—Vaya, entonces me alegro que ni Oscar ni sus padres hayan querido hacerle daño a Simba —dijo Steph a través de la curiosa caja aplanada y mágica, que mi humano tenía en su habitación.
Desde que llegamos del estadio, no podía sacarme de la cabeza la imagen del hombre del abrigo marrón. No sentía que estaba mirando a los humanos jugar, sino a mí, y eso me perturbaba. Incluso mi humano reparó en mi incomodidad e intentó calmarme con palabras suaves de que todo estaba bien, de que Oscar no me haría nada malo… Oscar no, pero ese doctor Strauss que vino ayer probablemente sí.
Los amos de mi amo me dejaron comer junto a ellos (cosa muy poco habitual porque mi la ama siempre enloquece). Y lo mejor es que no se opusieron cuando mi humano me dio un poco de su comida. Era una mezcla extraña de pollo y algo crujiente y dorado que lo cubría. Sabía delicioso y quería más, pero ya mi humano se lo había comido todo.
Esperaba ansioso el momento de poder hablar con Silvestre, si era que regresaba esa noche. Apostaba a que no, que se aburriría de ver a un perro encadenado y relatar cuentos estrafalarios de supervivencia callejera y todo lo demás. Sin embargo, me recordé que si por casualidad venía, tenía que preguntarle sobre si conocía a ese doctor Strauss.
Mientras tanto, mi humano hablaba con Steph desde su caja mágica. ¿Cómo los humanos podían acostumbrarse a hablar así? Era más incómodo aún no oler a Steph o el apestoso aroma de su cachorro de humano; mucho menos verla. Solo con escucharla en alguna parte de la habitación me ponía el pelaje de punta, ya que pensaba que se había vuelto invisible y que no volvería a verla jamás. A mi amo no parecía importarle: hablaba con ella sentado en su escritorio llevando solamente su short de dormir y una franelilla blanca.
—Al menos —dijo mi humano—, Simba se disculpó con Oscar. Espero que lo que sucedió no vuelva a pasar.
—Si te soy sincera, no creo ni una pizca de ese cuento de que estaban bañándose y Simba entró y mordió a Oscar así no más. Debe haber una explicación razonable para que él haya hecho eso.
—¿Qué otra explicación quieres? —Mi humano sonaba irritado—. Eso fue lo que pasó.
—¿No será que Oscar y tú…? —Hizo un extraño gesto con sus dedos índices.
—¿Qué? Por supuesto que no. Menos en un lugar público.
¡Ja! Que mentiroso era mi humano y que fiel era yo en no saber hablar para decirle a Steph que los encontré copulando. ¡Ay, qué fastidiosas son estas pulgas! Ya comenzaba a cuestionarme si olía o no, porque si olía y mis amigos no percibían mi aroma entonces el problema era de ellos, no mío.
—Eso espero —rezongó Steph—. Por cierto, he estado llamando a varios apartamentos y casas en alquiler.
—¿En serio? —Mi humano se removió en su asiento, alegre.
—Sí, pero la noticia no es muy buena que digamos. O sea, sí es buena pero no tan buena, porque tienes que trabajar un poco más de lo normal.
—No entiendo esa parte de un poco más de lo normal.
—Mmmm… Imagina que trabajas en una tienda de ropa y, aunado a eso, trabajas en otra tienda o ganas una beca que te ayude a pagar el alquiler. Claro, que si te dan una beca, la Universidad Internacional de Metasio te ofrecería una habitación en su campus que es mucho más barata.
¿Campus? ¿Universidad? ¿Alquiler? Solo había oído esta misma conversación el día antes de que Steph partiera de casa a quién sabe dónde. Recordaba que sus padres enloquecieron, en especial la ama de mi amo quien dijo que ella era muy joven para andar en una ciudad tan grande como Metasio, que había mucha gente mala y que se perdería si no conocía cada autopista, avenida y calle de ese lugar. El amo de mi amo dijo que podía darle un pequeño tour por los lugares más importantes, pero que en lo personal no estaban de acuerdo con eso. ¡Incluso Steph se había atrevido a comentarles a sus padres que ella viviría con su novio! Eso fue la gota que derramó el vaso.
La noche de ese preciso día, mi amo estuvo viendo una película en la caja mágica conmigo. Apenas terminó y todo se puso en negro, él me comentó que cómo haría para salir de ese pueblo conmigo si ya fue testigo del comportamiento de sus padres, de no querer que sus hijos se independizaran sin importar qué tan difícil fuera el resultado. Bueno, no había estado en la calle nunca, pero sí podía preguntarle a Zack o a Silvestre sobre cómo sobrevivir en la calle si mi humano decidía abandonar este hogar.
Claro, Steph no necesitó que ni yo ni ninguna otra mascota le dijera cómo sobrevivir al exterior. Dos días después, agarró dos grandes cajas negras con ruedas —¿por qué los humanos siempre usan cajas?—, se despidió de sus padres y se montó en el mismo auto y con el mismo hombre con el que se fue las últimas dos veces.
Los humanos a veces son tan extraños: algunos son felices bajo un techo, otros prefieren irse y vivir en otro. ¿Por qué sería?
—¿Y qué necesito para conseguir esa beca? —preguntó mi humano.
—Hay tres opciones: la primera, tener un promedio summa cum laude…
Mi humano resopló.
—Creo que ya es demasiado tarde para tener un veinte de veinte como promedio.
—Tal vez. Aunque nunca es tarde para hacer algo. Créeme. —Steph hizo una pausa—. Luego está una beca por deporte, tienes que tener un buen desempeño físico para concursar en esa prueba. Se evaluará…, mmm… —Se oyó que se movían unas hojas en alguna parte de la habitación—. Acondicionamiento físico, flexibilidad y evaluación en algún área deportiva en la que desempeñes. En tu caso, el fútbol.