La tía Isabel iría de visita a casa de una muy buena amiga, le dio el día a Horacio y le pidió como un favor que no dejara sola a Esther, que pasara tiempo con ella pues era joven, y se aburria fácilmente. Él comprendió, pensaba en que podrían hacer para pasar el rato, claramente, en sus planes estaba incluir a Nieves, a quien no veía desde la noche anterior. La buscó tras el baile que se había vuelto un revoltijo, sin embargo, no la encontró.
Junto a Esther decidieron ir hasta la bahía, ahí Horacio les enseñaría a pescar y podría disfrutar del día soleado. Pero no importa cuanto buscó por toda la mansión, no encontraba a su esposa. En su desesperación se acercó al mayordomo en jefe, quien le informó que Nieves había salido desde muy temprano.
—No quiso decirme a donde iría —añadió.
Horacio soltó un suspiro y se pasó las manos por el cabello. Por su cabeza solo pasaba el nombre de Tess Romero ¿Y si era él quien se había llevado a Nieves? No, ella era una mujer difícil de conquistar, aunque aquel barbaján la hubiera hecho sonreír era obvio que ella no accedería a estar con él en tan poco tiempo ‹‹Ha no ser…›› pensó.
—Saldré a buscarla —anunció un poco preocupado.
—¡Mi señor! —le detuvo el mayordomo antes de que se perdiera de vista —Hay un festival en la plaza, iniciaba desde temprano, debería iniciar buscando por ahí.
—¡Gracias Melvin!
Se acomodaba el chaleco mientras corría por las calles de roca. Una voz aguda que gritaba su nombre lo hizo voltear en cuanto ya estaba a unos cuantos metros de la mansión. Era Esther, quien corría con dificultad hacía él.
—¡Horacio! ¡Espérame! —gritaba mientras agitaba una de sus manos.
Él se detuvo, y aguardó por su prima mientras continuaba pensando en la situación. Horacio esperó pacientemente mientras Esther se acercaba, notando su esfuerzo por alcanzarlo. La joven llegó hasta él, tratando de recuperar el aliento, con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo.
—¿A dónde vas con tanta prisa? —preguntó Esther, aún jadeando.
—Voy a buscar a Nieves —respondió Horacio, su preocupación evidente en el tono de su voz. —Ha salido y no sé dónde está. Me preocupa que pueda haberse encontrado con Tess Romero.
Esther frunció el ceño, confundida por la mención de Tess.
—¿Por qué Tess? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
Horacio sacudió la cabeza, como si tratara de deshacerse de sus propios pensamientos.
—No importa. Solo necesito encontrar a Nieves. Melvin dijo que podría estar en el festival de la plaza.
Esther asintió, comprendiendo la urgencia en la voz de Horacio.
—Te acompañaré. Quizás entre los dos podamos encontrarla más rápido.
Juntos, se dirigieron hacia el festival, que ya estaba en pleno apogeo. La plaza estaba llena de gente, con puestos de comida, artesanías, y múltiples actividades que atraían a residentes y visitantes por igual. La música llenaba el aire, junto con risas y voces entusiasmadas.
Horacio y Esther se dividieron para buscar a Nieves más eficientemente. Horacio se movía con rapidez entre la multitud, su vista escaneando cada rostro en busca de su esposa. El corazón le latía con fuerza, temiendo lo que podría encontrar.
Después de varios minutos de búsqueda infructuosa, Horacio empezaba a desesperarse. ¿Y si Nieves había decidido irse con Tess? No, sacudió la cabeza, negándose a creerlo. Conocía a Nieves, sabía que ella...
De repente, su mirada se detuvo. Allí estaba Nieves, pero no estaba sola. Estaba hablando animadamente con una mujer mayor que Horacio no reconocía. Al verla tan tranquila y feliz, un peso se levantó de sus hombros. Se apresuró a acercarse, llamando su atención.
—Nieves —dijo, aliviado de encontrarla.
Ella se giró hacia él, sorprendida.
—Horacio… ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?
—Te busqué en la mansión y supuse que estarías aquí.
Dirigió su mirada hacia las manos de su esposa. Estaban ocupadas sosteniendo un libro que se veía un poco maltratado, Horacio leyó la cubierta “Orgullo y prejuicio”. Era la primera vez que veía a Nieves comprando algo por su cuenta, sin ser influenciada por nadie. Sonrió.
—¿Vas a llevarlo?
Asintió con la cabeza. Sacó el dinero del bolsillo de su falda, pero fue detenida por Horacio.
—Yo pago.
—Yo puedo pagar mis propias cosas, gracias —dijo Nieves tensando la mandíbula.
Horacio notó que estaba haciéndola enojar y sonrió. Hacia mucho tiempo que no la molestaba, quizá ahora podría vengarse de ella por haberle asustado de aquella manera.
—No, no. Yo pago. Tenga. —extendió el dinero.
—¡Ya te dije que no! Tome…
—Soy el hombre, yo pago.
—¡Qué no! —gritó Nieves dándole un empujón que lo hizo tambalearse.
Se echó hacia atrás por el impulso, sujetándose con una mano del pequeño puesto de la vendedora. Soltó un quejido preocupando a Nieves en el acto. Un grupito de personas volteó a ver la escena, entre ellos estaba Esther quien los divisó entonces.