"Tengo miedo de que mis decisiones no sean las correctas..."
Capítulo 8: Jamás derramaré una lágrima por él...
Escucho su risa cuando le doy la espalda.
—Tus amenazas no son nada para mí. —Dice y puedo escuchar que en su tono de voz se está burlando de mí.
—¿Y quién dijo que eran amenazas?
—Tienes razón, no son más que ridículas palabras.
Ja, si tú lo dices...
Me quedo en silencio observando mi alrededor y justamente cuando me dirijo a las escaleras, él habla.
—Te espero en el comedor.
—No tengo hambre y no voy a comer nada que provenga de ti.
Al decir esto, escucho como sus pasos se dirigen hacia mí.
—Eso es lo que tú crees, pero las cosas no se harán a tu manera, sino a la mía. —Dice en mi oído, lo cual hace que un escalofrío se prolongue en mí.
—Eso lo veremos. —Digo subiendo el primer escalón, pero cuando hago esto, él me toma de la muñeca y provoca que resbale.
Puedo sentir como mi trasero se estampa contra el suelo.
—¿Estás loco o qué? —Me quejo.
Escucho su risa y no puedo creer lo que veo cuando levanto mi cabeza.
Él se estaba riendo a carcajadas de mí.
¡De mí!
¿Cómo se atreve?
—¿Crees que es gracioso? —Lo fulmino con la mirada mientras intento levantarme.
—Demasiado... —Se burla mientras intenta recuperar su respiración.
Me dirijo a él.
—Bueno, te aseguro que esto será igual de gracioso para mí.
Y justo en ese momento estampo mi pierna en su miembro.
—¡Maldita sea! —Grita.
Escucho sus quejidos mientras yo exploto en carcajadas.
—Lo lamentarás. —Dice con un tono de voz que refleja su dolor.
Yo simplemente ignoro lo que me dice y sigo riendo. Tuvo que haber pasado mucho tiempo, porque cuando levanto mi cabeza está delante de mí.
Con su ceño fruncido y paro de reírme.
—Cuida tu espalda, niñata, que de esta no te salvas. —Dice dirigiéndose a una puerta que al llegar a esta agrega—. Te espero en el comedor y si no vienes tendré que ir a buscarte y apuesto que eso no te gustará.
Cuando desaparece por completo, respiro.
No puedo creer lo que acaba de pasar desde que llegue aquí y la verdad me siento asustada, asustada de lo que él pueda hacer.
Dios, ¿En qué lío me he metido?
(...)
—Come.
—No tengo hambre.
—No me interesa, así que quiero que comas ahora.
—No.
—¿Es que acaso no se te apetece probar lo que está en tu plato? —Frunce el ceño.
—No quiero nada que provenga de ti.
—Pues que lástima, porque aquí o comes o te mueres de hambre.
—Me muero de hambre entonces...
—¡Te dije que comas! —Eleva su tono de voz.
—¡Te dije que no me daba la gana de comer algo que provenga de ti! —Lo imité.
—¡Obedece!
—¡No!
—¡Maldita sea! —Dice golpeando la mesa y provocando que una sustancia caliente caiga encima de mí.
—¡DEMONIOS! —Grito.
Me levanto e inmediatamente corro hacia el baño de la habitación en la cual desperté.
Al llegar, veo que la sustancia solo ha caído en mi brazo derecho y un poco en mi pierna derecha. Hago una mueca y empiezo a buscar un botiquín.
—¿Qué sucede?
No le respondo.
—Kelsey.
Sigo sin responderle.
—¡Maldita sea, Kelsey! Deja de actuar como si no me escucharas. —Dice tomándome del brazo derecho.
—¡SUÉLTAME! —Me quejo al sentir que su agarre me lástima.
—Dios, Kelsey... —Dice mirando mi brazo.