Dos años han pasado desde que aterricé en Riverdale, y durante este tiempo, la vida ha moldeado mi entorno y mi ser. Mi padre, dedicado a su trabajo, ha alcanzado el éxito que se merece. Su reputación como arquitecto y administrador ha abierto nuevas puertas, llenando nuestra vida de un aire agradable de prosperidad.
La relación con Nana se ha fortalecido con cada día que pasa. Sus consejos sabios y su constante compañía se han convertido en los pilares que sostienen mi día a día. Cada momento compartido se vuelve un tesoro, y entre risas y confidencias, Nana ha dejado de ser solo una cuidadora para convertirse en una verdadera amiga.
Mi amistad con Mary, mi compañera de lentes y amante de los libros ha crecido con la intensidad de las historias que compartimos. La biblioteca se ha convertido en nuestro refugio, donde los mundos literarios se entrelazan con los detalles de nuestras propias vidas. Juntas, exploramos los intrincados caminos de la ficción y la realidad. Mary se ha convertido en una confidente leal, una amiga que comparte el amor por los libros y las vicisitudes de la vida adolescente.
La etapa con Jessica llegó a su fin cuando, después de un año decidió seguir su educación en otro estado. Su ausencia marcó el inicio de una fase menos opresiva en mi experiencia estudiantil. Aunque las huellas de su actitud persisten, el espacio que dejó atrás ha permitido que nuevas conexiones florezcan.
El reflejo en el espejo reveló una imagen que apenas reconocía. Dos años en Riverdale habían dejado su huella en mí, transformando la figura que solía ser. Mi rostro mostraba rasgos más definidos y una expresión que reflejaba no solo el paso del tiempo sino también las experiencias que se escondían detrás de cada día.
La complexión de mi cuerpo ya no oscilaba entre extremos. No era ni flaca ni gorda, sino una fusión de formas que comenzaban a revelar la esencia de una adolescencia en constante cambio. La cintura y las caderas, antes ocultas bajo ropas anchas y sudaderas, ahora se perfilaban con una elegancia natural, marcando el camino hacia una autoaceptación que antes parecía esquiva.
Mis ojos, de un café profundo, reflejaban historias que iban más allá de las palabras. El espejo, convertido en testigo silencioso, me recordaba que el tiempo no solo dejaba marcas en la piel, sino también en el alma en constante evolución.
Mientras me enfrentaba a la imagen en el espejo, mi teléfono vibró con un mensaje de Mary. La pantalla iluminó palabras que invitaban a una rutina que se había convertido en nuestro pequeño ritual: "¿Café de siempre?". A unas cuadras de casa, el café era el cómplice de nuestras charlas y risas compartidas.
Respondí afirmativamente, con una mezcla de emoción y gratitud por tener a alguien como Mary en mi vida. Atrás quedaban los días de incertidumbre en la escuela, y ante el espejo, vi reflejada a una joven que, a pesar de los desafíos, emergía con una fortaleza recién descubierta. La transformación no solo era física, sino también un viaje hacia la aceptación y la conexión con las piezas que formaban el rompecabezas de mi identidad en constante evolución.
Preparándome para salir, elegí un mom jeans que se ajustaba cómodamente y una sudadera negra que proporcionaba un toque de sencillez. Mis manos hábiles aseguraron un par de zapatillas cómodas, listas para llevarme a través de las calles familiares de Riverdale. La imagen en el espejo, aunque aún reflejaba la esencia de quien era, parecía resonar con una confianza recién descubierta.
Descendí las escaleras con pasos seguros, justo cuando la puerta principal se abría revelando la figura de mi padre. Su presencia temprana en casa desencadenó una pregunta silenciosa en mi mente.
—Hola, papá -saludé, notando la inusual sorpresa de su llegada anticipada. ¿Cómo fue tu día?
Él, con una sonrisa matizada de cansancio, respondió con amabilidad antes de plantear la inevitable pregunta:
—¿A dónde te diriges esta tarde?
La respuesta escapó de mis labios con una confianza que, aunque reciente, se volvía cada vez más sólida.
—Solo voy a tomar un café con Mary. No estaré fuera mucho tiempo.
La expresión de mi padre, inicialmente sorprendida, se transformó en una mirada comprensiva. Las palabras no fueron necesarias la comunicación entre nosotros había alcanzado un nivel de entendimiento que iba más allá de las explicaciones detalladas. Asentí con agradecimiento, y mientras cerraba la puerta tras de mí, sentí la certeza de que, a pesar de los cambios y las transformaciones, algunos vínculos permanecían inquebrantables.