Siento algo húmedo pasar por mi cara y un peso encima, a lo que me sobresalto de repente. Mis parpados, aun pesados por el sueño, se abren con lentitud, revelando una sombra mañanera apenas iluminada por la luz leve que se pasa por las cortinas.
Entonces, la sensación de humedad en mi cara cobra sentido cuando mis dedos tocan algo calientito y suave. Parpadeo varias veces para enfocar mi visión y descubro que es mi perro, juguetón como siempre, ha decidido hacer mi cara su punto de aterrizaje. Su lengua húmeda y fresca ha dejado su rastro en mi mejilla, y sus patas descasan sobre mi barriga, como si fuera una plataforma perfecta para observar el mundo.
La sorpresa inicial se desaparece, remplazada por una mezcla de ternura y diversión. Mi perro, ajeno a mi despertar, mueve su cola animadamente, mientras yo intento moverme con cuidado para no interrumpirlo de su sueño, sin embargo, al sentir el movimiento se despertó de una vez moviendo la cola alegremente y soltando ladridos.
—Y..ya. basta…a -le digo mientras el sigue lamiendo, haciendo que me dé cosquillas, pero las risas traicioneras hacen que siga haciéndolo. A lo que oigo el llamado de mis padres para que me levanté.
Mi vida hasta ahora ha sido maravillosa con muchos momentos súper agradables y divertidos con mi familia, pero últimamente siento algo fuera de lo común no se ni como explicarlo desde hace alguna semana siento una voz en mi cabeza que me dices cosas no muy buenas y no le he dicho nada a nadie solo lo tomó este es el comienzo de la adolescencia dónde los jóvenes somos unos rebeldes. A medida que me levanto de la cama, siento la mezcla de emociones que absorbe mi ser. El aroma familiar del desayuno flota desde la cocina, pero mi mente está en otro lugar.
Caminando hacia el espejo, me enfrento a mi reflejo, mirando detenidamente los aspectos que conocía tan bien. Pero hay algo diferente en mis ojos, veo destellos de curiosidad y desafío. La voz en mi cabeza ha pasado de ser un susurro a un murmullo persistente, insistiéndome a cuestionar y desafiar la realidad que me rodea. Mientras me encamino al baño, el sonido del agua que corre golpea mis oídos, creando una cortina de fondo para los pensamientos rebelde que agitan en mi mente.
Bajo la regadera, dejo que el agua caliente disipe el adormecimiento mientras mi mente se enreda en pensamientos confusos. ¿Qué es esta voz que me anima a desafiar lo establecido? ¿Cómo se incluye en mi vida feliz hasta ahora? Las preguntas fluyen como el agua sobre mi cuerpo, llevándose consigo las dudas y las inquietudes.
Al salir del baño, me encuentro con el aroma tentador del desayuno que ha invadido la casa. Saludo a mis padres con una sonrisa, pero noto que mi mirada vaga perdida en la corriente de pensamientos que siguen en mi mente.
Sentada a la mesa, la voz en mi cabeza murmura palabras inquietantes mientras muerdo mi tostada distraídamente. Mis padres hablan alegremente, ajenos a la tormenta interior que se produce en mí. Intento concentrarme en las palabras amigables, pero la voz me tira hacia otro lugar, hacia preguntas que aún no encuentran respuestas.
Al terminar el desayuno, mis padres me desean un buen día con cariño. Agradezco con una sonrisa falsa, sintiendo la tensión entre la aparente normalidad y la creciente rebeldía en mi interior. Mis ojos se topan con los de mis padres, pero la conexión parece frágil, como si una barrera invisible se creara entre nosotros.
Mis pasos resuenan en la entrada, y me despido de mis padres con un beso en la mejilla y un breve intercambio de palabras. La luz del día me envuelve cuando cierro la puerta tras de mí, pero la calidez no alcanza a disipar la sombra que se filtra en mi interior.
La voz en mi cabeza persiste mientras me despido, provocándome a explorar los secretos que se esconden detrás de la fachada habitual. Con un nudo en la garganta, me alejo decidida a desentrañar la verdad detrás de esta nueva voz que despierta en mí un ansia insaciable por descubrir lo desconocido.
El camino hacia la escuela se extiende como un paisaje conocido, pero mis pensamientos se dispersan en direcciones desconocidas. El murmullo persistente en mi cabeza se disminuye momentáneamente, dejando espacio para la precaución y la inseguridad que la adolescencia trae consigo.
La escuela se presenta como un ambiente de encuentros y retos, un lugar donde las identidades se forjan y las relaciones se entrelazan. El bullicio de los estudiantes y el ajetreo del día escolar me envuelven, pero mi mente inquieta se niega a sumergirse por completo en la cotidianidad.
Al entrar a la escuela, me cruzo con rostros conocidos y amigos, pero una sensación de distanciamiento me envuelve. Saludo con gestos automáticos mientras mi mente se sumerge en la búsqueda de respuestas a las preguntas que han comenzado a tejer una telaraña en mi interior.
El día avanza con clases, risas y conversaciones superficiales, pero mi atención se desvía hacia un horizonte indefinido, sintiendo que cada paso me aleja un poco más de la niña que solía ser.