Mi corazón latía desbocado y jadeaba sin cesar sin saber por qué. Bueno, sí sabía por qué: fue electo como mascota del equipo de fútbol de mi amo para el campeonato final. ¡Por todos los perros y aullidos! Ningún humano me había elegido para algo semejante y, aunque solo tenía que ladrar y hacer que los demás humanos se alegraran con solo verme, sentía que en cualquier momento podría fallarle a mi amo y me castigaría muy, muy feo. O peor aún, que se sintiera mal por eso.
Ya, Simba, sácate esos pensamientos de la cabeza. Tu humano te quiere y siempre te querrá, ¿no? ¡Ay, no, qué miedo!
En las últimas dos semanas previas al tan esperado campeonato, mi humano se encargó de enseñarme nuevos trucos para así convencer a su otro amo para que fuera la mascota. Según él, todos los años el equipo Trueno elegía la mascota de alguno de los muchachos para que los representara, y se había vuelto una especie de tradición hacerlo. El año antepasado la mascota había sido una espeluznante iguana que no hacía nada más que asustar a los niños. ¡Ja! ¿A quién se le ocurriría la brillante idea de tener una iguana como mascota? Y el año pasado, al partido que asistí por primera vez a apoyar a mi amo, había sido un hámster que esparció el pánico entre todas las porristas mientras el pequeño ratón se movía de un lado a otro dentro de esa esfera de plástico.
Una esfera de plástico que quería morder y sacar al hámster para jugar con él hasta matarlo. Era una rata al fin y al cabo: una rata gorda y peluda.
Sin embargo, después de todos esos días de entrenamientos en los que mi amo me terminaba regalando galletas por cada logro y una buena ración de comida, se alegró al saber que fui electo como la nueva mascota. El quinto perro en ser electo tras tres años de ausencia canina. ¡Qué maravilla!
Me acerqué a mi humano que terminaba de ajustarse sus zapatos. Me sentía cohibido al estar rodeado de tantos humanos de cabello corto, apestando a un olor colectivo que se asemejaba al de mi amo e intercambiando risas y palabras breves, plagadas de un miedo casi palpable. Mi amo me sonrió y bajó su pie para acariciarme. Se veía bastante guapo con esa camiseta y shorts azul oscuro brillante y bordes blancos.
—Tengo algo paras ti, Simba-Simba.
¿Para mí? ¿Tiene un regalo para mí? Sacudí la cola de pura felicidad imaginándome un hueso de plástico que morder o una nueva pelota a la cual clavar mis dientes y afilarlos. Pero lo que sacó me desconcertó: una camiseta igual que la suya, aunque más pequeña.
—Vamos a vestirte, campeón.
Y de repente, todo se volvió oscuro por un breve momento mientras me ponía la camiseta.
—Oye, Enrique —dijo uno de los chicos al otro lado del vestuario—. ¿Por qué le pusiste a tu perro como el león de la película «El Rey León»?
—¿Acaso no es obvio, Trevor? —dijo él con cierto orgullo en su voz—. Me gusta esa la película.
—¿Cuál de las dos versiones? —preguntó otro—. Porque el remake fue pésimo. A decir verdad, me agradaba más el personaje de Pumba de la versión animada que la versión realista.
—Es cierto —convino otro.
—Pues me opongo —dijo otro muchacho, quién sabe dónde—. No te pudo haber gustado, pero no puedes negar que tiene buenos efectos especiales.
¡Ay, ay, mi patita, humano! ¡Cuidado con mi patita! Gemí por lo bajo y mi amo se percató de que me estaba lastimando en su intento de introducir mi pata en esa angosta manga. ¿Por qué tenía que vestir esta ridícula camiseta? ¿No era suficiente con que fueran los humanos que la llevaran?
—A mí solo me gusta la versión animada. No he visto el remake. Prefiero quedarme con las primeras versiones a que me arruinen mi infancia con falsas expectativas.
Una ola de discusiones se elevó por encima del espeluznante sonido de las gradas que se filtraba a través del pasillo, junto con las vibraciones que me ponían muy, muy nervioso.
En ese instante, el otro amo de mi amo que siempre apestaba a combustible y sudor seco irrumpió la habitación, soplando su silbato.
—Okay, niñitas. —Su voz era potente y autoritaria; tanto así, que me volví enseguida para verlo mejor—. Escúchenme bien: este campeonato final de una larga temporada, y el inicio de una nueva carrera para la gran mayoría de ustedes. Hoy será el último partido que Mauricio, Franklin y Tomás hagan con ustedes antes de que cada agente los elija —Hubo un coro de aplausos y vítores, al tiempo que tres muchachos bastante fornidos se ponían de pie y saludaban—. A partir de hoy Trevor, Oscar y Givolo serán los nuevos capitanes si ganamos esta final. Quiero que tanto los capitanes veteranos como los nuevos den lo mejor de sí: no solo estarán bajo la mira de un gran público, también los agentes los estarán fichando y eso quiere decir que mientras mejor jueguen, más exigencias me pedirán que les ponga. ¿Entendido?