Ilumíname con tu luz

Capítulo XIII "Olas y enigmas"

Estaba Nieves con el frasco de perfume en la mano, observándolo detenidamente. El color amarillento del líquido que desprendía aquel dulce aroma y el cual no estaba del todo segura por qué lo había comprado. El nombre de Horacio bailaba en su memoria cada que recordaba la bochornosa situación frente a Esther. Todo era culpa de doña Gregoria, metiéndole aquellos pensamientos en la mente, como si ella fuera una chiquilla enamorada de su marido. ‹‹Que tontería›› Pensó dejando el frasco de perfume sobre la peinadora.

Nieves suspiró, tratando de liberar la tensión que se acumulaba en su pecho. La mirada al espejo le devolvía la imagen de una mujer atrapada en un torbellino de emociones y situaciones inciertas. Estaba decidida a mantener la compostura y no dejar que las dudas minaran su tranquilidad.

Decidió guardar el perfume en el cajón, ocultándolo como si fuera un secreto vergonzoso. Quería evitar a toda costa que Horacio se enterara de su compra impulsiva. Mientras lo escondía, escuchó un suave golpeteo en la puerta. Se trataba de la criada.

—Buen día, señorita Pardillo. El desayuno está listo.

Agradeció a la criada y salió de la habitación, acomodándose bien el vestido y el cabello. Cuando llegó al comedor se dio cuenta de que ya todos estaban en la mesa; en definitiva, era ella quien se despertaba demasiado tarde y sintió sus mejillas teñirse de rojo ante el hallazgo.

—Buenos días —dijo tomando asiento en la mesa.

—Buenos días —dijeron al unísono. Horacio le sonrió, Nieves desvío la mirada.

La conversación durante el desayuno giró en torno a los negocios y a los proyectos de tía Isabel. Hablaban de inversiones y alianzas estratégicas que podrían fortalecer la posición de la familia Pardillo en el mundo empresarial. Nieves, aunque intentaba seguir el hilo de la conversación, su mente divagaba entre pensamientos tumultuosos sobre su matrimonio y las crecientes sospechas hacia Esther.

Al terminar el desayuno, tía Isabel anunció que tenía planeada una visita a la casa de un importante socio comercial. Parecía emocionada por presentar a Horacio y establecer nuevas conexiones. Mientras se levantaban de la mesa, tía Isabel se acercó a Nieves con una expresión de disculpa.

—Lamento tener que pedirte esto, Nieves, pero la reunión podría extenderse hasta la tarde. ¿Te importaría quedarte aquí en compañía de Esther?

Nieves, sintiendo la incertidumbre apoderándose de ella, asintió con una sonrisa forzada.

—No hay problema, tía Isabel. Puedo quedarme.

Horacio, desconociendo las maquinaciones que se estaban gestando, también asintió y se despidió de Nieves con la duda de si podía besar su mejilla, pero se contuvo con las manos inquietas y dijo:

—Te prometo que no será demasiado tarde. Nos vemos luego.

Esther, que había estado observando la escena con una sonrisa, se acercó a Nieves.

—Será divertido pasar tiempo juntas, ¿no crees?

Nieves, con una mezcla de resignación y desconfianza, asintió.

—Sí, será interesante.

Horacio y tía Isabel se dirigieron a la cita de negocios, dejando a Nieves y Esther en la mansión. A medida que avanzaba la tarde, Esther parecía empeñada en estrechar lazos con Nieves. Intentaba animar la situación con historias entretenidas y propuestas para actividades juntas.

Estaban ambas chicas en el jardín. Nieves observaba a Esther quien estaba echada en el banco blanco de jardín de manera poco decente para una dama, se notaba que estaba aburrida y Nieves se sintió un poco mal por eso, después de todo Esther era unos años más joven que ella y era obvio que estaba acostumbrada a recibir demasiada atención. Un carraspeo de garganta la sacó de sus pensamientos.

—Nieves ¿Y si vamos a la bahía?

—¿Tía Isabel te lo permitiría?

—Mi abuela no se encuentra, Nieves —sonrió — ¡¿Vamos?!

Esther, con su espíritu travieso, se acercó al mayordomo que estaba ocupado en los jardines y comenzó a hacerle preguntas sobre el cuidado de las plantas. Mientras distraía al mayordomo con su encanto y conversación animada, Nieves aprovechó la oportunidad para salir sigilosamente de la mansión sin ser vista.

Ambas chicas se encontraron en la calle, riendo con complicidad por el pequeño acto de rebeldía. Se dirigieron hacia la bahía, disfrutando de la sensación de libertad que les proporcionaba la escapada improvisada. El sol se ocultaba en el horizonte, pintando el cielo de tonos cálidos y dorados.

—¿No te parece emocionante hacer algo fuera de lo común? —dijo Esther, aún riendo.

Nieves, contagiada por la alegría de Esther, asintió.

—Sí, desde luego es algo diferente.

Caminaron hacia la bahía, disfrutando de la brisa marina y el sonido relajante de las olas. Se sentaron en un muelle, observando el reflejo del sol que se sumergía lentamente en el agua.

—¿Crees que Horacio se molestará si se entera de nuestra pequeña aventura? —preguntó Esther, mirando a Nieves con curiosidad.

Nieves, sintiéndose atrapada entre la lealtad a su esposo y las crecientes dudas sobre Esther, respondió con cautela.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.