Me quedé esperando a que mi humano me diera más comida antes de que se fuera, pero ni siquiera salió a saludarme ni menos a despedirse. Oí su voz amortiguada y lejana, e incluso gemí y le ladré para que saliera. Quería saber si me había disculpado y que me seguía amando, que no me echaría a la calle. Al parecer, no reparó en mi presencia y un rato después su voz y su olor desaparecieron de la casa.
Sentía que había fallado como perro y como buena mascota. Ese pensamiento rondó por mi cabeza después de que Silvestre terminara con su relato, el cual fue de mal en peor cuando estuvo vagando por las calles en plena noche. Aún me parecía inaudito lo que esos humanos le hicieron a la ama de Silvestre solo para llevarse a un montón de gatos. ¿Para qué? ¿Por qué?
Sin embargo, Silvestre sabía algo de la respuesta que surgió en mi mente en medio de esta horrible tristeza.
—Nos llevan para hacer cosas terribles con nosotros, perro —había dicho—. Recuerdo cuando me molestabas y amenazabas con cazarme y comerme si entraba en este patio. También recuerdo que querías copular con Cindy antes de Zack El Sarnoso y también el pequeño romance con ese otro perro macho, que conociste en el lago Presley cuando tu humano se fue con otro humano a besarse detrás de un árbol.
—¿Y tú cómo sabes todo eso?
—Aquí todas las mascotas saben lo que hacen los demás. Algunos hablan, otros permanecen callados y otros, como yo, nos enteramos para chantajear. Pero no te voy a chantajear ni menos te voy a mentir, perro. Más bien, me aterré cuando te vi salir medio inconsciente de la casa el día en que te envenenaron.
—A mí no me envenenaron —contraataqué—. Fue un accidente.
—Piensa en lo que quieras, perro. Solo quiero demostrarte que nada es lo que creemos que parece.
Esa noche no había podido dormir pensando en si el amo de mi amo en verdad había querido envenenarme. ¿Por qué, si yo soy el mejor amigo que su hijo tiene? ¿Por qué, si yo soy el que le alegra la vida, el que le da amor todo el tiempo cuando ellos solo lo gritan y regañan? ¿Acaso estaban celosos y era su forma de venganza, eliminándome? ¿A mí?
Necesitaba hablar con Cindy sobre lo que Silvestre me contó. Sí, ya sabía por anticipado lo que me diría: « ¿En serio le creerás esa historia? Es un gato resentido que nadie quiso adoptar y se inventa semejante historia para hacerse el inocente.», pero detrás de esa historia presentía la verdad, la sinceridad de Silvestre. Sí, podía estar algo resentido pero él mismo lo justificó al decir que un grupo de humanos se llevaron a su manada a quién sabe dónde.
Me incorporé y tensé la cadena cuando estiré mi pata e hice que la pelota se moviera un poquito hacia mí; fue suficiente para atraerla, agarrarla con la boca y regresar a echarme frente a mi casa para morderla. Tenía que pasar el rato haciendo algo porque si no rompería en llanto y atraería otra vez a la no tan agraciada compañía de Silvestre, o quizá los amos de mi amo vendrían hechos una furia gritando que me callara.
Recordé a ese tal Oscar copulando con mi humano, mientras mordía la pelota. Todavía sentía su pierna carnosa en mi mandíbula y el horrible sabor a sangre. ¿En qué estaba pensando? Debí haberlos dejado solos y regresar después. Aunque, ¿adónde hubiera ido mientras mi humano copulaba? No conocía ese campo y podía perderme con mucha facilidad; podía olfatear los olores que había identificado durante mi camino hacia ese punto, pero no mi propio olor.
¿Cómo era mi vida antes de comer de ese veneno? No la recordaba en lo absoluto. Era como si me hubieran borrado esos recuerdos de mi mente…
De pronto, escuché un carro aparcar al otro lado de la casa. El leve rechinido de ruedas lo hacía parecer el auto del amo de mi amo; sin embargo, hubo otro ligero rechinido de otro auto estacionando, aunque su sonoro rugido se apagó casi de inmediato. Sonidos en la casa de humanos hablando. Me puse de pie, recordando la historia de Silvestre de humanos entrando y llevándose a los gatos. No permitiría que me soltaran de la cadena y me alejaran de mi amo. ¡Jamás!
Las voces se amplificaban. Una era la del amo de mi amo como había acertado; las otras dos, eran desconocidas para mí. Rompí a ladrar. Enseguida la puerta del patio se abrió y dos figuras humanas completamente extrañas salieron. Un hombre con un curioso uniforme verde holgado, de cabellera grisácea veteada con algunos pelos negros y una pelusilla en la quijada. Desconocido. Me alteré. La otra humana era una mujer que apestaba a esos perfumes espantosos que solo las humanas usaban. Tenía el cabello recogido y usaba un uniforme parecido al del hombre, aunque con muchos colores y un pantalón rosado; sostenía en una mano una caja azul que no me agradaba en lo absoluto. Detrás de ellos, el amo de mi amo apestando a su propio perfume y olor, con su ropa más elegante y que difería de los otros dos.