Ilumíname con tu luz

Capítulo XVIII “Segundas oportunidades”

Descubrió al despertar que Nieves ya no se encontraba en la residencia. La tía Isabel le había hecho saber a Horacio que Nieves había abandonado la mansión durante la madrugada cuando apenas el sol se asomaba. 

Sintió una punzada en el pecho y con la cabeza hecha un lío por la resaca, se sentó en el jardín a pensar. Maldijo en voz baja mientras recordaba a Nieves en su última discusión. En como lloraba y la manera en la que le había gritado, era obvio que estaba herida, pero Horacio no lograba encontrar una manera para solucionar su error (un error que ni siquiera recordaba).

Movía la pierna derecha sin cesar, se mordía el dedo pulgar y soltaba suspiros que lo mantenían cuerdo en aquel punto de frustración en el que se encontraba. De algo estaba seguro al menos, y es que Nieves no había ido lejos, tía Isabel le había informado que el carruaje la había dejado en la estación; así que Horacio supo de inmediato que había vuelto junto a su familia. Y en su arranque de ansiedad estaba decidido a ir por ella, incluso si eso significaba dejar de lado sus negocios junto a su tía. Horacio se levantó del jardín con determinación, sintiendo la urgencia de resolver las cosas con Nieves lo antes posible. No podía soportar la idea de que ella estuviera herida por su culpa, y estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para enmendar su error y recuperar su confianza.

Al entrar a la mansión escuchó como la voz firme y fuerte de la tía Isabel resonaba en las paredes, se acercó curioso encontrándose con la escena de una reprimenda por parte de Isabel hacia las criadas y Esther, quien estaba cabizbaja y con las manos inquietas en la falda. Esther había salido de casa al escuchar el carruaje de Nieves durante la madrugada y así, en la peligrosidad de la penumbra y estando completamente sola tomó un caballo y fue tras ella sin que nadie supiera.

—Lo siento —dijo la niña mientras desviaba la mirada hacia su primo, quien la observaba desde el marco de la puerta.

Después del regaño Esther se dirigió a la biblioteca, Horacio la siguió. Entraron a la enorme habitación y cerraron la puerta tras de sí.

—¿A dónde fuiste?

—Fui tras Nieves —aclaró ella —pero la perdí en el camino, además tuve un pequeño accidente.

Se levantó levemente la falda del vestido dejando a la vista sus rodillas raspadas, con la sangre que ya se había secado impregnada en la piel. 

—¿Cómo fue…?

—No le digas a la abuela. No te preocupes, estoy bien, solo caí del caballo.

—¡No debiste hacer eso!

—Cállate y escucha —susurró —El caballo escapó y tuve que caminar, llegué hasta el teatro. Ahí me encontré a Tereso y lo encaré:

Esther divisó a Tess riendo con dos hombres que parecían un par de años más viejos que él, no la sorprendió, Tess era un hombre nocturno y siempre estaba disfrutando de diferentes tipos de entretenimientos. Se acercó a él con cautela, lo tomó de la camisa y en cuanto este volteo le puso la cara más amenazante que pudo. Él la observó de arriba hacia abajo y una sonrisa se dibujó en su rostro. En cambio, los otros dos hombres se vieron visiblemente preocupados al notar el estado en el que Esther se encontraba.

—Señorita ¿Está usted bien? —preguntó uno de ellos.

—Tranquilos, señores —intervino Tess antes de que alguno pudiera decir algo más —Si me disculpan caballeros, los alcanzaré más tarde. Déjenme encargarme de esta situación.

Los hombres se alejaron mientras Esther y Tess se paraban uno frente al otro. 

—Y bien… Supongo que vienes a quejarte, pequeña Esther.

—¡No me hables así, Tereso! —refunfuñó —¡No puedo creer que hayas sido tan patán de mentirle de esa manera a Nieves!

Tess rio con ganas, con la mirada furiosa de Esther sobre él. Cuando hubo controlado su risa se posicionó a la altura de la muchacha y le plantó un beso en la mejilla. El rostro de la niña se tiñó de rojo y la rabia disminuyó. Esa era una de sus debilidades, él lo era. Desde que lo conocía Tess había sido como un ídolo para ella. Escribía canciones al piano pensando en él y soñaba con ser su esposa y aunque Tess sabía sobre esto, él simplemente prefería ignorarlo. Esther no llenaba sus expectativas, además, no le gustaban tan jóvenes. Esto a Esther la entristecía, aunque, al ser muy orgullosa, decidió que era mejor hacer creer a Tess que ya lo había superado.

—¿No crees que deberíamos ir a un lugar más privado para hablar del tema? Digo, pequeña Esther, a la señora Isabel no le gustaría saber que su nieta está sola en medio de la noche en pijama, cubierta de lodo y rodeada de hombres.

Ella tragó con dificultad y aceptó seguirlo. Se dirigieron a la mansión de la familia Romero, en donde Tess aún vivía junto a su padre, esté rara vez se encontraba ya que se encargaba de los negocios de sus tan famosas droguerías en el país. Tess ocupaba el tiempo de libertad que su padre le daba para despilfarrar dinero, sin sentir preocupación sobre su futuro, si de algo estaba seguro es que su padre le dejaría una enorme herencia, la cual le permitiría vivir hasta su vejez sin trabajar. Con eso era más que suficiente.

—¿Dónde están tus sirvientes? —preguntó Esther al notar que el lugar estaba en completo silencio. Sus voces hacían eco en la enorme entrada.

—Los eché. No los necesito —dijo convencido de su respuesta —Ven, vayamos al salón. Buscaré algunas cosas para que puedas tomar un baño y dormir.




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