Al abrir la puerta del café, una campana colgada en la entrada tintinea suavemente, anunciando mi llegada. El acogedor aroma a café recién molido y leña quemándose me envuelve al instante. La luz cálida y titilante de la chimenea en una esquina agrega una atmósfera acogedora y hogareña al lugar.
Mis ojos recorren la acogedora decoración de estilo cabaña: sillas de madera robusta, mesas de aspecto rústico, y detalles que evocan la calidez de un hogar montañés. Y allí, en una mesa cercana a la chimenea, se encuentra Mary. Su cabellera oscila con un tono rojizo y su rostro iluminado por una sonrisa genuina se vuelve evidente cuando nuestras miradas se encuentran.
—¡April! -exclama Mary, levantando la mano para saludar animadamente. Devuelvo el saludo con una sonrisa y me encamino hacia ella, sorteando las mesas que componen este refugio tranquilo.
Don Martín, el dueño del café y una figura ya familiar, se mueve con su característico estilo cascarrabias. Su barba canosa y su gesto adusto contrastan con la amabilidad palpable en su trato. Al acercarme a la mesa, Don Martín está ocupado sirviendo el café a una mesa cercana.
—Hola, Don Martín. ¿Cómo ha sido su día? -saludo, intentando romper la coraza de su aparente malhumor.
Él, con una mezcla de gruñidos y una sonrisa apenas perceptible, responde: —Ah, el mismo de siempre. Pero aquí estamos, sirviendo café a estas almas necesitadas de cafeína.
Nos reímos a igual que nos sentamos en la mesa cerca de la chimenea, disfrutando del cálido resplandor y del bullicio suave del café. Don Martín, con su actitud cascarrabias, nos entrega las cartas de menú con una mirada que mezcla impaciencia y complicidad.
—¿El de siempre, April? -pregunta Mary, refiriéndose a mi elección habitual.
—Sí, por supuesto. No cambio lo que funciona -respondo con una risa, recordando cómo mi gusto por la rutina también se extendía a las pequeñas delicias del café.
Don Martín se aleja gruñendo algo ininteligible sobre la previsibilidad de las personas. La risa de Mary y la mía resuena en el acogedor espacio. Mientras esperamos, saco el teléfono y envío un mensaje rápido a mi papá, informándole que estoy en el café y que estaré fuera por un tiempo. La respuesta llega casi al instante: "Diviértete, cariño".
La charla con Mary fluye naturalmente, abordando los eventos recientes en nuestras vidas. Compartimos risas, anécdotas y hasta nuestras pequeñas frustraciones cotidianas. La conexión que hemos cultivado a lo largo de estos años en Riverdale se manifiesta en la comodidad de estos encuentros, donde las palabras encuentran su propio ritmo.
Don Martín regresa con nuestras órdenes, y mientras saboreamos el café, el murmullo de la chimenea y la conversación amena crean una burbuja acogedora en medio del bullicio del café.
En medio de nuestras risas y charlas, Mary menciona algo que agita la tranquilidad de la tarde. —Sabes, hay rumores de que se mudarán nuevas personas al vecindario. -Sus palabras traen un atisbo de intriga a la atmósfera acogedora del café.
—¿Nuevos vecinos? ¿De quiénes se trata? -pregunto con curiosidad, aunque no puedo evitar sentir una punzada de inquietud. Mary se acomoda en su silla antes de responder.
—Parece ser un chico de nuestra edad, más o menos 19 años y su padre. Van a vivir en esa gran casa frente a la tuya, la que siempre está vacía. -Mary señala la dirección con un gesto casual, pero sus palabras despiertan mi interés.
La casa frente a la mía, una estructura imponente y hermosa, siempre ha permanecido desocupada durante todo el tiempo que llevo en Riverdale. La noticia de que finalmente tendrá residentes parece un giro inesperado en la historia de nuestro tranquilo vecindario.
—¿Qué sabes sobre ellos? -pregunto, tratando de ocultar mi curiosidad detrás de una sonrisa despreocupada.
—No mucho aún. Al parecer, el chico y su padre están mudándose por razones de trabajo. -Mary baja la voz, como si compartiera un secreto. Dicen que son personas reservadas y educadas, pero eso no debería sorprendernos, ¿verdad? -añade, sonriendo con complicidad.
En ese momento, la puerta del café se abre con un tintineo, y mi mirada se desliza hacia la entrada. La figura de Don Martín emerge, indicando que los recién llegados podrían haber hecho su entrada en nuestro pequeño refugio. La incógnita de quiénes serán estos nuevos vecinos agrega un elemento de expectación al aire, y mientras Mary y yo continuamos nuestra charla, una sombra de misterio se cierne sobre la perspectiva de estos inesperados residentes en el vecindario de Riverdale.
Mientras la conversación con Mary continúa, una chispa de intriga enciende mi curiosidad sobre los recién llegados. ¿Qué los ha atraído a esta ciudad tranquila y por qué ahora? La figura de aquel chico de 19 años y su padre adquiere un aura de misterio que me incita a descubrir más.
Las historias de mudanzas por razones de trabajo resuenan en mis oídos, pero algo en este caso parece diferente. ¿Qué podría haber en Riverdale que atrajera a nuevos residentes a una casa que siempre estuvo vacía? La sospecha se mezcla con mi deseo de aventura, y una idea toma forma en mi mente.
Terminamos nuestro café, y mientras nos despedimos de Don Martín, una resolución silenciosa se asienta en mi interior. —Voy a averiguar más sobre esos nuevos vecinos -le confieso a Mary, dejando entrever una chispa de emoción.