ver a Nieves en aquel vestido que alguna vez fue suyo. Era un símbolo de continuidad, de pasar la tradición familiar de una generación a otra. La miró con ojos brillantes y le dijo:

—Nieves, estás hermosa. Este vestido te sienta de maravilla.

Rutilia también se acercó y admiró a su hija. Aunque había aceptado a regañadientes el matrimonio arreglado, no podía evitar sentirse emocionada al ver a Nieves vestida de novia, incluso si la situación no era como siempre había imaginado.

Por la cabeza de Nieves solo pasaba la curiosa pregunta de como es que el prominente cuerpo de doña Gregoria había entrado a la perfección en aquel vestido, pero decidió no preguntar, sin embargo, la mujer decidió adelantarse a la vacilación.

—Puede que ahora ya no tenga tu cuerpo, hija —dijo —. Pero vas a entenderme cuando des a luz a tus primeros hijos —rio.

Abrió los ojos de par en par con sorpresa. Ni siquiera se le había pasado por la mente el hecho de tener hijos con Horacio… ¡Justamente con Horacio! El solo pensarlo le causaba escalofríos. Su sueño era casarse con Luis y luego formar una familia, pero ahora ese sueño se había truncado con cada paso que daba. Tenía un nudo en la garganta mientras sentía las manos de doña Gregoria acomodar el vestido aquí y allá.

Se sintió atrapada en una situación que parecía escapar a su control. Mientras Gregoria continuaba arreglando el vestido de novia, los pensamientos se agolparon en la mente de Nieves como un enjambre de abejas. El vestido, hermoso pero antiguo, era un recordatorio constante de la vida que estaba a punto de dejar atrás y la nueva que se avecinaba. La idea de tener hijos con Horacio, alguien a quien apenas conocía y no amaba, la llenaba de ansiedad y miedo.

—Doña Gregoria, gracias por el vestido, es realmente hermoso —murmuró Nieves, tratando de ocultar sus emociones.

Gregoria le sonrió con complicidad, sin darse cuenta del conflicto interno de Nieves. La realidad de la boda inminente pesaba sobre los hombros de la joven como una losa. El vestido, que debería haber sido un símbolo de alegría y amor, se había convertido en un recordatorio constante de los sacrificios que estaba haciendo por su familia.

Mientras las mujeres continuaban con los preparativos, Nieves no podía evitar sentir que su vida había tomado un rumbo inesperado y doloroso. Las expectativas que tenía para su futuro habían sido reemplazadas por una realidad que no había elegido, y se preguntaba si alguna vez encontraría la felicidad en medio de este matrimonio arreglado.

Horacio estaba ansioso por hablar con sus amigos, Eliécer y Gonzalo, después de enterarse del compromiso con Nieves. Sabía que necesitaba su consejo, pero también temía lo que podrían decir. Aquella tarde, los tres se reunieron en el porche de la casa de Horacio, un lugar donde solían pasar horas charlando y riendo juntos.

Eliécer, un hombre grande y robusto, se balanceaba en una silla mecedora mientras Gonzalo, delgado y de estatura baja, se sentaba en los escalones. Horacio se unió a ellos con un gesto sombrío en el rostro.

—Muchachos, tengo que contarles algo importante —dijo Horacio con un suspiro—. Me he comprometido con Nieves Moreno.

La noticia golpeó a Eliécer y Gonzalo como un balde de agua fría. Intercambiaron miradas sorprendidas antes de que Gonzalo rompiera el silencio incómodo.

—¿Nieves Moreno? ¿La hija de los Moreno que perdieron su casa? —preguntó Gonzalo, con incredulidad en su voz.

Horacio asintió con pesar. Sabía que sus amigos no tenían una opinión favorable de Nieves, pero necesitaba su apoyo en este momento crucial.




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